CÉSAR CHÁVEZ (the movie)

Os adelantamos aquí la primera reseña aparecida de la película sobre el activista chicano, César Chávez (uno de los héroes e inspiradores de Óscar Zeta Acosta), estrenada ayer (28/03/2014) en Estados Unidos.

 
Escrito por Sergio Burstein

Convertido desde hace ya buen tiempo en una leyenda del activismo latino en los Estados Unidos, César Chávez es un sujeto de la vida real que ocupa cierto lugar en las enseñanzas impartidas dentro de las escuelas del Sur de California, que le ha dado nombre a una de las más conocidas avenidas de Los Angeles y que merecía tener una cinta que contara su historia, porque el conocimiento que se tiene de él suele ser demasiado impreciso.

Como se trataba de un chicano que vivió y desarrolló toda su labor en el Estado Dorado, parecía natural que el encargo fuera tomado por un cineasta del mismo origen; sin embargo, por una razón u otra, el proyecto terminó en manos de Diego Luna, un mexicano del DF que se ha hecho básicamente conocido como actor (su papel en "Y tu mamá también" es todavía recordado), pero que, antes de esto, había dirigido dos largometrajes: "J.C. Chávez" (2007) y "Abel" (2010).

Pese a la coincidencia de apellidos con el nuevo estreno, "J.C. Chávez" era un documental sobre un boxeador mexicano que, por su naturaleza misma, no garantizaba que Luna estuviera capacitado para encargarse de un título con un guión dramático; pero "Abel" sí era un filme narrativo, y además uno que, en medio de su carácter íntimo e inusual (trataba sobre un niño con desarreglos mentales que asumía el papel del padre ausente dentro de una familia), funcionaba perfectamente, lo que daba grandes esperanzas sobre la buena fortuna del nuevo proyecto.




Sin embargo, a diferencia de "Abel", el Chávez méxico-americano existió realmente, y su historia, al menos del modo en que está planteada, requería de una perspectiva muy distinta, tanto en el plano colectivo como en el del manejo de la información. Lamentablemente, las ambiciones del relato se salen del alcance de Luna, pese a que parece tener el corazón en el lugar correcto, que sus intenciones son las mejores y que no incurre nunca en sensiblerías excesivas. En este punto, es importante señalar que, a diferencia de "Abel", donde el mismo Luna coescribió el guión, el de esta cinta se encuentra adjudicado a los anglosajones Keir Pearson ("Hotel Rwanda") y Timothy J. Sexton ("Children of Men").
 
Pese a que "César Chávez" no es un recuento completo de la vida de su protagonista -lo que resulta una decisión adecuada-, lo que se ve en ella da la impresión de ser un resumen apretado del periodo que se recrea, es decir, el de la revuelta de fines de los '60. Desde el inicio, nos sentimos como si hubiéramos entrado a la sala con la película empezada, porque los personajes se encuentran ya completamente metidos en lo suyo y los hechos se van sucediendo de manera vertiginosa, sin darnos la impresión de que los conocemos ni de que entendemos sus motivaciones.
 
La cinta no deja de transmitir de manera adecuada, sin histrionismos innecesarios, la relevancia social del icono, plasmada en una estrategia de no violencia y en un ingenioso boicot contra los poderosos (en este caso, los empresarios agrícolas) que dieron como resultado cambios sustanciales para los campesinos hispanos de la región; pero, quizás en el intento de no caer en la cursilería, Luna hace que todo se vuelva demasiado frío y mecánico como para resultar emocionante, una característica que es esencial para que el espectador sienta realmente empatía por estos militantes.
 

 


No ayuda tampoco que los pesares de los campesinos no sean mostrados de modo contundente ni que los adversarios anglosajones de esta justa causa sean presentados de manera tan acartonada, casi como villanos de caricatura, sobre todo en el caso del jefe de policía Galen (Michael Cudlitz). Nos agrada la comparación con el detestable Sheriff Arpaio del presente, claro, pero lo cierto es que "César Chávez" es una película demasiado solemne y seria como para que esa clase de detalles sean interpretados como elementos de comedia (a diferencia de "Abel", que en un primer nivel podía ser visto como un drama y hasta un melodrama, pero a que a nosotros nos supo a comedia negra).
 

En el área de los antagonistas, el que sale mejor librado es el empresario Bogdanovitch, interpretado por John Malkovich, también productor del filme. Esta es una figura ficticia que representa a los ejecutivos de la uva y que, en los dominios del gran actor, no luce como un villano despiadado, sino como un tipo que también pasó por momentos duros (es igualmente descendiente de inmigrantes, aunque del Este de Europa) antes de volverse rico.
 

Lo más grave se da en el plano histórico, porque la falta de profundidad del relato -curiosamente detallista en la reconstrucción de los discursos y las reuniones políticas- se hace evidente en la casi completa omisión de la polémica más grande alrededor de Chávez: su supuesta colaboración con agentes de inmigración para deportar a los nuevos inmigrantes indocumentados, que llegaban aparentemente a los campos traídos por los empresarios mientras que los trabajadores que ya habían estado ahí (muchos de ellos igualmente sin "papeles") andaban metidos en una huelga para reclamar por sus derechos.
 

 


Se trata de un tema complejo que no debería condenar toda la labor que realizó el activista, pero sí de uno que ha preocupado a muchos estudiosos a lo largo de los años, y que el filme de Luna no se interesa en atender más que de pasada. De ese modo, su visión del líder termina siendo demasiado idealista, marcada además por una impronta católica -realmente proveniente de la persona en cuestión- que no deja de tener paralelos con la historia de Cristo.
 
Michael Peña, quien hace de Chávez, es un actor sumamente talentoso al que se ha visto en papeles tan impresionantes como los de "Crash" y "End of Watch"; pero aquí, no tiene oportunidad de imprimirle demasiada pasión al representado, pese a que él mismo creció en medio de una situación semejante. No le va mejor a sus compañeros (la participación de Rosario Dawson como la eterna activista Dolores Huerta es mínima), con la excepción de la fenomenal America Ferrera, quien, en la piel de la fiera esposa de Chávez, Helen, protagoniza al menos una escena de rebeldía absolutamente convincente.
 
"César Chávez" representó sin duda un esfuerzo enorme para Luna y sus allegados, y su mensaje es absolutamente relevante en momentos en que el drama de los indocumentados se agudiza. Además, técnicamente, está muy bien realizada, y tanto su ambientación de época (en lugar de California, se filmó en Hermosillo y en Sonora, dentro de México, ya que los territorios originales habían cambiado mucho) como la caracterización inicial de los personajes (es decir, la que se relaciona a sus modos de lucir y de hablar) son de lo más convincentes. Hay que verla, sin duda, y nos interesaría darle una segunda oportunidad; pero la primera nos dejó con la idea de que la marcha se quedó a mitad de camino. Y no somos de los que rompen huelgas.




GUILLEM MARTÍNEZ sobre la Cultura de la Transición en Fuera de Lugar

Guillem Martínez por Acacio Puig
«La Cultura de la Transición es algo más parecido a lo que dice el malo de Matrix al chico de Matrix: "Sois humanos, imperfectos y vuestro olor me da naúseas."»
(GUILLEM MARTÍNEZ sobre la transición en Fuera de Lugar, de Amador Fernández-Savater)

¿Cómo arruinar al imperio?

(fragmento de Llamamiento)

El endurecimiento policial de los Estados en los últimos años solamente prueba que las sociedades occidentales han perdido toda fuerza de agregación; no hacen más que gestionar su ineluctable descomposición. Es decir, esencialmente, impedir toda reagregación, pulverizar todo lo que emerge.
Todo lo que deserte.
Todo lo que rompa con lo establecido.
Pero poco importa. El estado de ruina interior de estas sociedades muestra un número creciente de grietas. El continuo reestablecimiento de las apariencias nada puede hacer al respecto: más allá se forman mundos. En okupaciones, comunas, grupúsculos, barrios que intentan escapar a la desolación capitalista. La mayoría de las veces estas tentativas abortan o mueren de autarquía, incapaces de establecer los contactos, las solidaridades apropiadas. Incapaces también de percibirse como parte activa en la guerra civil mundial.
Pero todas estas reagregaciones no son apenas nada comparadas con el deseo masivo, el deseo siempre pospuesto, de dejarlo todo. De partir.
En diez años, entre dos censos, cien mil personas han desaparecido en Gran Bretaña. Han cogido un camión, un billete, han tomado ácidos o se han ido al monte. Se han desafiliado. Han partido.
Nosotros habríamos deseado, en nuestra desafiliación, tener un lugar al que llegar, un partido que tomar, una dirección que seguir.

Muchos que parten se pierden.
Y no llegan jamás.

Nuestra estrategia es pues la siguiente: establecer aquí y ahora un conjunto de focos de deserción, de polos de secesión, de puntos de reunión. Para los que se fugan. Para los que parten. Un conjunto de lugares donde sustraerse al imperio de una civilización que camina hacia el precipicio.

Se trata de darse los medios, encontrar la escala en la que puedan resolverse una serie de cuestiones que, planteadas individualmente, nos sumen en la depresión. ¿Cómo deshacerse de las dependencias que nos debilitan? ¿Cómo organizarse para dejar de trabajar? ¿Cómo establecerse fuera de la toxicidad de las metrópolis sin, por otro lado, “irse al campo”? ¿Cómo detener las centrales nucleares? ¿Cómo hacer para no verse forzado a recurrir al triturador psiquiátrico cuando un amigo se vuelve loco, ni a los medicamentos burdos de la medicina mecanicista cuando se pone enfermo? ¿Cómo vivir juntos sin aplastarse mutuamente? ¿Cómo acoger la muerte de un camarada? ¿Cómo arruinar al imperio?

El llamamiento que precede a la insurrección que viene y otros textos radicales de la constelación TIQQUN-COMITÉ INVISIBLE

Banda sonora yippies: Jimi Hendrix

Retomamos nuestra banda sonora de los yippies y años sesenta en EE.UU. animándoos a redescubrir una canción lisérgica de la época: Purple Haze (1967) de Jimi Hendrix.


LITERATURA CHICANA: Ser chicano en California (Califas), según el poeta chicano/apache Jimmy Santiago Baca.

Inauguramos con esta entrada una serie dedicada a la literatura chicana con el objeto de contextualizar y situar la obra del nuevo autor de nuestro catálogo, Óscar Zeta Acosta. Una literatura muy rica que, lamentablemente, en nuestro país, salvo por el caso de la exitosa Sandra Cisneros, publicada por Seix Barral y en su día por Ediciones B, apenas ha tenido resonancia editorial.

Jimmy Santiago Baca
Y comenzamos por nuestro autor chicano favorito: Jimmy Santiago Baca, extraordinario poeta nacido en Santa Fe, Nuevo México. Sus padres lo abandonaron a la edad de dos años y vivió con su abuela antes de ingresar en un orfanato, de donde se fugó a la edad de trece años. A los veintiún años fue condenado a cinco años en una prisión de máxima seguridad por problemas con las drogas. En la prisión aprendió a leer y escribir y comenzó a componer poesía. Además de varias novelas y colecciones poéticas, Baca escribió el guión para la película de Taylor Hackford, Blood in Blood Out, que fue distribuida por Hollywood Pictures en 1993 y que narra la historia de tres primos, Miklo (Damian Chapa), Cruz (Jesse Borrego) y Paco (Benjamin Bratt), que crecen como hermanos en medio de la violencia de las bandas del este de Los Ángeles (barrio en el que Óscar Zeta Acosta centró su militancia, como relata en La revueta del Pueblo Cucaracha).

De la película Blood In Blood Out
En España Alfaguara publicó en 2002, con traducción de Manu Berástegui, su impresionante libro de memorias En suelo firme, que ganó el Premio Internacional en la Feria de Frankfurt del 2001. 

De esta obra hemos seleccionado dos textos. En el primero de ellos se refiere a lo que para él fue ser chicano (y activista) en California, y en el segundo, que publicaremos en un próximo cuelgue, cuenta el momento crucial en que durante su estancia en la cárcel comenzó a ser consciente del valor de su herencia chicana.

I

"[...] Ser chicano en California molaba. Todo el mundo escuchaba y bailaba la música de grupos como Santana o Los Lobos, que cantaban sobre nuestra cultura indio mexicana, y a mí me encantaba, a pesar de que no sabía mucho de mis propias raíces. El activismo político chicano flotaba en el aire y yo tenía un punto de resentimiento que las chicas atribuían a mi inexistente actividad contracultural. Fuera lo que fuese, ellas querían descubrir mi secreto, qué herida se ocultaba detrás de mi reflexivo silencio y mi sonrisa tímida. La mayoría eran chicas blancas a punto de ir a la universidad o que ya la habían dejado. Les parecía genial que yo estuviera trabajando y que me las arreglara solo. Yo les decía que, si pudiera, me encantaría ir a la universidad y, acto seguido, les largaba alguna frase altisonante sobre lo difícil que es la vida cuando naces con la piel tostada. Por lo general, Marcos escuchaba mi perorata mientras se fumaba un canuto y hojeaba un ejemplar de la revista Mecánica Popular, empapándose de mis arengas activistas, que acababan con las chicas rodando en mis brazos por la hierba de delante de nuestro apartamento playero, nuestros cuerpos entrelazados, besandonos y abrazándonos [...]".