"Love, I'm a liberal" (quiéreme, soy un progre), de Phil Ochs




"Quiéreme, soy un progre"

Lloré cuando mataron a Medgar Evers1
Me caían las lágrimas por la columna vertebral
Lloré cuando mataron a Kennedy
Como si hubiera perdido un padre
Pero a Malcolm X le dieron lo que tocaba
Le dieron lo que estaba pidiendo en su caso
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

Voy a manifestaciones por los derechos de los negros
Y pongo a parir a las Hijas de la Revolución América2
Me encantan Harry y Sidney y Sammy
Espero que todos los chicos de color se vuelvan estrellas
Pero no hables de revolución
Eso es ir un poco demasiado lejos
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

Aplaudí cuando eligieron a Humphrey3
Se restauró mi fe en el sistema
Me alegró que echaran a los comunistas
del consejo de la confederación sindical AFL-CIO
Me encantan los portorriqueños y negros
Siempre que no se muden al lado de mi casa
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

La gente de Mississippi
Debería avergonzarse
No entiendo su forma de pensar
¿Es que no ven el programa de la tele de Les Crane?
Pero si me pides que ponga a mis hijos en un autobús con negros
Espero que la poli apunte tu nombre
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

Leo The New Republic y Nation
He aprendido a entender todas las opiniones
Ya sabes, he memorizado a Lerner y Golden
Casi me siento como si fuera judío.
Pero en asuntos como Corea
No hay nadie más rojo, blanco y azul,
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

Voto a los demócratas
Quieren una ONU fuerte
Voy a los conciertos de Pete Seeger
Logra que me ponga a cantar sus canciones
Contribuiré con dinero a todas las causas que quieras
Pero no me pidas que vaya en persona
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.

Antes era joven e impulsivo
Llevé todas las chapas imaginables
Fui hasta a reuniones socialistas
Me aprendí viejos himnos sindicales
Pero me he hecho mayor y más sabio
Y por eso te voy a delatar
Así que quiéreme, quiéreme, quiéreme, soy progre.


1: Activista afroamericana asesinado por Byron De La Beckwith, miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos, una asociación opuesta a la integración racial.
2: Daughters of the American Revolution (DAR): Asociación de mujeres descendientes de personas que participaron en la guerra de Independencia (llamada ‘Revolución Americana’ en Estados Unidos), conocidas por sus posturas conservadoras.
3: Hubert Humphrey (1911-1978): candidato demócrata nominado para las presidenciales de 1968 tras el asesinato de Robert Kennedy. Humphrey propugnaba la «política de la alegría», una retórica insustancial que no impidió su derrota frente al republicano Richard Nixon.
4: Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales. 


Yippie! Una pasada de revolución: un volcán en erupción


(Prefacio escrito en 2005 por Harvey Wasserman para una edición estadounidense de Yippie! Qué pasada de revolución, de Abbie Hoffman) 

¡Abbie! ¡¡Abbie!! ¡¡¡Abbie!!! ¿Dónde estás, joder?


¿Una pasada de revolución? Pues claro.


Solías gritar que los «ismos» están pasados de moda. Si Yippie! fuera un ismo, sería anarquista. Pero a ti no te gustaría. Una etiqueta así sería demasiado convencional. Entendías de cabo a rabo —los estudios en Brandeis y toda tu preparación académica— lo que representaban en realidad todos esos ismos y cómo se podían utilizar en su momento y lugar. Y sabías que, pese a todo, quizá tenían algo que ofrecer. Pero gracias a todo el ácido que tomaste

Postpunk: Romper todo y empezar de nuevo

Portadón y librazo (no lo hemos leído pero tiene buenísima pinta) que se han marcado en Caja Negra: Postpunk: Romper todo y empezar de nuevo, de Simon Reynolds, y que si no nos equivocamos en castellano ha salido antes en Argentina, de la mano de la editorial NE (responsables de la portada entre otras cosas). Según Caja Negra, por aquí se publicará en breve...




Banda sonora yippies: Phil Ochs, "el Dylan rojo".

Recuperamos para nuestra banda sonora yippie este artículo sobre Phil Ochs, "el Dylan rojo", firmado por Manuel de la Fuente (publicado en el ABC el 19/12/2012 con motivo del aniversario de su nacimiento), en el que se menciona su célebre participación en los disturbios de la Convención Nacional Demócrata de Chicago en 1968. La foto pertenece a su actuación contra la Guerra de Vietnam que tuvo lugar en Nueva York. Incorporamos también el enlace de un video de YouTube con unas fabulosas imágenes de su participación en los eventos de Chicago.

"Phil Ochs tenía la lengua muy larga. Más que Dylan con el que siempre se le comparó. Y más afilada. Y más triperina. Dylan fue un cantante protesta, pero aquello solo fue una estación más en su camino. Apuntaba (y tiraba) hacia muchas más dianas que Phil, y no solo políticas. Sus canciones fueron himnos cuando Bob lo creyó necesario. Luego sus infinitas lecturas le harían tomar otros caminos. Inabarcables, generalmente. Hasta hoy mismo, que por ahí sigue con sus salmos, sus letanías, su literatura hecha rock and roll

Phil Ochs se lo montó más a lo claro. Política hecha folk, como hicieran los maestros Woody Guthrie y Pete Seeger, que también, sobre todo el primero, lo había sido de Dylan. Ochs no cantaba metáforas, ni entonaba parábolas. Lo decía todo por las claras, y las respuestas no estaban «blowin in the wind» sino en la lucha.

Ochs era un texano de El Paso, donde nacía tal que un 19 de diciembre de 1940. No tuvo una buena infancia, ya que su señor padre había vuelto más que tarumba de la Segunda Guerra Mundial. De peque, los ídolos de Phil eran John Wayne y Audie Murphy, un héroe de guerra con todas las condecoraciones habidas y por haber que tras la contienda se fue a vivir a Hollywood.

Canciones como dardos

A finales de los años cincuenta, Ochs ya era moderadamente popular en los garitos de Greenwich Village, donde se cocía la música más vibrante del momento, y por donde también pasaría Dylan al poco de llegar Nueva York. Ochs no hacía muchos amigos cantando: la oligarquía, el poder, el imperialismo, la reacción y la Guerra del Vietnam desde que comenzó fueron las dianas sobre las que arrojó los dardos de sus canciones. Eran sencillas, escuetas, panfletos rimados y melódicos, decían mucho y además eran bonitas. 

Ahí quedan títulos como «Ringing of revolution», «Ain't Marching Anymore», «What are you fighting for?» y «Remember me»: «Oh, i am the unknown soldier who died in world war two. / I didn't want to fight, it was the only thing to do. / I was the victim of a world that went insane / Will you show me that i didn't die in vain. / Remember me, when the crosses are a burnin' /. Remember me, when the racists come around. / Remember me, when the tides of peace are turnin / Remember me and please don't let me down». 

El momento más reconocido de su carrera llegaría a finales de los años sesenta cuando fue, por ejemplo, uno de los protagonistas de los disturbios que tuvieron lugar a finales de agosto de 1968 durante la Convención Nacional Demócrata celebrada en Chicago. 

Pero llegados los 70, la luz de Phil Ochs se fue apagando. Alcohólico y arrastrando un grave problema de trastorno bipolar, muchos cuentan que jamás superó el ser considerado menos importante que Dylan. El 9 de abril de 1976 puso fin a sus penas ahorcándose".


La herencia yippie: reseña de Yippie! Una pasada de revolución en Rockdelux

(reseña de Yippie! Una pasada de revolución por Jaime Gonzalo, publicada en el Rockdelux de septiembre)
Yippie protestando contra el Poder Cerdo.

Si la política es la ciencia de reírse con alevosía del ciudadano y vivir a sus expensas, ya que no parece factible invertir la segunda de esas premisas, se podría aliviar a las masas, invirtiendo la primera. Imaginemos que en los próximos comicios presentamos de alternativa a la rotación Rajoy-Rubalcaba un candidato de la especia porcina, o en su defecto a un tal señor Nadie bajo el lema "Nadie es perfecto", simbolizando que mejor estaríamos desgobernados o gobernados por un animal de bellotas que malgobernados. Tácticas en su día utilizadas por los yippies y que hoy, revolcándose la política y los políticos en el más profundo charco de purines jamás sondado, se perfilan como una de las herencias contraculturales más susceptibles de reciclaje. Al menos nos reiríamos.

Inspirada a partes iguales en la filosofía de la gratuidad de los diggers y la performance satírica de los provos, la aparición en el Lower East Side neoyorquino del Youth International Party en 1967 supondría una de las más efectivas aplicaciones del teatro de guerrilla a las teorías mediáticas de McLuhan. Críticos tanto con el sistema como con el capitalismo hip, con sus acciones los yippies armaron mucho ruido y lograron elevar a dos de sus principales dirigentes a la categoría de iconos. Ambos, Abbie Hoffman (1936-1989) y Jerry Rubin (1938-1994), terminaban por dar un giro ideológico cuando menos discutible.

De la cuantiosa bibliografía que legaron, Revolution for the Hell of It (1968) fue el segundo que publicó Hoffman y el último que firmó con seudónimo ("Free", en este caso). Guía personal de sus avatares en el activismo y descrito por The New York Times como "una receta para diversión privada y desastre público", es ahora traducido al castellano como Yippie! Una pasada de revolución con la intención de hacer reflexionar al lector sobre el presente a partir de las experiencias de un pasado que sigue recordándonos que vivimos en un continuum, condenados a repetir la historia que desconocemos.

La fiesta de los yippies (y la resaca hipster): Miqui Otero sobre los yippies

 

Do you have a movement? / Yeah, it’s called dancing”. Abbie Hoffman, 1968.

“Hacer el tonto es la búsqueda sin cesar de una vida libre de arrepentimientos. Lo inteligente puede tener el cerebro… pero lo estúpido tiene pelotas. Lo inteligente puede reconocer las cosas por lo que son. Lo estúpido ve las cosas como deberían ser. Lo inteligente critica, lo estúpido crea”. Campaña de Diesel Be Stupid, 2010.

1. Juego de conexiones
“Do it!”, Jerry Rubin.
“Just do it!”, Nike.

En 1972, sólo un año largo después de que Jerry Rubin, líder yippie y uno de los activistas más carismáticos y ocurrentes de la contracultura, publicara su libro Do it!, nacía la marca Nike. Traducido hace tres años al español por la editorial Blackie Books, que lo relanzará en breve, quería ser el manifiesto, y al mismo tiempo la crónica de las cuitas, de un movimiento de hijos de Marx y la Coca-cola que había sabido colocar el espectáculo en el centro de su discurso y usar a los mass media para filtrar su mensaje. We are not leaders, we are cheerleaders, solían decir.

El 1 de julio de 1988 la firma de ropa deportiva lanzaba su campaña más exitosa con el lema Just do it! En uno de sus primeros anuncios, el gancho se cocinaba

(Continúa leyendo el artículo)

(Artículo de Miqui Otero publicado en El Confidencial)


Las aventuras de los yippies (5): el teatro del juicio de los 8 de Chicago


(En El nuevo teatro norteamericano,  Franck Jotterand, dedica una sección a los yippies y, tras un breve repaso a la acción en la Bolsa de Nueva York y la contracumbre de Chicago, se centra en la teatralización que los yippies Abbie Hoffman y Jerry Rubin hicieron del posterior juicio conocido como los Ocho de Chicago; la edición española de la que sacamos este fragmento es de Barral Editores, 1971, con traducción de Jordi Marfá)

Los Ocho de Chicago. Rubin y Hoffman son los dos primeros de la fila superior.
Un día, una lluvia de billetes cayó sobre la Bolsa de Nueva York, desde lo alto de la galería reservada a los visitantes. Los agentes de bolsa, que jugaban con millones de dólares, se peleaban como carreteros para coger uno o dos puñados: "¡Mirad! ¡Norteamérica está loca!", gritaba un joven con largas greñas, autor de este 'event'. Era Abbie Hoffman, uno de los creadores del Youth International Party (Partido Internacional de la Juventud) fundado a principios de 1968 y más conocido con el nombre de YIP (sus afiliados son los yippies; "Y" es, asimismo, el símbolo de la paz: representa a un hombre con los brazos en alto). Hoffman, expulsado del Stock Exchange, regresó algunos días después y quemó un billete de veinte dólares sobre la acera de Wall Street. La policía tuvo que intervenir para prevenir un tumulto. A partir de entonces la galería de los visitantes está cerrada por un cristal y los yippies han adquirido una celebridad internacional gracias al proceso de Chicago, que finalizó con su puesta en libertad provisional, bajo fianza, después de varios meses de happenings y espectáculos diversos. "Nuestro movimiento es teatro guerrillero -dice Jerry Rubin, uno de los líderes yippies-. Nuestras tácticas son las crisis, las sorpresas, los efectos teatrales, los cambios brutales en los sistemas de referencias." Estos juegos son peligrosos, incluso en un país democrático. El año pasado Jerry Rubin decía: "Si seguimos actuando de esta forma pronto seremos encarcelados o asesinados. Si reducimos la velocidad de nuestro movimiento acabaremos en el pellejo de los buenos liberales. ¡Qué elección: la cárcel, la muerte o el liberalismo!".

Para comprender estas alusiones debemos referirnos a la obra de Noam Chomsky La responsabilidad de los intelectuales en la cual el profesor de Harvard explica que los progresistas en los Estados Unidos no han hecho nada contra la guerra del Vietnam o la separación de Norteamérica en dos naciones: blanca y negra. Los intelectuales han creído en el valor de las reformas; despreciando la acción directa, trasladando sus problemas al plano intelectual, asustados por la violencia del Black Panther Party y la toma de las universidades por parte de los estudiantes extremistas del SDS, han acabado por afianzar, involuntariamente, el régimen de Johnson. 


En el interior de este marco se comprende la acción de Jerry Rubin. Yo le conocí, con su actitud alerta y sonriente, su poblada barba y sus desordenados cabellos, en la primavera de 1968, cuando estaba preparando la convención de Chicago. "Seremos 100.000", decía. Yo no le creí. Después de la efímera aparición de los hippies, el asesinato de Martin Luther King parecía indicar el fin de las esperanzas por el advenimiento de la paz y la igualdad racial. "Love! Freedom now!" Los slogans se borraban del corazón ante el ruido de los disturbios. Estaba equivocado. Tal vez no había más de 2.000 yippies en Chicago, pero la publicidad dada a su acción por Hoffman y Rubin hizo que el alcalde ordenara tal concentración policíaca que los enfrentamientos tuvieron el aspecto de una guerra de generaciones. Rubin demostró una vez más su sentido del teatro. Al elegir para su "Festival de la Vida" el lugar de la Convención demócrata, sabía que podría contar con la presencia de la prensa y de las cadenas televisivas de toda Norteamérica. Pero no podía prever que sería acusado, junto al pacifista David Dillinger, el profesor de química Abbie Hoffman, un sociólogo y dos miembros del SDS, de haber fomentado una conspiración contra los Estados Unidos y de "haber atravesado los límites de un Estado con la intención de provocar disturbios en él". 

Los hombres de leyes norteamericanos se preguntaron si el proceso se llevaría a cabo. ¿Sacaba algún provecho el gobierno Nixon al juzgar a hombres cuyas actividades no habían ido más allá de las habituales manifestaciones públicas: discursos, desfiles, cantos y slogans? Además, la segunda acusación se basaba en un mandato adoptado en 1968 para impedir a los conductores de los movimientos negros desplazarse de una ciudad a otra. Los juristas menos sospechosos de liberalismo estimaban muy difícil juzgar las "intenciones" de un hombre y consideraban ese mandato casi como no legal, y de naturaleza claramente política. El gobierno no hizo caso. El proceso se celebró en Chicago. Y se desarrolló según los métodos del teatro guerrillero. 

Jerry Rubin ya había dado testimonio de su habilidad en esta materia. Hijo de un conductor de camión de Cincinnati, periodista por afición al reportaje, partidario, de la droga para "desembarazar a la humanidad de sus inhibiciones y crear al hombre nuevo", después de un viaje a la India se había unido a los rebeldes de la Universidad de Berkeley y se había presentado a las elecciones para alcalde de la ciudad, obteniendo el 22 por ciento de los votos. Convocado a Washington por la Comisión de actividades anti-norteamericanas (HUAC, la organización maccarthysta), la primera vez se presentó con el uniforme de la guerra de la Independencia, la segunda, con el torso desnudo, elrostro y el cuerpo pintados, el pijama vietcong, cartucheras en bandolera, un fusil de juguete en la espalada y una boina estilo Guevara en la cabeza; la tercera vez, vestido de Papá Noel. Fotos en las revistas, entrevistas en la televisión: el éxito fue total, y los periódicos colocaron estos titulares en la primera página: "La HUAC expulsa a Papá Noel". En Chicago, el espectáculo fue permanente. Abbie Hoffman y Rubin se presentaron vestidos de jueces. Lanzaban besos a los asistentes, hacían piruetas con las manos y obligaron al juez a representar el papel de payaso que se le había atribuido, obligándole a poner de manifiesto, desde un principio, su odio hacia los acusados: el juez hizo atar y encadenar en su silla a Bobby Seale, del Black Panther Party, y provocó la reprobación de la Asociación norteamericana de abogados cuando condenó a seis meses de cárcel a uno de sus colegas, William Kunstler, por atentado a la dignidad de la corte. 

Norteamérica, país en el que la información es la más variada del mundo, seguía los debates divertida o indignada. Finalmente, el jurado se separó en dos sectores: ocho de sus miembros eran favorables a la condena, por las dos acusaciones, y otros cuatro se inclinaban por la libertad incondicional. Puesto que el veredicto debía pronunciarse por unanimidad, se llegó a un compromiso: absolución sobre el primer cargo, condena a cinco años de cárcel para cinco de los acusados por el segundo cargo (atravesar el límite de un Estado). "Esta noche, nuestro jurado estará en las calles", dijo uno de los condenados. Las manifestaciones estallaron en diversos puntos de los Estados Unidos -según la táctica de guerrillas: grupos de unos cincuenta jóvenes hostigaban a la policía, desaparecían, y reaparecían en otro lado. "Este proceso es un escarnio de la justicia -dijo John Lindsay, alcalde de Nueva York-; esta nación parece encaminarse hacia un nuevo periodo de represión, el más peligroso que se ha dado en mucho tiempo." Lindsay aludía al maccarthysmo, cuya amenaza sienten pesar sobre ellos los liberales. 

Los cinco condenados de Chicago fueron puestos en libertad provisional por el Tribunal de apelación, por unanimidad, bajo fianza de 155.000 dólares. El hecho de haber podido reunir esta cantidad demuestra la fuerza de la resistencia de los norteamericanos frente a la arbitrariedad. La mayoría de ellos desaprueban, ciertamente, la "revolución" de Rubin, Hoffman y sus amigos. Pero temen aún más el retorno a los procesos políticos de los años 20 y de los años 50. 

El proceso de Chicago nos interesa desde varios puntos de vista. En el plano teatral, demuestra la importancia del teatro de guerrilla, derivado de los happenings y de los 'events' que son acciones breves, brillantes, que recuerdan las actividades de los dadaístas alemanes, más politizados que los franceses (Max Ernst dirigió un periódico de vanguardia comunista y Piscator, el gran director, estuvo influenciado por Dadá en sus espectáculos de agit-prop). El proceso parece dar la razón a los teóricos que creen que en una sociedad unidimensional solo la acción de los grupúsculos es inadaptable. ("Nuestro gran temor es ser integrados por los mass media, convertirnos en los payasos del Establishment", afirma Jerry Rubin.) Y asimismo, pone a prueba el vigor de ciertas formas de democracia norteamericana. 

Si la televisión transforma el escenario político en un espectáculo permanente, favorece, a su vez, la participación del telespectador mediante unos debates cuyo tono no tiene equivalente en Europa. Tampoco lo tiene su estructura: los ataques que ha sufrido por parte del vicepresidente Agnew prueban la independencia de la televisión norteamericana. Siete cadenas que compiten por una información mejor, dan a la democracia sus mejores garantías. "Norteamérica está loca", dice Rubin. Tenemos que utilizar algunos granos de su locura. 


¿Tiene futuro el happening? Jerry Rubin pretende, junto con John Cage, "despertar a los individuos a la realidad que les rodea, ¿pero es cierto que la realidad norteamericana es demencial? En algunos años, el happening, al igual que la situación política de los Estados Unidos, se ha degradado hasta los gestos irrisorios de los yippies: "Únicamente un niño podría reaccionar con naturalidad frente a nuestra civilización -dice Rubin-. ¿Qué puede decir un profesor de Harvard de los bebés quemados con napalm? ¿Qué puede saber un hombre rico de la pobreza negra?" Cuando se inició en el Black Mountain College, en 1952, el happening era un esfuerzo confiado para poner los recursos de la tecnología al servicio de todos los hombres, y hacerles conscientes, merced a los medios artísticos -cine, danza, poesía, teatro, música- de las riquezas cambiantes y múltiples de la existencia. El happening transformó la electrónica en un arte popular -los light shows- y sirvió para los armoniosos juegos de la nueva democracia; su principio zen y anarquista de participación y creación espontánea chocó contra las estructuras mecánicas de la sociedad que los estudiantes del SDS, los partidarios de la paz, los hippies y, posteriormente, los yippies intentaron abatir y transformar, recurriendo a los 'events'. El espíritu del happening inspiró al teatro el descubrimiento del espacio y de una nueva actitud respecto al público, paralelamente a los esfuerzos del Living y del Open-Theatre que intentaban a través de Brecht, Artaud o de técnicas próximas a la tradición de Cage, poner a punto la improvisación colectiva.

Las aventuras de los yippies 1: Levitando el Pentágono
Las aventuras de los yippies 2: Tirando dinero en la bolsa
Las aventuras de los yippies 3: Vota al Cerdo
Las aventuras de los yippies 4.1:  El Festival de la Vida
Las aventuras de los yippies 4.2: El Festival de la Vida según Norman Mailer
Las aventuras de los yippies 4.3: El OM de Allen Ginsberg frente a las porras

Las aventuras de los yippies (4.3): El Festival de la Vida - El OM de Allen Ginsberg frente a las porras



(Continuamos con las acciones de los yippies y la brutal represión policial durante la Convención Demócrata de Chicago en 1968. Recurrimos de nuevo a un fragmento de Norman Mailer y su Miami y el sitio de Chicago -publicado en Capitán Swing, con traducción de Antonio G. Maldonado-, ilustrado con un vídeo de Allen Ginsberg y los yippies en la playa del lago Michigan poco antes de la batalla de Chicago; cerramos la entrada con la descripción de la escena junto al lago por el propio Abbie Hoffman en Yippie! Una pasada de revolución.)


OM FRENTE A PORRAS (Norman Mailer)

[...] Sin embargo, muchos de los que se quedaron eran en teoría pacifistas, manifestantes admiradores de Gandhi -defendían la no violencia, la interposición mística de los cuerpos frente al ataque, como si la violencia del enemigo pudiera aplacarse mediante la acción espiritual de resistir pacientemente, resistir pasivamente los miles, las decenas de miles, los cientos de miles de golpes recibidos a lo largo de los años-. Ahora era Allen Ginsberg el que les dirigía la palabra.

La policía, mirando a través de las viseras de plexiglás, que habían bajado de los cascos, se vio obligada a contemplar al poeta, calvo, con los ojos agrandados por las gafas con monturas de carey, y una espesa barba oscura, mientras pronunciaba su discurso con voz de rana. El lunes por la noche y el martes por la noche le habían rociado gas, y había estado en la playa de madrugada, leyendo los tantras hindúes a algunos yippies. La unión de sus cantos y los gases le había arruinado por completo la voz, su preciosa voz. Uno de los instrumentos más poderosos e hipnóticos del mundo occidental había quedado reducido a los estertores de una garganta resentida, en carne viva.

Lo mejor que podéis hacer -les decía Ginsberg- en casos de histeria, angustia o miedo, sigue siendo cantar OM, todos juntos. Ayuda a aquietar los cosquilleos en el estómago. Uníos a mí, voy a intentar enseñaros.

La multitud siguió a Ginsberg. Aquélla era una generación dispuesta a probar cualquier idea, cualquier droga, cualquier forma de acción -incluso es posible que hubiera intentado colocarse con gas lacrimógeno durante los últimos días-, de modo que repetían OM.

LÁGRIMAS AL AMANECER (Abbie Hoffman)

El martes por la mañana hace fresco. Convenzo a los polis que me siguen para que me lleven a North Beach. Camino por la arena y me arrodillo junto a Ginsberg, cantando «Hare-Hare, Hare-Hare, Krishna». Voy con la chaqueta de karate, la porra y el casco. Me siento como un samurai en una iglesia. Es un grupo pequeño y están temblando, cubiertos con unas mantas. Contemplo las olas grises del lago Michigan desplegándose en la playa. Veo cuatro coches de policía aparcados en la carretera. Lloro lágrimas de verdad durante 10 minutos. Suelto un breve discurso diciendo que eso no sale en los telediarios, que esa noche eso no saldría en televisión ya que en su lugar habría violencia en las calles.

Me puso muy triste y me cagué en este puto país. Cuando me fui, los polis que me siguen dijeron:

—Qué extraño, ¿por qué vas a eso?
—Un buen político siempre va a la iglesia por la mañana —respondí.

Las aventuras de los yippies 1: Levitando el Pentágono
Las aventuras de los yippies 2: Tirando dinero en la bolsa
Las aventuras de los yippies 3: Vota al Cerdo
Las aventuras de los yippies 4.1:  El Festival de la Vida
Las aventuras de los yippies 4.2: El Festival de la Vida según Norman Mailer

Las aventuras de los yippies (4.2): El Festival de la Vida, según Norman Mailer

(Si antes dejamos que Abbie Hoffman y Jerry Rubin nos acercaran a la 'contracumbre' de Chicago en el 68,  ahora vamos a darle la palabra a Norman Mailer,  que nos describa los acontecimientos, en otro fragmento del muy recomendable Miami y el sitio de Chicago, publicado en Capitán Swing, con traducción de Antonio G. Maldonado; por otra parte, al leer el texto -al igual que con los otros textos de Mailer que hemos subido al blog, es fácil comprender por qué Hoffman lo admiraba tanto y llegara a decir que era "el mejor periodista de Estados Unidos".)
 
[...] se había librado una batalla en el Lincoln Park y los yippies habían sido expulsados finalmente, mucho después de la hora límite de las 23:00, con gases lacrimógenos. Y, lo que era mucho más llamativo, que algunos cronistas y fotógrafos de la prensa, pese a exhibir sus credenciales, habían sido golpeados junto al resto. El lunes por la noche la ciudad estaba cubierta por una atmósfera de guerra. En los corralones, varias horas después de que la convención diera comienzo a sus sesiones, las calles estaban vacías except5o por las patrullas y las barricadas de la policía que controlaban todas las vías de acceso. El hedor de los corralones era fuerte esa noche, y en un barrio cercano, donde el alcalde tenía su casa, una pequeña casa de madera como las del resto de vecinos, la sensación de Chicago como una ciudad en la llanura (semejante a cualquier de las pequeñas ciudades ferroviarias de Dakota del Norte o Nebraska) se venía a la mente, y en las luces mortecinas de las calles, y en las calladas aceras, porque casi nadie salía a la calle en esa zona, las cosas eran de un marrón ubicuo y el miedo que encerraban casi podía palparse desde fuera. El burgués medio de Chicago, maldito con esa mediocre cultura punzante de la religión americana, que cubría como un manto húmedo la mentalidad de los americanos, carecía de aquellos bulevares y mansiones y monumentos de la mente que una cultura real ofrece a la paranoia colectiva para su enriquecimiento; no, los habitantes de Chicago, escondidos aquella noche de lunes (tal y como lo harían el martes por la noche, y el miércoles por la noche, y el jueves por la noche) en sus casas, estaban esperando una explosión de los negros, o una avalancha de yippies que tomara por la fuerza la pureza de sus trincheras familiares. De modo que el miedo estaba en esas calles vacías, así como la rabia de la ciudad ante su propio medio, una rabia que no se rebajaría con medidas menos drásticas que las de una tiranía.

Más de diez kilómetros hacia el noreste, tanto como desde Greenwhich Village hasta el centro de Harlem, en el Lincoln Park, se habían encendido los fuegos de los hombres prestos para luchar. Eran más de las 23:00, cerca de la medianoche, ylos patrulleros circulaban por doquier, y había pelotones de policías en cada manzana, tan numerosos que parecían ir a un desfile. En el prado entre la calle North Clark y la avenida La SAlle, donde el periodista había estado escuchando música la tarde del día anterior, había unos pocos cientos de personas dando vueltas, remozando. En la oscuridad era imposible saber cuántos eran. Quizá hubiera unos mil en todo el parque, jóvenes listos para la acción, con toda la variedad de emociones entremezcladas, el miedo tan puro como el de los esquiadores ante una pendiente pronunciada y una alegría pujante y loca, como la de los estudiantes que preparan bromas pesadas en los dormitorios de sus compañeras y les roban las bragas, y sin embargo, la noche estaba cargada de horror, sí, sobre todo cargada de horror, como si un espeluznante accidente de coche hubiera tenido lugar pocos minutos antes y la gente tuviera miedo de que en el próximo recodo del camino pudieran salirle al paso cuerpos envueltos en mantas manchadas de sangre. Muy cerca, la luz azul de un patrullero giraba en las tinieblas, la amenazadora luz azul dando vueltas de trescientos sesenta grados, una y otra vez, y también una luz blanca plateada que perforaba la retina, en los intervalos, iluminando los rostros de aquellos muchachos que aún no habían cumplido veintidós años, algunos ni siquiera veinte, algunos envueltos en mantas indias, otros en ponchos, otros con camisas blancas y pantalones caqui, arremangados, algunos con sudaderas, otros con cascos de moto, otros con cascos de fútbol, una o dos casacas de esgrima, y el presentimiento de unos pocos con armas privadas, muchachos con navajas que se deslizaban, entrando y saliendo, emitiendo ese humo de la acción que se lleva de noche en noche en el frío electrificado de la sangre.


Las aventuras de los yippies 1: Levitando el Pentágono
Las aventuras de los yippies 2: Tirando dinero en la bolsa
Las aventuras de los yippies 3: Vota al Cerdo
Las aventuras de los yippies 4.1:  El Festival de la Vida

Bibliografía Yippies y Contracultura 60: "Los Ejércitos de la Noche", de Norman Mailer.

Aquí os dejamos la primera entrega de tres que vamos a dedicarle a esta obra de Norman Mailer que fue galardonada con los Premios Pulitzer y Nacional de Novela, inspirada en la célebre "Marcha sobre el Pentágono" del 21 de octubre de 1967, en la que los Yippies (y no los yuppies, como pone en la contra de la edición de Anagrama, ni tampoco los "hippies" como pone en el interior: se ve que el traductor consideró que era repetida errata de Mailer y traduce indistintamente y sin conocimiento, cada vez que aparece el término "yippie" por "yuppie" o "hippie", all right!) tuvieron una especial participación.
 
 
  Los ejércitos de la noche
de Norman Mailer.
Traducción de Jesús Zulaika
En este primer texto que seleccionamos Norman Mailer se refiere a Rubin y justifica su protagonismo (de Mailer) en la Marcha:
"[...] La Marcha sobre el Pentágono que nos ocupa fue un acontecimiento ambiguo cuya esencial validez o sinrazón quizá no pueda enjuiciarse hasta dentro de diez o veinte años (o tal vez nunca). Así, asignar el protagonismo en nuestro fresco a las cabezas, organizadores o inspiradores de la Marcha (hombres como David Dellinger o Jerry Rubin) podría al cabo resultar engañoso. Eran hombres serios, hombres dedicados por entero a un trabajo arduo y minucioso; pero su papel central en el evento -por central, precisamente- difícilmente serviría para disipar la ambigüedad. Era preciso, por tanto, un testigo ocular que hubiera participado pero no en calidad de militante oficial; alguien, además, no sólo implicado en los hechos, sino ambiguo él mismo, un héroe cómico, o en otras palabras alguien incapaz de elucidar satisfactoriamente la naturaleza de su implicación: ¿es en definitiva cómico, un afigura ridícula con connotaciones bufo-heroicas, o no carece de heroísmo y se ha visto sumido de forma un tanto trágica en lo cómico? ¿O se dan en él ambas cosas a la vez, y simultáneamente? Tales interrogantes -probablemente tan difíciles de resolver como las propias ambigüedades del acontecimiento- ayudarán al menos a volver a situar con precisión la ambigüedad del evento y sus monumentales desproporciones.

 
Mailer es un personaje de monumentales desproporciones, y -lo quiera o no- sirve por tanto de puente -muchos dirían de pons asinorum- de acceso a la casa de locos, a la mansión de locos de aquel momento histórico en que una muchedumbre de ciudadanos -no más que un tropel, de hecho- marchó sobre un bastión que simbolizaba el poderío militar del país, en un acto encaminado no a tomarlo sino a herirlo simbólicamente (las defensas del bastión reaccionarían como si una herida simbólica pudiera resultar tan mortal como cualquier estrago bélico real). En plena era tecnológica, ya cercana a su apogeo, volvía a ponerse en vigor un modo bélico medieval, o aún más, primitivo, y las naciones del mundo contemplaban la situación con gesto grave. O el siglo se atrincheraba cada día más en el absurdo o el absurdo daba muestras de poseer los misterios nutritivos de una médula que aún alimentara a los ejércitos del absurdo. Así, si el acontecimiento tuvo lugar en una de las "casas de los disparates", o en la "casa de los disparates" de la historia, sería justo que el ambiguo héroe cómico de tal historia no sólo no quedase orillado en ella, sino que fuera un egotista de las más inquietantes desproporciones, escandalosa y a menudo infelizmente autoafirmativo, aunque poseedor del desapego clásico del rigor (porque era un novelista y necesitaba por tanto estudiar todo rasgo de belleza, nobleza, frenesí y necedad en los otros y en sí mismo). Como mejor quiere estudiarse a sí mismo, se encuentra a sus anchas en la sala de los espejos, pues tiene el hábito -e incluso el talento- de contemplarse a sí mismo. Si la historia habita en una "casa de los disparates", el egotismo es quizá la única herramienta que queda en manos de la historia.

Hagamos, pues, que nuestro héroe cómico sea el vehículo narrativo en la citada Marcha sobre el Pentágono [...]".

Debord y el «grand style»

Décima entrega de la selección de textos que estamos subiendo al blog de Los situacionistas de Mario Perniola, que hemos reeditado en Acuarela Libros. Este fragmento corresponde al epílogo del libro, donde Perniola ofrece una valoración más global de los situacionistas y un recorrido personal de su encuentro con el movimiento y, en este caso, con Guy Debord.

[...] el distanciamiento respecto de la subjetividad era una cualidad exclusiva de Debord y constituía el aspecto fundamental tanto de la fascinación como de la hostilidad que suscitaba. Durante la segunda mitad del siglo veinte, Debord ha sido la personificación del gran estilo. «Doctor en nada» pero maestro de los ambiciosos, amigo de los rebeldes y de los pobres, pero secretamente admirado por los poderosos, un hombre que suscitó grandes emociones, pero sin embargo era frío y distanciado de sí mismo y del mundo. Tal es, de hecho, la primera condición del estilo: el distanciamiento, la lejanía, la suspensión de los afectos desordenados, de la emotividad inmediata, de las pasiones sin freno. Debord ha sido una figura clásica, en absoluto romántica.

El distanciamiento en el caso de Debord se manifiesta antes que nada en forma de una completa y total extrañeza frente al mundo de la universidad, de la edición, del periodismo, de la política y de los media; frente a todo el establishment cultural, Debord nutre el más profundo disgusto y el más radical desprecio. No menos absoluta es su repugnancia por todo lo mundano, por la frivolidad snob que coquetea con el extremismo revolucionario –el así llamado «radical chic»–. A fin de cuentas tanto desdén no reposa ni tan siquiera sobre el confort de un patrimonio heredado: en este sentido Debord afirma haber «nacido virtualmente arruinado». En una época en que los ambiciosos están dispuestos a todo por el poder político y el dinero, la estrategia de Debord hace palanca sobre un solo factor: la admiración que su modo de ser suscita en aquellos que consideran el poder político y el dinero como beneficios secundarios con respecto a la excelencia y su reconocimiento. El tipo de superioridad a la que aspira esta estrategia no es muy diferente de aquella que anhelaban algunos filósofos antiguos, como Diógenes, para los cuales la coherencia entre los principios y la conducta constituía lo esencial. Sin embargo, la fuente de donde bebe no es tanto de tipo ético como estético: es en la revuelta poética y artística donde hay que buscar la tradición en cuyo seno se sitúa Debord. Dicha tradición, que encontró en las vanguardias del siglo veinte un desarrollo extraordinario, se remonta nada menos que al Medioevo: el gran poeta francés del siglo XV, François Villon, representó el modelo de un encuentro entre cultura y conductas alternativas (y en su caso incluso criminales) que se ha transmitido a través de los siglos.

A todo esto se añade también la lejanía de todas las organizaciones y tendencias político-revolucionarias predominantes en la época. El camino que eligió Debord lo condujo a un total rechazo de cualquier posición leninista, trotskista, maoísta y tercermundista. Al mismo tiempo, sin embargo, Debord también tomó distancias con respecto al anarquismo, que abandona al ser humano al capricho individual: para él no cabe duda de que el punto más alto de la teoría revolucionaria lo alcanzó Marx, no Bakunin. Si por «político» se entiende la distinción entre «amigo» y «enemigo», unida al esfuerzo de ampliar el número de los primeros, hay en Debord un radical «apoliticismo» que conduce al aislamiento. Ésta, por otra parte, fue una de las razones que llevaron a la ruptura de mi relación con él en la primavera de 1969.

Lo cierto es que la aprobación y la afectividad obtenidas a través de la simpatía, del acuerdo y de la buena disposición para con los demás no eran cosas que entraran en absoluto dentro del estilo de Debord, que en este punto seguía la opinión de Nietzsche según la cual «el gran estilo excluye al agradable». En una época que ha hecho de lo adaptable y de la desenvoltura las cualidades más apreciadas, Debord se pone frente a sus contemporáneos con aspereza, con rudeza y hoy por hoy es el único estilo

Las aventuras de los yippies (4.1): El Festival de la Vida


(textos sobre el teatro guerrilla de los yippies frente a la violencia policial en 1968 en Chicago, de Jerry Rubin, Abbie Hoffman y Amador F-S; en la película Chicago 10 tenéis también una buenísima descripción del Festival de la Vida)

El Festival de la Vida (Amador Fernández-Savater)



Ahora lo llamamos «cumbre» y «contracumbre». En el verano de 1968, el Partido Demócrata organizó una convención en Chicago con el fin de elegir candidato para las elecciones presidenciales de 1968, tras la súbita renuncia de Lyndon B. Johnson («¡se ha vuelto un dropout!», decían los yippies) y el asesinato de Robert Kennedy. Podríamos considerar la contracumbre entera como una acción yippie.



En primer lugar, se escenificó la confrontación entre mundos.La propuesta yippie era celebrar un Festival de la Vida ininterrumpido durante tres días en el parque Lincoln, «una obra de teatro revolucionario para sustraer a las masas de jóvenes alienados a sus padres, a sus maestros y a Amérika como un todo». Allí pretendían que estuviese presente toda la cultura alternativa: desde los grupos musicales de referencia ofreciendo conciertos gratuitos hasta poetas-profetas célebres como Allen Ginsberg, pasando por los mejores grupos de teatro-guerrilla y toda la droga disponible.

Cabalgando a Logan

El Festival de la Vida debía mostrar y comunicar al mundo entero la belleza exuberante de la cultura juvenil alternativa frente a la Convención de la Muerte donde se decidía la continuación de la guerra de Vietnam. Se trataba de dramatizar las divisiones culturales que atravesaban entonces el país y dar a escoger: «Chicago es una obra moral de teatro religioso que aborda emociones humanas elementales, pasadas y futuras: juventud y vejez; amor y odio; bien y mal; esperanza y desesperación; yippies y demócratas». Estar fuera tiene que ser más atractivo que estar dentro.



En segundo lugar, los yippies construyeron un perfecto evento mítico. Meses antes, utilizaron las negociaciones con las autoridades para crear expectativas sobre lo que estaba por venir. El alcalde Daley denegaba el permiso para instalarse en el parque Lincoln, los yippies escandalizaban con su propuesta de actividades, Allen Ginsberg cantaba «Hare Krishna» en medio de las negociaciones, la tensión en torno al evento crecía y crecía. Manipulando el ansia de morbo de los media, los yippies lanzaron rumores disparatados que la prensa recogía y amplificaba encantada: «los yippies proyectan echar grandes cantidades de LSD en el agua», «los yippies han pintado sus coches como taxis, secuestrarán a los delegados de la Convención y los soltarán en Wisconsin», «los yippies disfrazados de Vietcong piensan repartir arroz y besar a los niños por la calle», etc. La imaginación se excitaba más y más.


El teatro-guerrilla y el humor hicieron su aparición ya en pleno evento, cuando los yippies promovieron a un cerdo, de nombre Pigaso, para candidato demócrata. La campaña fue tumultuosa y muy corta, todos acabaron entre rejas, incluyendo al cerdo. Así lo narra Jerry Rubin en Do it!: «“La democracia en Amérika es de chiste”, grité mientras nos maniataban. “Ni siquiera se le permite a nuestro candidato pronunciar su discurso.” Nos llevaron a comisaría y cuando llevábamos un rato, un policía entró y nos dijo: “Malas noticias, se enfrentan todos ustedes a cargos muy graves”. “Maldita sea, pensé yo, ¡el cerdo ha cantado!”»



Por último, en Chicago los yippies desplegaron a gran escala la táctica de la provocación/reacción: provocar al poder hasta obligarle a mostrar su auténtico rostro represivo. «Anhelamos la represión para exponerla», escribió Rubin. Y porque además la confrontación intensifica la experiencia de comunidad. Los yippies estaban divididos, no sabían qué deseaban con más fuerza: si que el Festival de la Vida saliese adelante o que la policía impidiese por la fuerza su existencia. Esto último fue lo que ocurrió. A pesar de la poca gente que se congregó finalmente en la ciudad para la protesta y el festival, Chicago 1968 es un acontecimiento importantísimo en la historia amerikana porque fue casi enteramente televisado y la represión policial salvaje quedó a la vista de todos. «The whole world is watching»: antes de que se coreara en Génova en la contracumbre de 2001, los manifestantes de Chicago aullaron ese eslogan en otra ciudad sitiada durante el verano de 1968.

LA BATALLA DE CHECAGO (Extraido de Do It!, de Jerry Rubin, editado por Blackie Books, con traducción de Pablo Álvarez Ellacuria)

Lo primero que los amerikanos vieron al comienzo de la Convención Nacional Demócrata de 1968:

Doscientos pirados correteando por el parte. Estrafalarios, melenudos, chicos y chicas yippies enloquecidos practicando el baile de la serpiente japonés y pegándose con postes, aprendiendo a defenderse con una patada en los huevos de la poli mientras gritan: ¡WASHOI!

La policía de Checago está de guardia permanente frente los principales depósitos de agua de la ciudad para evitar que los yippies echen LSD en el suministro. La Convención Demócxrata arranca tras una alambrada. 

Y eso ha sido solo el principio.

El domingo oteamos Lincoln Park y contamos cabezas: unos dos mil o tres mil zumbados. Los organizadores agachamos la cabeza cariacontecidos. Habíamos soñado con que fueran a Checago quinientas mil personas. Contábamos con que acudiese cincuenta mil. Pero Daley [alcalde de Chicago] sopló y sopló y asustó a la gente.
[...] Pero aunque éramos pocos, éramos los duros: después de la campaña intimidatoria de Daley y el movimiento, ¿quién iba a acudir a Checago si no los peores, los tíos y tías más duros, locos e indómitos?

Y éramos malos hasta aburrir. Sucios, apestosos, mugrientos, obscenos, gritones, drogadictos, descreídos y enfundados en chaquetas de cuero. Éramos un auténtico espectáculo de mugre y dejadez, la encarnación misma del rechazo de los estándares de la clase media. 

Meábamos, cagábamos y follábamos en público; cruzábamos en rojo; abríamos botellas de coca-cola con los dientes. Íbamos constantemente colocados y probábamos todas las drogas conocidas.

Éramos las fuerzas proscritas de Amérika, en flagrante exposición frente a los ojos del mundo.

¡Toma ya! ¡El futuro de la humanidad estaba en nuestras manos! ¡Yippie!

[...] Al principio hubo quien tuvo reparo en llamar "cerdos" a la poli. Lo de "cerdo" era algo más propio de Berkeley y San Francisco, inspirado por los Panteras Negras. (...) Pero un vistazo a los enormes marranos de blanco y azul fue suficiente.
-¡Oye, esos gordinflas parecen cerdos de verdad!
-¡Y llevan dos pistolas! ¡Dos pistolas! Una para sacarla deprisa y otra para sacarla despacio!
Checago era el Salvaje Oeste.

El domingo por la noche un coche patrulla atravesó Lincoln Park. De todas partes surgió el rock'n'roll al estilo yippie: el ruido de las piedras aporreando la chapa de los coches patrulla y reventando parabrisas. Había comenzado la batalla de Checago.

Varias criaturas del pantano brumoso, máquinas grotescas y enormes como tanques fuertemente iluminados, entraron en el parque y dispararon un gas lacrimógeno que nos hizo vomitar.

Unos cerdos enmascarados, con aspecto de siniestros astronautas, abrían la carga: comealmas del infierno que convirtieron el parque en una piscina de gas.

Los yippies plantaron cara a la Gran Maquinaria hasta el último instante. Luego nos dispersamos por las calles gritando alegremente: "¡La calle es de la gente!".

Los yippies prendimos fuego a los cubos de basura, los volcamos sobre la calle, disparamos alarmas de incendio, entorpecimos el tráfico, rompimos ventanas a pedradas y creamos el caos de cien maneras diferentes.

Los coches patrulla aullaban a nuestra estela. Entonces agachábamos la cabeza y nos estábamos quietecitos y sin hacer nada hasta que pasaban de largo.

Cuando pillábamos un coche patrulla aislado lo destruíamos a pedradas.

Sin encontrabas a un grupo de amigos en los que confiar, ya tenías montada tu célula de acción revolucionaria. Las calles proporcionaban las armas. Una rama de árbol se convertía en una porra. Por todas partes había piedras.

Los ciudadanos nos abrieron sus puertas para ofrecernos refugio frente a las porras de los cerdos.

Los chavales blancos de clases obrera ayudaron a los yippies a levantar las barricadas.

Los conductores negros de autobús se declararon en huelga y se unieron a los yippies en la calle, lanzando piedras a los esquiroles blancos. 

La prensa andaba por allí tomando notas y sacando fotos. [...] ¡Zumba! Un cerdo le abrió la cabeza a un reportero. ¡Sangre de periodista! ¡Crac! Otro fotógrafo que cae, la sangre tiñe su camisa blanca. ¡Crac!
-Oiga, que trabajo para Associated Press.
-Con que sí, ¿eh, hijoputa? ¡Pues toma!
Llegado el martes, los yippies vitoreamos a los reporteros y fotógrafos que acudieron al frente Solo el hecho de estar en la zona de disturbios era ya un acto de valentía. Teníamos en común el vendaje de nuestras cabezas.

El mensaje recorrió el mundo entero: el Partido Demócrata es el partido de la sangre, los cerdos y la crueldad: CERDOS contra GENTE. En las calles, cada cerdo era su propia ley.

La autoridad gubernamental había decaído hasta tal punto que no nos quedó otro remedio que llevar nuestra lucha a las Naciones Unidas. Los yippies nos autoproclamamos "nueva nación" y exigimos la autodeterminación.

En una rueda de prensa internacional Stew mostró su remendada cabeza y exigió una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el envío inmediato a Checago de tropas de paz de la ONU.

[...] Los cerdos invadieron el santuario de Lincoln Park el martes por la mañana para arrestar a Tom Hayden y Wolf Lowenthal. Formamos de inmediato un piquete frente a los calabozos y acabamos tomando al asalto la estatua del general Logan en Grant Park. Izamos la bandera del Vietcong sobre su efigie.
-Esto es mejor que Iwo Jima -gritó alguiente.

Cientos de soldados aparecieron para reconquistar la colina.

El martes, la estrategia guerrillera de los yippies cosechó su mayor victoria. El gas lacrimóeno destinado a los yippies se coló en el hotel Hilston. Humphrey (candidato demócrata a la presidencia) estaba en la cama cuando empezó a oler algo raro. ¡Gas lacrimógeno! Tuvo que meterse tres cuartos de hora bajo la ducha para librarse de la corrosiva peste de los gases.
Los titulares proclamaron:
HUMPHREY GASEADO.

Nuestra estrategia guerrillera funcionaba: si nos gasean, se están gaseando ellos mismos.

El somnoliento mitin del miércoles, cargado de discursos sobre "la inmoralidad e ilegalidad de la guerra", se interrumpió cuando los cerdos vieron que se arriaba la bandear amerikana. Arriar la tricolor, aunque no es ilegal, sí representa un ataque a la masculinidad de todos los cerdos de Checago, de modo que cargaron contra nosotros con gas y porras, y fueron recibidos con una avalancha de piedras, bolsas llenas de mierdas y banquetas.

A continuación, diez mil personas iniciamos una marcha ilegal hacia el anfiteatro hasta que una línea de cerdos se interpuso frente a nosotros.

Atravesamos las calles hacia el hotel Hilton, pero todos los puentes en esa dirección estaban bloqueados por la Guardia Nacional, que nos lanzaba gas a medida que nos acercábamos.

-¡POR AQUÍ! ¡POR AQUÍ! -gritó alguien. Un puente sin guardas.
Gracias a una inmensa cagada táctica de la poli nos abalanzamos por el puente hasta la puerta del Hilton y nos desplegamos por la avenida Michigan.

Los cerdos recibieron órdenes de dispersarnos. Los focos de las cámaras de televisión convirtieron la oscuridad de la calle en un escenario de Broadway y la policía lanzó gas lacrimógeno, aporreó a los reporteros, tiró a ancianitas contra los escaparates, reventó jetas e intentó aniquilarnos.

Los yippies construyeron barricadas, prendieron fuegos, volcaron lecheras y sembraron el caos por las calles. El nombramiento de Humphrey se produjo justo cuando el estado nazi lanzaba su brutal ataque contra el pueblo.

Las escenas de cerdos apaleando a amas de casa partidarias de McCarthy, periodistas y fotógrafos, estudiantes liberales, yippies, delegados y transeúntes sin culpa quedaron grabadas en vídeo para la posteridad.

En todos los canales de televisión se repitieron una y otra vez las imágenes del contraataque de la valiente juventud: repetición infinita del Hundimiento de Amérika.


PROGRAMA DEL FESTIVAL DE LA VIDA (incluido en Yippie! Una pasada de revolución, de Abbie Hoffman)

20-24 agosto (AM) - Clases de danza japonesa de la serpiente para autodefensa, karate, autodefensa no violenta. Caseta de información del parque.
24 agosto (AM) - El alcalde yippie R. Daley presenta fuegos artificiales en el lago Michigan.
25 agosto (AM) - Bienvenida a los delegados demócratas - hoteles del centro (los detalles se anunciarán más adelante)
25 agosto (PM) - FESTIVAL DE MÚSICA – Lincoln Park.
26 agosto (AM) - Taller sobre problemas con drogas, formas de comunicación clandestina, cómo vivir gratis, teatro de guerrilla, autodefensa, insumisión al llamamiento a filas, comunas, etc.  / Ensayo de escenarios para planificar actividades en grupos pequeños.
26 agosto (PM) - Fiesta en la playa en el LAGO junto a Lincoln Park (North Avenue Beach) / Música folk, barbacoas, nadar, hacer el amor
27 agosto (amanecer) - Poesía, mantras, ceremonia religiosa.
27 agosto (AM) - Talleres y ensayo de escenarios. / Proyección de películas y otros audiovisuales—Coliseum.
27 agosto (PM) - Concierto benéfico - Coliseum. S. Wabash, 1513. Concentración y nominación de Pigasus y fiesta de cumpleaños de Lyndon Johnson. – Lincoln Park.
28 agosto (amanecer) - Poesía y música folk.
28 agosto (AM) - Olimpiadas yippies, concurso Miss Yippie, juegos como «Candidato que te pilla el yippie», «A la una mi mula, a las dos le ponemos goma al Papa» y otros juegos normales y saludables.
28 agosto (PM) - Los planes para este evento se anunciarán posteriormente. / 4 PM: Concentración de Mobe programada en Grant Park. Marcha hacia la Convención.
29-30 agosto - Los acontecimientos se programarán en función del miércoles por la noche. Regreso al parque a dormir.



Sobre la violencia policial en Chicago