Este es la primera de las entradas que vamos a dedicar a la importancia cultural de la música gospel en la zona del Cinturón Bíblico en la que transcurren las novelas de Harry Crews. El ejemplo más claro es el que nos proporciona Johnny Cash en su primera autobiografía, Man in Black. Los siguientes pasajes pertenecen al segundo capítulo. En ellos Cash nos habla de cómo eran las iglesias y las misas en su infancia, así como de la importancia que tenía la música en ellas. Él siempre se consideró, fundamentalmente, un Cantante de Gospel.
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JESÚS FUE NUESTRO SALVADOR–EL ALGODÓN FUE NUESTRO REY
[...] La Iglesia de Dios de la Carretera Quince estaba en una vieja escuela. No conservo recuerdos agradables de las misas de la iglesia a las que me llevaba mi madre en la Carretera Quince cuando era pequeño. Mi madre no pertenecía a aquella congregación –siempre ha sido metodista– pero le encantaba ir. Lo que más recuerdo era el miedo. Entonces no lo entendía como un culto. Sólo sabía que era un lugar a donde mamá me llevaba. El predicador me aterrorizaba. Gritaba, chillaba y jadeaba. Cuanto más predicaba, más alterado se ponía y más le costaba respirar.
[...] La Iglesia de Dios de la Carretera Quince estaba en una vieja escuela. No conservo recuerdos agradables de las misas de la iglesia a las que me llevaba mi madre en la Carretera Quince cuando era pequeño. Mi madre no pertenecía a aquella congregación –siempre ha sido metodista– pero le encantaba ir. Lo que más recuerdo era el miedo. Entonces no lo entendía como un culto. Sólo sabía que era un lugar a donde mamá me llevaba. El predicador me aterrorizaba. Gritaba, chillaba y jadeaba. Cuanto más predicaba, más alterado se ponía y más le costaba respirar.
Era un
hombre joven envuelto en un viejo y oscuro traje de tweed con una corbata que
yo pensaba que le acabaría asfixiando hasta matarle, pues no podía proferir más
de tres o cuatro palabras entre cada aliento. Podía contarlas. Cuando llegaba
hasta el punto de sólo poder gritar un par de palabras entre cada respiración,
era consciente de que estaba a punto de morirse o de explotar.
Pero la
gente quedaba atrapada en el fervor. El predicador podía andar entre la
congregación, agarrar a alguien y levantarle de su sitio, gritando: “¡Acude a
Dios! ¡Arrepiéntete!”. Y les conducía hasta el altar donde caían de rodillas.
A
continuación le seguían otros hasta que la parte frontal del templo estaba
atestada de gente, en su mayoría mujeres, llorando, rezando y gritando con las
manos alzadas.
Los
retorcimientos en el suelo, los gemidos, los temblores y los espasmos que se
sucedían me asustaban aún más. Y el predicador, en pie ante una mujer tendida
en el suelo, sudando y gritando: “¡Aleluya! ¡Alabado sea Dios! ¡Alabado sea
Dios! ¡Alabado sea Dios!”…
Entonces
puedo recordar las lágrimas cuando decía: “¡Esta mujer ha recibido al Espíritu
Santo!”. Mis nudillos se ponían blancos al agarrarme a la silla de delante
mientras contemplaba todo aquello.
En aquel
momento no podía identificar ningún gozo en lo que hacían. No podía entender el
llanto como el resultado de nada que no fuese el sufrimiento. Aún puedo ver la
mirada llena de gozo y de alegría de mi madre cada vez que abandonábamos
aquella iglesia. Cuando cumplí seis años dejó de horrorizarme tanto. Empecé a
ir por voluntad propia.
La
Iglesia de Dios admitía toda clase de instrumentos musicales y disponían de una
guitarra, una mandolina y un banjo para acompañar el canto. Pero en lo que a mí
respecta, el servicio podía haber terminado en el momento en que concluían las
canciones. Porque eran las canciones lo que estaba empezando a sentir.
Por esos
mismos días, mi padre compró una radio de batería en Sears Roebuck y descubrí
que aquellas canciones que había estado escuchando en la iglesia estaban siendo
transmitidas por la radio. Escuchábamos la programación country durante la
semana, programas religiosos los domingos, así como el “Grand Ole Opry” y el
“Supper-Time Frolics”. Escuchábamos la WLW de Cincinnati; la WJJD de Chicago;
la WSM de Nashville; la WWVA de Wheeling, West Virginia; y la XERL de Del Rio,
Texas. Pensaba que tocaban aquellas canciones sólo para mí, y yo pegaba mi oído
a aquella radio. Cantaban canciones
como esta:
“Turn your radio on and listen to the music in the air,
Turn your radio on and heaven’s glory share,
Turn your lights down low and listen to the Master’s radio,
Get in touch with God, turn your radio on”.
*******************
“Enciende tu radio y escucha la música en el aire,
Enciende tu radio y participa de la gloria del cielo,
Baja las luces y escucha la radio del Maestro,
Toma contacto con Dios, enciende tu radio”.
Y así
fue como entré en contacto con algo verdaderamente hermoso. Podía ser sólo
guitarra, bajo y percusión, o guitarra, bajo y banjo, pero para mí era música
hermosa. Recuerdo canciones como Vacation in Heaven.
Aquellas
canciones me entusiasmaban y me proporcionaron el sabor de las cosas
celestiales.
También
fuimos a una Iglesia de Dios en la Carretera Uno, y el predicador de allí me
asustaba tanto como el otro. Entonces no me di cuenta, pero aquellos
predicadores me estaban inculcando el temor a Dios, que es una de las cosas más
terriblemente importantes que debe conocer un hombre.
Estaba
escuchando música gospel y el gospel estaba haciendo su trabajo. Cuando tuve
diez u once años, aunque no tenía aún conocimiento, sabía que existían dos
maneras distintas de afrontar la vida. La gente que se encontraba bien con su
corazón, a los que reconocía como totalmente diferentes de aquellos otros que
se dedicaban a jugar a las damas en las estaciones de servicio mientras duraba
el servicio de la iglesia.
Una noche,
después de un sermón sobre el infierno, el fuego, y la perdición, volví a casa
andando por una oscura carretera de grava. Muchas veces, al terminar el año,
cuando la hierba estaba seca, los pastos se incendiaban en aquellas tierras
llanas de Arkansas. Aquella noche vi el brillante resplandor rojo de un
incendio en el bosque y pensé para mis adentros: “Debe de tratarse de ese
infierno del que han estado hablando”. Recuerdo haberme asustado. O también me
recuerdo despertando en mitad de la noche y mirando por la ventana para ver el
resplandor de un incendio, poniéndome a tiritar con el sobresalto de pensar que
aquello podía tratarse del infierno.
Al pasar
el tiempo, el miedo me abandonó porque supe en el fondo que, muy pronto,
llevaría a cabo mi entrega. Sabía que estaba destinado a ser uno de aquellos
receptores. Incluso a aquella edad conocía la dirección que debía tomar mi
vida, y sería la que siguieran Sus pasos.
Pero mi
manera de comunicarme con Dios siendo niño (e incluso aún hoy), era a través de
la letra de una canción. Por aquel entonces había una canción que se titulaba
Telephone to Heaven:
“Central’s never busy, always in the line,
You may hear from heaven almost any time,
‘Tis a royal service, free for one and all,
When you get in trouble, give this royal line a call.
Telephone to glory, oh what joy divine,
I can feel the current moving on the line,
Built by God the Father for His loved and own,
You can talk to heaven on the royal telephone”.
***************
“La centralita nunca está ocupada, siempre hay línea,
Puedes ponerte en contacto con el Cielo prácticamente en
cualquier momento
Es un servicio espléndido, gratuito para todo el mundo,
Cuando te veas en apuros, ponte en contacto con esta
espléndida línea.
Teléfono hacia la gloria, oh qué divino gozo,
Puedo sentir la corriente moviéndose por la línea,
Construida por Dios Padre para Sus amados y para Sí mismo
Puedes hablar con el cielo a través del espléndido
teléfono”.
Por lo
que yo nunca tuve el problema que tiene mucha gente que dice: “No sé cómo
rezar”. Yo utilizaba las canciones para comunicarme con Dios. Y vayan sí tenían
verdadero espíritu. El hombre que escribió I’ll Fly Away sabía que iba a
emprender el vuelo algún día. Se podía sentir en la letra de la canción:
“Some glad morning, when this life is o’er,
I’ll fly away,
To a home on God’s celestial shore,
I’ll fly away.
I’ll fly away, oh glory,
I’ll fly away,
When I die, hallelujah bye and bye,
I’ll fly away”.
****************
“Alguna grata mañana, cuando esta vida concluya,
Emprenderé el vuelo,
Hacia un hogar en la orilla celestial de Dios,
Emprenderé el vuelo.
Emprenderé el vuelo, oh gloria,
Emprenderé el vuelo,
Cuando muera, aleluya, adiós, adiós,
Emprenderé el vuelo”.
Para mí,
las canciones eran el teléfono que comunicaba directamente con el cielo y
ocupaba la línea bastante a menudo.
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