A propósito de la violencia policial (y V), redadas racistas y la noviolencia del 15-M




Texto original

“la necesidad irreversible de destrozarlo todo

de destrozarlo todo

de destrozarlo todo y a todos

destrozar a los hombres

destrozar a las mujeres

destrozar hasta el destrozo total

pero eso sí

destrozar sin apariencia de destrozo

destrozar sin apariencia de destrozo alguno

destrozar a alguien y que este alguien siga intacto / aparentemente

destrozar sin destrozar es la mejor destrucción”


(Esteve Graset)



El 15-M es un movimiento noviolento. Es algo que está tan en su esencia que ni siquiera ha sido una decisión tomada en asamblea: va de suyo, se ha impuesto como una pura evidencia. No decidimos nuestro ADN, partimos de él.

Tan fuerte es esta “decisión no decidida” que nadie por ahora la ha contravenido, a pesar de las provocaciones, los desalojos, las palizas. (Hay otras “decisiones no decididas” que son de todxs conocidas: ser un movimiento horizontal, inclusivo, respetuoso, sin representación, no querer nada con siglas y con partidos políticos, etc.).

La noviolencia no significa noconflicto. Hemos ocupado plazas, nos hemos manifestado sin permiso, hemos bloqueado desahucios, hemos echado a la policía de los barrios… Es decir, la noviolencia del 15-M no es pasiva,

A propósito de la violencia policial (IV): Wu Ming y la contracumbre del G8 en Génova, 2001



(vídeo: documental Del poder, Zaván 2011; texto: fragmentos de Esta revolución no tiene rostro, de Wu Ming, publicado en Acuarela Libros)

 
Wu Ming 5

Me llamo Riccardo Pedrini, Wu Ming Wu. Formo parte del colectivo de autores conocido como Wu Ming. Estaba en Génova el 21 de julio del año del señor de 2002. Los compañeros con los que trabajo han escrito un libro, Q, que ha sido muy leído y apreciado. Entre otras cosas, habla de la revuelta de los campesinos en la Alemania del siglo XVI.

Génova ha sido nuestra Frankenhausen, ha dicho algún compañero.

Mientras escalaba la colina con los maderos a mis espaldas, he pensado que esos compañeros tenían razón.

Tengo treinta y seis años. Como muchos de los que han hecho mi elección, he vivido en mi piel, y muchas veces, la violencia y la brutalidad de la policía y los carabineros. Nunca me he hecho ilusiones sobre la naturaleza de las estructuras represivas de ese sucio consejo de administración que llamamos Estado. En cierto modo, esto entraba dentro de la lógica de las cosas. Haces política, corres riesgos. Puedes esperarte que no siempre va a ir todo sobre ruedas.

Miles, decenas de miles de personas, creían poder ejercitar su derecho al disenso. No habían hecho ninguna elección radical: no eran militantes, sino en un sentido amplio: “militia est vita hominis super terram”, dice el libro de Job. Creían poder disentir y que no pasara nada. Se equivocaban. No eran black blocksters. No eran autónomos. No eran Monos Blancos.

El pueblo. La multitud.

Han sido atacados ferozmente. Han sido atacados metódicamente. Han sido atacados con repugnante eficiencia.

El día anterior,


Quemando a Lawrence de Arabia y Wu Ming

En esta nueva edición de "Cómo Quemar un Libro", Luci Romero (acompañada esta vez por Alejandro Herráiz) nos habló de Estrella del alba, una novela editada por Acuarela libros y Machado libros.

Estrella del alba repasa en clave de ficción los últimos años de T. E. Lawrence, recreando recuerdos y alternándolo con la vida de tres supervivientes al primer conflicto mundial: Tolkien, C.S. Lewis y el poeta Robert Graves.





La Jovencita desearía...



































La Jovencita en las calles de Guinardó, gracias a Luis Lorenzo por la foto

A propósito de la violencia policial (III): Norman Mailer en el Pentágono, 1967.


 

Las chicas hacían su propia guerra. Se paseaban ante los soldados, les hablaban, se detenían para observarles, introducían flores en los cañones de sus fusiles, les sonreían... algunas eran dulces y amables, genuinas chicas "de las flores"; otras eran atrevidas, con aire maduro y "picante" (...): se abrían las blusas, exhibían un generoso escote, sonreían ante los ojos de los soldados, lanzaban risas de vampiresa, luego carcajadas de buscona -más hondas, desde el vientre- ante la impotencia de aquellos hombres en uniforme que no podían dejar la formación para tomarlas. Los marshals, situados detrás de los soldados, tensos como perros policía, iban de un lado a otro del frente, miraban airadamente a los manifestantes, se daban golpecitos en la mano con la porra, ansiosos por poner en práctica sus modos específicos de acción.

De cuando en cuando se producía una detención. Al parecer sin mucho sentido. Un manifestante sentado, por ejemplo, tocaba accidentalmente a algún soldado; el marshal más próximo lanzaba los brazos entre las piernas del soldado, agarraba al manifestante, lo arrastraba hacia sí a través del hueco; venía en su ayuda un segundo marshal, y -tras un rápido empleo de sus porras- se llevaban al detenido al furgón o camión. A lo largo de todo el día se habían producido detenciones sin sentido. Al principio hubo un claro intento de limitar el número de detenciones: luego, cuando un contingente de los Estudiantes para una Sociedad Democrática (ESD) tomó un lado de la explanada, se produjo una ola de detenciones masivas; y, finalmente, durante el largo lapso desde el atardecer hasta la medianoche, hubo detenciones al azar, esporádicas y sin sentido.

Sin embargo, tal estrategia tenía un sentido, una suerte de hondo sentido tecnológico: la técnica de evitar que surgieran mártires en los disturbios. La esencia de esa técnica consiste en efectuar detenciones al azar. El detenido, que no ha hecho nada en particular en ningún sentido, se ve como una víctima o como un estúpido. Una vez en libertad, sus amigos lo reciben como a un héroe. Pero es un héroe que acaba por decepcionarles. Ahí reside en parte la sabiduría técnica de las detenciones al azar. Se trata, además de una técnica inquietante, pues ante ella no caben los preparativos para protegerse, se hace inviable asumir gradualmente la posibilidad de ser detenida,y proliferan sobremanera los rumores (las detenciones al azar dan siempre una impresión de mayor brutalidad que las detenciones más o menos lógicas; son, de hecho, más brutales).

En tales detenciones, sin embargo, se daba un elemento en absoluto fortuito. El número de detenidos del sexo femenino era extraordinariamente elevado en relación con el de los varones. Las mujeres, además, eran golpeadas con saña en las detenciones. Dagmar Wilson, líderes del Movimiento Femenino Pro Paz, fue tratada con mayor brutalidad que cualquier otro notable del sexo masculino. Y no habría de ser la única. Existen numerosos y sobrecogedores relatos de testigos oculares que dan fe de la ferocidad con que marshals y soldados se ensañaron con las mujeres. Examinemos, pues, tales relatos.

Poco antes de medianoche, se convocó a los periodistas a una conferencia de prensa -la última de la jornada- en el interior del Pentágono. El secretario de Defensa se había marchado a casa, las cámaras de televisión se habían retirado de la escena. Se producía un paréntesis en la cobertura informativa de los acontecimientos. Se trataba de un momento sin duda previsto por los altos mandos militares. Nuevas columnas de soldados salían ahora del edificio: los soldados de primera línea iban a ser relevados. Los recién llegados eran veteranos del Vietnam. Había veteranos en la explanada desde el anochecer, pero éstos parecían especialmente adiestrados; mediaba un abismo entre ellos y la más medrosa tropa de primera línea a comienzos de la tarde (aquella que en la primera hora fue derrotada por los manifestantes en la contienda de miradas). La fuerza conquistada entonces por los manifestantes iba a ser sometida a prueba en un fuego distinto. Lo que más tarde se conoció como la Batalla de la Cuña había comenzado. Tengamos noticia de ella a través de unos retazos del relato de la testigo ocular Margie Stamberg, aparecido en Free Press (Washington):
    
Cuando aparecieron los paracaidistas, con sus fusiles M-14, sus bayonetas y sus porras y sus caras de piedra, los manifestantes pidieron ayuda a través de los megáfonos a los que se hallaban en el Mall alrededor de las hogueras.

Repárese en que la llamada a través de los megáfonos fue, al parecer, inmediata. Cuán palpable debió de ser, pues, el súbito cambio de ánimo en todos los presentes...
    
Se formó una sólida barrera (varias hileras yuxtapuestas) de personas sentadas con los brazos enlazadas. Y entonces comenzó el estrujamiento. Al principio vimos cómo gente de primera línea era arrastrada hasta la retaguardia de la tropa y sacada de la escena. De pronto, los soldados que cargaban en hileras simples formaron una cuña en el lado derecho. Al parecer su táctica consistía en partir en dos a los manifestantes y obligarles luego a retroceder. No se dio explicación alguna de aquella súbita acción. Los furgones celulares avanzaron, entre la tropa aparecieron soldados con lanzaproyectiles de gases lacrimógenos; del parque a nuestra espalda iban llegando refuerzos.
La cuña fue adentrándose despacio entre la gente. Con las bayonetas y las culatas en ristre, los paracaidistas cargaron primero contra las chicas de la primera línea: les daban patadas, les lanzaban continuas estocadas con los fusiles, les golpeaban en cabeza y brazos para romper la cadena de brazos unidos... La multitud rogó a los paracaidistas que se retiraran, que se unieran a ella, que actuaran como seres humanos. Entonó 'Bandera Estrellada' y otros himnos. Pero los soldados ya no eran humanos, y todos los llamamientos resultaron vanos.
Militantes del ESD, a través de megáfonos, trataban de convencernos de que, vista la situación tácticamente insostenible, debíamos retroceder,

La conquista de lo cool, de Thomas Frank

En Alpha Decay han tenido el buen gusto de publicar La conquista de lo cool (el negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno), de Thomas Frank, de quien en Acuarela Libros publicamos  ¿Qué pasa con Kansas? - Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos.

Estos son algunos de los comentarios que Alpha Decay recoge sobre el libro y sobre Frank en su web, donde también encontraréis reseñas.



«Inestimable ensayo para todo aquel que alguna vez se haya burlado de la contracultura que nos legaron los años sesenta. [...] Análisis apasionado y exhaustivo de la era de la publicidad. [...] La conquista de lo cool no sólo hace callar a viejos hippies canosos que recuerdan sus viajes en furgoneta Volkswagen convencidos de que fueron transgresores, sino que además vacuna al público contra el capitalismo moderno que está hoy por todas partes, incluso en estas páginas.» BRAD WIENERS, Wired Magazine

«Frank rastrea los orígenes de la crítica de la contracultura, que acaba encontrando no en el campus ni en la comuna, sino en los manuales de gestión empresarial y en los departamentos creativos de las agencias de publicidad de los años cincuenta. [...] De hecho, él mismo confiesa que el título del libro no es del todo acertado. La empresa no conquistó la contracultura. Más bien la inventó.» DEBRA GOLDMAN, Los Angeles Times Book Review

«Quizás el joven [Thomas Frank] sea el crítico cultural más provocador del momento. [...] Tanto es así que después de leerlo será difícil volver a utilizar palabras como “revolución” o “rebelde” sin entrecomillar.» GERALD MARZORATI, New York Times Book Review

«Frank sostiene con firmeza no sólo que la industria publicitaria convirtió la retórica contracultural de la revolución en un eslogan para incentivar el consumo, sino que además el proceso en sí fue, de hecho, anterior a cualquier movimiento contracultural del que se pudiera sacar algún provecho.» GEOFF PEVERE, Toronto Globe and Mail

«El estudio de Frank sobre la publicidad de los años sesenta es impecable.»
PHILIP GOLD, Washington Times


«Es el libro de estas navidades. Si te gusta Mad Men, este es tu libro. Si este es tu libro, te gustará Mad Men. Sed osados.» LOS LIBREROS DE LAIE CCCB

«Impagable, pletórico y desmitificador ensayo que todos deberían leer ahora que se acercan las fechas más salvajes del consumismo de masas.» FRAN G. MATUTE, Estado crítico

 Textos sobre el Tea Party y otros temas de Thomas Frank:

El Antipapa toma té
Las lecciones desaprendidas de la crisis
Arrasa el Tea Party: ¿Qué pasa con EE.UU.? (fragmento)
Nueva derecha y malestar social (blog en Público)
La ultraderecha ha robado el lenguaje a la izquierda (entrevista con Thomas Frank)
La furia del pueblo bajará tus impuestos
El escenario perfecto del Tea Party

A propósito de la violencia policial (II): los Yippies y la Convención de Chicago 1968



¿Quiénes fueron los Yippies?

Los miembros del Youth International Party (Partido Internacional de la Juventud) conocidos como Yippies, fueron una rama de los muchos y variados movimientos sociales vinculados a  la Nueva Izquierda (New Left) norteamericana de los años 60. Como casi todos ellos, los  Yippies también se enfrentaron a la guerra de Vietnam así como al resto de expresiones  derivadas del statu quo estadounidense o Amerika, como les gustaba llamarle a ellos, con k de Ku Klux Klan.
Lo que diferenció a los Yippies del resto de movimientos sociales de la época fue, sin duda,  las tácticas que llevaron a cabo para tal fin. Para los Yippies, la política no pasaba por la conciencia, era más bien algo irracional; algo que tenía que ver más con los sentimientos que con el intelecto. La política Yippie pasaba por el cuerpo, debía “atravesarte”; de ahí  que la imagen, lo visual, fuese siempre para ellos tan importante; tanto que llegaron a afirmar que lo que de ellos se dijese carecía de interés, lo que al Youth International Party le importaba de verdad era ser visto. “La historia está en las imágenes, no en las palabras”, decían, de ahí su interés en los medios de comunicación.
Los Yippies, en la estela de Marshall Mcluhan, entendían la revolución como una lucha de símbolos, un campo de batalla en el que los signos servían a modo de armas. A la fabricación de esas armas dedicaron gran parte de sus esfuerzos activistas. Muchas de ellas (guerrilla de la comunicación, creación de mitos, performance callejera, humor y absurdo) han sido retomadas por movimientos políticos recientes.
En el verano de 1968 el Partido Demócrata organizó una convención en Chicago con el fin de elegir candidato para las elecciones presidenciales de 1968, tras la súbita renuncia de Lyndon B. Johnson y el asesinato de Robert Kennedy. Los Yippies convirtieron los días de Convención y la entera ciudad de Chicago en el escenario de una acción de teatro-guerrilla comunicativa. LOS DISTURBIOS COMO TEATRO CALLEJERO.


Fragmento de Revolution for the Hell of It, de Abbie Hoffman, de próxima publicación en Acuarela Libros:

"Nuestras acciones en Chicago crearon una magnífica relación figura-fondo [en los telediarios]. La retórica de la Convención recibía  cincuenta minutos del programa y a nosotros nos daban los diez minutos o menos que normalmente se reservan para los anuncios. Éramos un anuncio de la revolución. Mostrábamos una escena que contenía un alto grado de implicación frente al aburrido terreno de la retórica institucional. Al ver la aburrida representación de la Convención no podías evitar ser consciente de la revolución que estaba escenificándose en la calle.
Esta tensión subyacente va en aumento y el espectador se implica por completo con lo que estamos haciendo AUNQUE NO PUEDA VERLO O EXPERIMENTARLO DE MANERA DIRECTA. Su imaginación completa lo que ocurre en las calles. Su imaginación crea a los Yippies, los polis y al resto de partícipes a su propia imagen. Construyen su propia representación. Fabrican su propio mito. Aunque los medios hubieran decretado el apagón total de nuestras actividades, nuestro mensaje habría llegado, incluso quizá con más potencia. Lo único que tenía que saber la gente era que los hijos de América estaban siendo machacados en las calles de Chicago y las cadenas de televisión se negaban a mostrarlo. NUNCA PODRÁN BORRARNOS.
El público no solo se rebelaría contra esa clase de censura sino también contra el intento de imponer un fondo aburrido con una figura apasionante. Estoy seguro de que lo que jodió a muchos espectadores fue el hecho de que les estaban obligando a ver una aburrida Convención Demócrata cuando, de hecho, lo que querían ver es el partido de los polis y los Yippies en las calles de Chicago".

Do It!, de Jerry Rubin
Cómo ser un yippie, por Jerry Rubin
Chicago 10, película de animación sobre la Convención de Chicago
La nación de Woodstock



A propósito de la violencia policial (I): Mayo del 68



(texto: fragmento de Mayo del 68 y sus vidas posteriores, de Kristin Ross)

“Cualquier diálogo entre los matraquers [los que golpean] y los matraqués [los golpeados] es imposible”.

En algún momento en pleno mayo de 1968, como indica este eslogan, la porra de los policías o matraque se había convertido para los insurgentes en una pura sinécdoque del Estado. Durante el largo silencio de De Gaulle y la titubeante respuesta del gobierno a los primeros brotes de violencia callejera, la policía se había convertido en la única y solitaria representación del Estado. Dos figuras paradigmáticas se situaban a cada lado de esta barrera infranqueable, los agresores y los agredidos.

Toda posibilidad de reconocimiento recíproco o “diálogo” entre dos figuras tan radicalmente distintas, que habitan espacios tan desiguales, y a la vez contiguas, es inútil. La relación entre los golpeadores y los golpeados es una antidialéctica de absoluta diferencia y oposición total, una relación de “pura violencia” que no es muy distinta a la que describe Frantz Fanon entre el “colonizador” y el “colonizado” en Los condenados de la tierra. La matraque, un arma corta y contundente, hecha con un palo de madera, más grueso y pesado en un extremo y recubierto de caucho endurecido, ocupa un lugar destacado en los relatos dramáticos, imágenes documentales e iconografía de los días de Mayo y Junio. Así, un típico pasquín militante titulado “Cómo evitar las porras”, distribuido en la noche más sangrienta de los acontecimientos, el 24 de mayo, instruye a los manifestantes sobre cómo doblar las hojas de periódicos como France-Soir o “Figaremouche”, como llamaban los militantes al diario derechista Le Figaro, para utilizarlos como capa protectora para los hombros y el cuello: “El grosor ha de corresponderse con el de la piel ‘aporreable’, es decir, unas veinticinco páginas de prensa burguesa”. En los relatos sobre la toma de conciencia política de personas que se habían mantenido al margen de la política hasta ese momento, la porra cumple con frecuencia un papel casi pedagógico de “despertar” o revelación. De esta forma, un activista recuerda en 1988 la violencia policial de veinte años antes: “Era una lección excelente sobre la naturaleza de un Estado que se mantiene gracias a la fuerza de la porra: era una educación directa”.

Otro testigo afirma: