Tras la pista de Harry Crews, un autor sureño de mucho cuidado (2)



Crews, que ha sido profesor durante años en la Universidad de Florida, se crió en el duro mundo del sur rural de Georgia y en los pueblos obreros del norte de Florida. Detalló su educación en su libro de memorias A Childhood (1978), su obra de no ficción más importante hasta la fecha. Se abre con su padre contagiándose la gonorrea por culpa de una prostituta semínola y continúa a través de traumas domésticos que incluyen la muerte, palizas de borracho y, en lo que respecta al propio Crews, enfermedades casi fatales y accidentes. Y aún así, el tono no es ni amargo ni sentimental. Ésta es su extrañamente discreta descripción de cuando se cayó (mientras jugaba al “látigo”) en una caldera de agua hirviendo que se estaba usando para cocer unos cerdos recién sacrificados:

Lo recuerdo todo con la misma claridad que recuerdo todo lo que me ha pasado, todo menos los gritos. Curiosamente, no puedo recordar los gritos. Me dijeron que grité durante todo el trayecto hasta el pueblo, pero yo no me acuerdo... De repente, me pusieron las manos encima, me quitaron la ropa y el dolor se transformó en algo que no se puede describir con palabras, o al menos no con mis palabras. Yo no tenía forma de expresarlo, porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella”.

Crews comenzó a publicar en 1968, con The Gospel Singer, y desde entonces ha producido diecisiete libros, en su mayor parte novelas junto a algunas recopilaciones de ensayos y artículos para revistas como Playboy y Esquire. Su obra, por lo general, ha recibido críticas elogiosas y sus seguidores, al menos entre los devotos de la literatura sureña moderna, son considerables. Pero también se ha ido ganando un montón de detractores a lo largo de los años que no dudan en acusarle de cultivar lo grotesco y complacerse en la violencia. Por ejemplo, mientras que tanto el New Yorker como el New York Times elogiaron su novela All We Need of Hell en 1987, un crítico del USA Today se refirió a ella como “un librito repelente”,


Tras la pista de Harry Crews, un autor sureño de mucho cuidado (1)


LA VERDAD AL DESNUDO

tras la pista de Harry Crews, un autor sureño de mucho cuidado.


Por Jesse Fox Mayshark

(traducción: Javier Lucini)



Harry Crews.

Así. No “Hola” ni “Harry Crews al habla”, sólo una voz que suena apretada y muy lejana al decir “Harry Crews”.

No resulta difícil dar con su número de teléfono. Basta con llamar a información en Gainesville, Florida. Lograr que hable contigo es más complicado. Soy un periodista de Knoxville, le dije. Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas acerca de su nuevo libro, Getting Naked With Harry Crews. Lo ha editado un tipo de aquí y...

¿El libro de entrevistas? –dijo. Sonaba como si no se lo creyese del todo.

Eh, sí.

Te diré una cosa, amigo. Ahora mismo me pillas un poco descolocado.

Oh.

Bueno, podemos hacerlo. Seguro que podemos hacerlo. La cuestión es cuándo... –su voz se fue apagando.

Me voy de la ciudad el martes que viene –me la jugué–, yo podría en cualquier momento antes del martes. O...

¿Por qué no me llamas cuando vuelvas?

Hmmm, de acuerdo. ¿En algún momento del mes que viene?

Seguro.

De acuerdo, dije. Gracias. Fin de la conversación. El asunto es que al mes siguiente ya habría vencido mi fecha de entrega. Yo sabía que era así. Probablemente se lo podría haber dicho. Quizá lo hubiese ablandado. Quizá pudiésemos haber hecho la entrevista en aquel mismo instante. Pero vean, éste es Harry Crews.

En realidad yo no sabía nada de él antes de haber leído Getting Naked (publicado por University Press of Florida), pero ahora sí. Sé que ha vivido una vida trágica hasta un punto casi inimaginable, parte de ella de un modo voluntario. Sé que se ha peleado en los bares, que ha estrellado sus motos, enterrado a un hijo, se ha roto los huesos y se ha puesto hasta el culo de drogas y alcohol tan a menudo y de un modo tan implacable que la gente que le conoce viene prediciendo su muerte desde hace veinte años. Suele salir por ahí con culturistas, freaks de circo y Sean Penn. También me consta que escribe (y que la misma palabra “escritura” es demasiado insulsa para describir lo que sale de él). Sus libros tratan de gente mutilada y deforme, por fuera o por dentro, gente que hace cosas extrañas e inenarrables a las que logran sobrevivir, o no (como Herman Mack en Car, que está decidido a comerse un Ford Maverick enterito, desde el parachoques delantero hasta el trasero). Por lo que hasta a dos estados de distancia, al otro extremo de cientos de kilómetros de línea telefónica, Harry Crews da un poco de miedo.

Pero resulta que no necesito exactamente una entrevista personal con Harry Crews. Tengo todo un libro lleno de entrevistas. Y, por suerte, Erik Bledsoe –el compilador del libro– es bastante más accesible. Profesor auxiliar del departamento de inglés de la Universidad de Tennessee, melenudo y de trato fácil, Bledsoe ha reunido en un solo volumen, Getting Naked With Harry Crews, veinticinco años de entrevistas publicadas con el escritor. También se encargó de escribir la introducción y realizó la última entrevista de la colección. Las piezas, que aparecen en lugares que van desde diarios académicos franceses a Motorbooty, el fanzine cultural con base en Detroit, funcionan colectivamente a modo de historia oral de un artista estando como están dominadas por la voz singular, compleja y muy sureña de Crews.

Número del fanzine punk en el que aparece Harry Crews.

Motorbooty nº5 (1990).


Tiene esa imagen de tipo realmente tosco y duro –dice Bledsoe–. Pero tiene un fondo muy espiritual, ¿cuál es nuestro lugar en el mundo? A mí me gusta compararlo con Flannery O’Connor. Pero la diferencia estriba en que Flannery O’Connor era una buena chica católica llena de fe; Harry Crews empezó a escribir de verdad después de aquella portada de la revista Time que cubría la historia de “Dios ha Muerto”. Así es que ¿qué puede hacer uno cuando se ha criado en una sociedad básicamente religiosa y aún así no tiene fe aunque lo deseara?

Número del 8 de abril de 1966.

Fue la primera vez que el texto sustituía a la imagen en la revista.

Según Los Angeles Times se encuentra entre las diez portadas de revistas que más han sacudido al mundo.


LAS SEIS VELADAS Y ESPECTÁCULOS DE TARDE DEL CLUB DADÁ DE BERLÍN, 1918-1919 (5 y 6)

(Texto de Correo Dadá de Raoul Hausmann)

La función de tarde del 7 de diciembre en el teatro de vanguardia «Die Tribune» fue el espectáculo dadá de más éxito.

El famoso crítico de arte Alfred Kerr escribió al día siguiente: «Los dadaístas han logrado poner en pie un auténtico cabaret literario». Habíamos decorado el escenario con los grandes bocetos de papel realizados por Baader para el parque zoológico de Hagenbeck, en Stelligen, cerca de Hamburgo, y con Huelsenbeck habíamos repartido unas octavillas para nuestra pieza «Oficina de Publicidad Dadá», pieza que ejecutamos entre Huelsenbeck, Mehring y yo mismo.
Después de ésta hubo un «Diálogo entre viejos» ejecutado en falsete por Mehring y Grosz escondidos tras unos biombos. Después leí mi sátira «El Restaurante espiritual de la clase burguesa», donde me burlaba, sobre todo, de Alfred Kerr, quien se vengó de mí tratándome de animal en su crítica. En su opinión, en vez de Raoul tenía que haberme llamado Rolf, sinónimo de perro lobo. Grosz bailó entonces un step y yo ejecuté un sixty one step.
La función se desarrolló como estaba planeado y, por fin, el público se tomó en serio a los dadaístas. Este éxito, sobre todo de prensa, animó a la dirección de la «Tribune» a contratarnos para una repetición una semana más tarde, el 13 de diciembre de 1919.
Pero impactados por las alabanzas y el éxito, decidimos vengarnos. La repetición tuvo, en consecuencia, un giro totalmente distinto. Empezábamos cada número del programa de la forma más seria posible para, pasados unos instantes, trastocarla nosotros mismos haciendo otra cosa, gritando invectivas, con el objetivo de exasperar al público. Objetivo que logramos cuando John Heartfield subió al escenario y comenzó a leer mi «Manifiesto contra el pequeñoburgués alemán», donde se acusaba a la escuela primaria de la imbecilidad del pueblo alemán. Para terminar, nos quitamos las chaquetas y nos lanzamos hacia el público amenazando con darle una paliza.

La gente se fue en medio de una gran confusión y nosotros nos quedamos muy contentos con nuestra «función fracasada». Atención: el Cabaret del Club Dadá de Berlín nunca existió. Sólo fue una noción lanzada por Alfred Kerr tras el espectáculo del 7 de diciembre.

"La guerra civil invisible que libramos cada día"




Llamamiento y otros fogonazos
. Ramón Vilatovà y Alida Díaz (tr.) Acuarela & Antonio Machado, 2009.


Llamamiento y otros fogonazos son un conjunto de escritos políticos sin autor reconocido pero asociados a la revista Tiqqun y el Comite Invisible.
El volumen se abre con dos fogonazos. El primero es el artículo Y la guerra apenas ha comenzado que contiene algunas sentencias para reflexionar.
Está el electrodo Tele, por supuesto, pero también el electrodo Dinero, el electrodo Farmacéutica y el electrodo Jovencita. Por medio de estos miles, estos millones de electrodos, de naturaleza tan diversa que he renunciado a contarlos, se mantiene el encefalograma plano de la metrópolis imperial. (p. 12)

Aquellos que por suerte o por desgracia se sustraen al sueño prescrito, nacen a este mundo como niños perdidos. (p. 13)

Aquí prevalece la regla del no-actuar, que se expresa así: la fecundidad de la acción verdadera reside en el interior de ella misma; podría decirlo de otro modo, podría decir: la acción verdadera no es un proyecto que uno realiza, sino un proceso al cual uno se abandona (p. 14)
A continuación sigue otro fogonazo, El gran juego de la guerra civil, que expone cuáles son las reglas reales en esta guerra civil invisible que libramos cada día. Merece la pena recordar lo más esencial:
REGLA N.° 4
Para vosotros el juego consistirá en huir o, al menos,

LAS SEIS VELADAS Y ESPECTÁCULOS DE TARDE DEL CLUB DADÁ DE BERLÍN, 1918-1919 (4)

(Texto de Correo Dadá de Raoul Hausmann)

La velada del 24 de mayo en la «Meistersaal» debía haber tenido lugar diez días antes pero se había aplazado a causa del «duelo nacional» por la muerte, creo, del diputado Erzberger, asesinado por dos estudiantes de derechas. Esta velada tuvo un éxito mediocre. Encontró mucha resistencia entre los espectadores.
La pieza que despertó esta resistencia no fue otra que la «carrera entre máquina de escribir y máquina de coser», ejecutada por Mehring en la máquina de escribir y Grosz en la máquina de coser. Los dos dadá repicaban a tope sus instrumentos y hacían un ruido tremendo.
Pero la descripción que Mehring hace de ella en su libro Berlin dada es falsa. Aunque esta pieza no tenía texto, él la describe como si hubiera ido acompañada de una suerte de poema-diálogo entre él y Grosz. Además de esta «carrera», hubo «canciones de la jungla» de Mehring, música de Golyscheff y, por primera vez, un baile de máscaras de papel creado por mí.
Esta representación puso al público de mal humor y lo expresaba con gritos hostiles. Se respiraba una atmósfera bastante agitada pero Valeska Gert, una bailarina muy conocida, aprovechó para subir a escena e interpretar algunas de sus danzas grotescas, que siempre entusiasmaban al público.

Para una banda sonora de "Cuerpo" de Harry Crews

La máxima competidora de Dorothy Turnipseed, la joven y tosca secretaria sureña procedente de Waycross, Georgia, (transformada en la deslumbrante Shereel Dupont por el fisioculturista Russell Morgan en su gimnasio “El Emporio del Dolor”) para alzarse con el prestigioso título de Miss Cosmos, no es otra que la candidata del gimnasio Black Magic de Detroit, Michigan, la descomunal Marvella Washington.

Con este enfrentamiento son varios los elementos irreconciliables que se dan cita sobre el escenario.

Dos concepciones distintas de la belleza del cuerpo femenino: la enormidad contra la armonía y la proporción.

Dos razas: white trash, rednecks del sur, contra la barriada negra de Detroit.

El Emporio del Dolor contra La Magia Negra (el esfuerzo y el sufrimiento sin química contra las inyecciones de esteroides anabolizantes).

El campo contra la ciudad, ergo dos maneras de hablar y de expresarse (dos idiomas).

El rock n’roll y la música country contra el soul y el funk.

Sus satánicas majestades, los Rolling Stones, contra James Brown, “el Secretario del Soul y el Ministro de Asuntos Exteriores del Funk” (según denominación de Colin Powell la noche del 7 de diciembre de 2003 en que le concedieron el premio Kennedy Center Honors a las artes).

Street Fighting Man vs The Payback.









Shereel ensaya su número frente al espejo al compás del Street Fighting Man, sencillo del álbum Beggars Banquet (1968) de los Stones, según la revista Rolling Stone (valga la redundancia) “la canción más política de la banda” (inspirada en las revueltas estudiantiles de la Rive Gauche, precursoras del Mayo del 68 y las marchas contra la guerra de Vietnam en Londres). Rock n’ roll de la clase obrera. Canción de jukebox, cerveza Coors y honky tonk.

[...] Por todas partes oigo el ruido
de pies en marcha y a la carga…
¡Oh, chico! Porque el verano está aquí
y el tiempo es excelente para peleas callejeras…
¡Oh, chico! ¿Pero que puede hacer un pobre chico,
excepto cantar en una banda de rock’n roll?
Porque en la soporífera ciudad de Londres
no hay lugar para un luchador callejero. ¡No!

¡Hey! Creo que el momento es excelente
para una revolución de palacio,
pero donde yo vivo
el juego que se lleva es solución de compromiso…”.



Mientras que Marvella Washington y sus hermanas (Starvella, Shavella, Jabella y Vanella) cuyos andares y forma de hablar son puro funk coreografiado (para horror del traductor), hacen temblar las paredes del hotel con la atronadora voz de James Brown, alias Little Junior, alias Music Box, alias “El Napoleón del Escenario”, alias “El Hombre con Nitroglicerina en los Pantalones”, alias “El Padrino del Soul”, alias Sex Machine, gritándole al mundo el delirante “I don´t know karate but I know ka-razor” del tema The Payback (del doble álbum con el mismo título que iba a ser la banda sonora de la película “black explosion” Hell Up in Harlem de Larry Cohen (la podéis encontrar enterita en youtube, http://www.youtube.com/watch?v=zFdgs7NotOs) antes de ser rechazada por el director aduciendo que “no era lo suficientemente funky”; álbum que, sin embargo, no tardaría en alcanzar el número uno en las listas de R&B y que hoy es considerado unánimemente como el punto culminante de la carrera de James Brown, un verdadero hito de la historia del funk).









Aquí la espectacular actuación en Zaire (1974) que precedió al combate Rumble in The Jungle, (George Foreman vs Muhammad Ali), extraída de la película Soul Power.

Las hermanas Washington, bailan y corean este tema (no está de más recordar que James Brown, aunque natural de Carolina del Sur, es hijo adoptivo de Georgia, el mismo estado que vio nacer a Harry Crews), destacando el valor de “El Padrino del Soul” como símbolo universal de la fuerza, el orgullo, la rebeldía y la supervivencia de los negros norteamericanos (tal y como lo califica Marc Eliot en el prólogo de I Feel Good, las Memorias de James Brown, lujosamente editadas en castellano –aunque, lamentablemente, sin el pliegue de fotos– por Global Rhythm).

Me pregunto si el señor Crews, al seleccionar estos dos temas, tendría en mente el célebre incidente que tuvo lugar en el Santa Monica Civic Auditorium (en el Festival TAMI show), la mítica noche de 1964 en que el señor Brown, en la que todavía se considera la actuación más impactante de la historia del rock, con su interpretación de la canción Please, Please, Please (de veinte minutos) estuvo casi a punto de arruinar la carrera de los Stones.

La célebre actuación de James Brown en el TAMI show.


En propias palabras de James Brown: “Mientras cantaba Please, Please, Please, recuerdo que Mick Jagger se colocó con sigilo al borde de una de las alas del escenario y me observó con atención cantar durante veinticinco minutos aquella ceremonia de rendición, con capa, caídas de rodillas y todo el arsenal vocal que tenía. Más tarde me dijeron que el señor Jagger se había fumado una cajetilla entera de cigarrillos durante mi actuación, y que estaba tan impresionado por lo que había visto que quería hacer cambios en su concierto y conseguir que otro artista actuara antes que ellos para no tener que salir justo después de mí. ¿Os lo imagináis? Se suponía que ellos eran las estrellas de aquel cartel extraordinario de jóvenes artistas del rock and roll, los encargados de cerrar el programa, un honor reservado al grupo más importante. Pero el señor Jagger aprendió aquella noche que no era tan fácil actuar después de James Brown”.

Del mismo modo, Shereel Dupont también sabe que, cuando llegue la hora de la verdad, no va a ser fácil competir con Marvella Washington en la gran final del certamen de Miss Cosmos.


LAS SEIS VELADAS Y ESPECTÁCULOS DE TARDE DEL CLUB DADÁ DE BERLÍN, 1918-1919 (3)

(Texto de Correo Dadá de Raoul Hausmann)

El tercer espectáculo dadá, el del 30 de abril de 1919, marcaba el final de la primera exposición dadá en el «Graphische Kabinett J. B. Neumann», en la Kurfürstendamm de Berlín. El público era numeroso y estaba de buen humor desde el principio.
Los participantes eran Huelsenbeck, Hausmann y Golyscheff, acompañado este último por una joven pianista con un vestido blanco. Como de costumbre, Huelsenbeck leyó una declaración sobre el movimiento Dadá que obtuvo una aprobación general. Después se ejecutó un poema simultáneo que yo acompañé con un bombo.
Entonces pedí el mayor silencio posible «porque debía hacer unas declaraciones delicadas». El público guardó silencio y yo empecé a atronar mis nuevas Seelenautomobile. Una vez recuperado de su sorpresa, el auditorio me dedicó un estruendoso aplauso. Después venía el número musical de Golyscheff. En 1912 ya conocíamos la música de Schönberg y de Scriabine y, algo más tarde, la de Bartók. La composición de Golyscheff, «la Antisinfonía», interpretada por la joven vestida de blanco, era de carácter «atonal» y despertó un entusiasmo delirante. El programa en su conjunto se desarrolló en una atmósfera de complacencia y aprobación. Fue un éxito total.

Ilustración: Portada de Phantastische Gebete, de Richard Huelsenbeck, ilustrada por George Grosz, 1920.

Nota de José Ángel Barrueco sobre "Cuerpo", de Harry Crews




Como ya dijimos, es la primera vez que se publica una obra de Harry Crews, un escritor de pegada extraordinaria. Para empezar, la novela es un descojono de principio a fin. Para que nos entendamos: es como si los tarados de William Faulkner se hubieran inmiscuido en una película de los hermanos Coen. El argumento es sencillo: se celebra un campeonato de culturismo en un hotel de Miami y Shereel Dupont (antes Dorothy Turnipseed) es la favorita del público. Pero Shereel proviene del sur, de una casta de paletos cuyos métodos consisten en solucionar los problemas con whisky, navajas y fuerza bruta. La víspera de la competición, mientras la campeona entrena, los Turnipseed se presentan en el hotel, dispuestos a averiguar por qué su niña ha cambiado de nombre y qué le pasa en el cuerpo, lleno de músculos y protuberancias…

El choque entre ambos mundos, el de los paletos y el de los culturistas, es brutal. Harry Crews trata a sus criaturas con humor y con mucha piedad. Véase ese pasaje en el que se enamoran dos personas, en principio, destinadas a la soledad: el culturista bajito y sureño que aún se expresa como en su pueblo y la mujer de más de cien kilos de peso que, pese a su edad, nunca había visto a un hombre desnudo.

El escritor bautiza a sus personajes con motes: Músculo, Cabeza Clavo, Motor, Murciélago… Y los involucra en situaciones tensas y/o desternillantes. Su prosa, en efecto, recuerda un poco a la de Donald Ray Pollock y Chuck Palahniuk (aunque, en realidad, son discípulos suyos). Si alguien ha leído Snuff, sabrá al tipo de humor al que me refiero: sólo que Crews va un paso más allá. Y, además, construye una novela sobre la identidad, la capacidad de superación, el sacrificio y la fidelidad a la familia.

Mención especial merece el traductor, que ha tenido que bregar con la jerga sureña. Unos fragmentos:

Todos eran bastante altos (superaban el metro ochenta) y lucían panzas considerables, menos en el caso de Alphonse, que tenía la altura aproximada de un jockey retirado que hubiera padecido tisis. Pero sus panzas eran panzas de whisky peleón y sus brazos y piernas estaban amarrados con músculos gruesos y mal definidos. El que destacaba por encima de todos no era Clavo, cuya piel estaba llena de barcos que naufragaban, jaguares de garras sangrientas, multitud de llamativas citas multicolores que decían cosas como LA MUERTE ANTES QUE EL DESHONOR y SI AMAS ALGO/DÉJALO ESCAPAR/SI TE AMA/VOLVERÁ/SI NO VUELVE/CÁZALO Y MÁTALO, una línea perforada en forma de corazón en medio del pecho en cuya parte inferior se podía leer CORTA AQUÍ y debajo SI PUEDES, y muchos otros asombrosos diseños incluyendo el del monte Everest con el emblema del Cuerpo de Marines ondeando en la cima.
Pero no era Clavo, a pesar de su elaborada coloración, quien más llamaba la atención de la gente, sino Motor, que estaba completamente cubierto por una capa de pelo ni muy claro ni muy fino. Cada mañana, al afeitarse, empezaba por sus clavículas y parecía que llevaba una cola de zorro por el pelo que le desbordaba por el cuello de la camisa a la altura de la nuca.

**

Fonse señaló al cubano con la barbilla y dijo:
-Éste no es de nuestra calaña, ¿verdá?
-No, señor –dijo Motor–, no parece.
-Tampoco parece que ande bien de entendederas. ¿No habéis visto cuando le he preguntao dónde estaba el puto ascensor?
Earnestine se adelantó, tomó las llaves de la mano de Cabeza Clavo y se quedó mirándoles, luego le dijo al botones:
-Ricura, no te preocupes. Éstos son mis hombres, a veces son mu bestias con los desconocíos y a veces son como víboras, pero son mis muchachos, tos ellos. Y yo me encargo que me se comporten.

**

-[…] Respóndeme a esto, Clavo: ¿la amas?
-¿Mande?
-¿La amas?
-El amor es algo que me la suda bastante.
-Entonces, ¿te gusta?, ¿te gusta mucho?
-Estoy aquí, a tomar por culo de casa, ¿no? Y sí, me gusta, aunque eso no vaya con vosotros. Hasta se pué decir que es mi prometía. Y uno no se hace con una prometía si no hay de por medio un cariño. Y tus putos cinco minutos han terminao.

[Traducción de Javier Lucini]

La reseña en el blog de José Ángel Barrueco, "Escrito en el viento"
¡Gracias, José Ángel!

LAS SEIS VELADAS Y ESPECTÁCULOS DE TARDE DEL CLUB DADÁ DE BERLÍN, 1918-1919 (2)

(Texto de Correo Dadá de Raoul Hausmann)

El espectáculo de tarde de junio de 1918 en el Café Austria de la Potsdamerstrasse tuvo un carácter totalmente distinto. Baader y yo fuimos los únicos organizadores de esta función, para la cual yo había diseñado un cartel que hacía asimismo las veces de programa. Este cartel también proporcionaba información sobre nuestra fundación del «Consejo de obreros no asalariados» y aludía a nuestro calendario dadá, el cual introducía una nueva época que se iniciaba en el «año de la muerte del Superdadá Baader» AdI (A-año, d-abril, I-el primero de abril), pues uno de los diarios berlineses había anunciado, de broma, la muerte de Baader en esa fecha. La entrada era gratis pero todo el mundo debía comprar el cartel-programa. Evidentemente, el público se negaba a pagar, lo cual estuvo a punto de desencadenar una reyerta. Pese a todo, la función empezó y lo hizo con unas declaraciones de Baader sobre el nuevo calendario, sobre su declaración «los hombres son ángeles y habitan en el cielo» y sobre el «Consejo de obreros no asalariados». Después recité, por primera vez en público, mis Seelenautomobile. Pero el espectáculo dejó al público a la expectativa. Eran unos burgueses indiferentes.


LAS SEIS VELADAS Y ESPECTÁCULOS DE TARDE DEL CLUB DADÁ DE BERLÍN, 1918-1919 (1)

(Texto de Correo Dadá de Raoul Hausmann)

La primera velada dadá del 12 de abril tuvo lugar en el pabellón de exposiciones de pintura y escultura «Neue Sezession», en el Kurfürstendamm de Berlín. El público era numeroso porque los periódicos berlineses habían publicado varios artículos sobre Dadá. La velada se celebraba en la gran sala, llena de cuadros postimpresionistas. La lectura de Huelsenbeck de su declaración sobre la esencia del Dadaísmo dejó al auditorio tranquilo e indiferente. En la sala sólo se oían murmullos. El tumulto no estalló hasta que Huelsenbeck comenzó a acompañar a la Sra. Hadwiger, que leía poemas de guerra de los futuristas, con trompetas infantiles y sonajeros. El público se lo tomó como una ofensa tremenda porque estábamos en plena guerra patriótica. La gente se levantaba de su sitio y un soldado uniformado se cayó al suelo con un ataque de convulsiones epilépticas. Lo tuvieron que sacar fuera de la sala. Después, los «poemas limpios» de Grosz, unas coprolalias incoherentes, siguieron exasperando al público y el tumulto comenzó a alcanzar unas dimensiones considerables. La gente gritaba, gesticulaba y al llegar el turno del Dadásofo, que iba a leer el «manifiesto sobre el nuevo material en la pintura», el alboroto era tal que para proteger las telas expuestas, la dirección de la sala decidió apagar las luces. La sala se fue vaciando en la oscuridad.

Pero Huelsenbeck había desaparecido y en la caja nos informaron de que se había llevado la recaudación.

NOTA: «Las seis veladas y espectáculos de tarde del Club Dadá de Berlín», «¿Qué es el dadaísmo y qué quiere en Alemania?» (Was ist der Dadaismus und was will er in Deutschland?) y «Club Dadá Berlín» (1966), traducidos o escritos en francés por el propio Hausmann, se publicaron en Dada Berlin 1916-1924, Documents d’Art Contemporain, núm. 1, ARC 2 & Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París, 1976. En este texto, Hausmann comenta los elementos que aparecen en la portada del primer número de Der Dadá (junio, 1919).

Cuando Gifford encontró a Welsh (nota sobre Cuerpo en Zona Cultura)

por Carlos Ruano, en Zona Cultura

Mi amigo Tomás, uno de los soñadores de ese maravilloso proyecto editorial que es Acuarela, me regaló el placer de darle una relectura a la traducción de Cuerpo, la primera novela editada en castellano del inclasificable Harry Crews.

He de decir, antes que nada, que el trabajo de Javier Lucini en la traducción es de lo más impresionante que he visto en mi vida, con una facilidad extraordinaria para convertir giros intraducibles y trasladar al castellano ese acento sureño que es casi un dialecto y que me ayuda a entender el injustificable retraso de la obra de Crews en las librerías españolas.

Para aquellos que no hayan oído hablar de Harry Crews (Georgia, 1935), hasta hace poco profesor de escritura creativa en la Universidad de Florida, ex marine, karateca con aspecto de ángel del infierno, con una vida personal cuando menos tormentosa, la publicación de Cuerpo es una oportunidad de lujo para descubrir a un literato que parece nacido de una relación furtiva entre Barry Gifford e Irvine Welsh tras merendarse una tortilla de ácidos.

La trigésimosegunda novela editada por Acuarela bien podría haber formado parte de la colección RECorridos, un joyero en el que se guardan tres manuscritos indispensables para mitómanos (Man in Black, un retrato lisérgico de Johnny Cash; la autobiografía Rotten: No Irish, No blacks, No dogs y la adictiva bajada a los infiernos de Mezz Mezzrow en Really the Blues).

Y no es que Cuerpo –que cultiva la escuela gótico-sureña como diversos críticos estadounidenses bautizan la literatura de Crews y sus influencias- tenga una sóla línea dedicada a la música. Es que el texto en sí mismo es puro rock and roll.

No sorprende, de hecho, que la cara más sucia del rock haya usado a Crews como referente en numerosas ocasiones. Desde el grupo punk femenino “Harry Crews” fundado entre otras por Kim Gordon (Sonic Youth) a finales de los ochenta a la canción que lleva su nombre compuesta casi en la misma época por los canadienses Men Without Hat.

Con un ritmo endiablado, una composición de personajes por la que muchos escritores matarían y una sencillez que asusta, este punki casi ochentón te ofrece cuatro horas de diversión única entre la angustia enternecedora del día perfecto para el pez plátano de Salinger, la seca violencia de cualquier novela negra de Elmore Leonard y la valentía estilística de William Faulkner.

No puedo esperar a la publicación en castellano de su primera novela, The Gospel Singer, en la que ya trabajan los chavales de Acuarela.


¿Qué pasa con tu CUERPO? (versión femenina).



En CUERPO Harry Crews plantea despiadadamente el desamparo de Shereel Dupont, la antigua Dorothy Turnipseed, al verse perdida y atrapada en el mundo disfuncional y sobredimensionado del fisioculturismo.

En la competición masculina siempre estuvo bien claro cuál debía ser el canon, en realidad no otro que el establecido por el portentoso ejemplo de Donald Trump, aplicable a cualquier aspecto de la vida norteamericana: “Si un poco es bueno, un poco más es muchísimo mejor”. Esto es: la enormidad, Arnold Schwarzenegger, el Big Mac...

“[...] Y Muro había cimentado su reputación no sólo del lado de las proporciones olímpicas, sino de las tallas inimaginables. Había decidido que ése era el modo auténticamente Americano. ¿Dónde estaba el americano


Biografía de Harry Crews (1935), 2ª parte

Primeras novelas


Los años que le condujeron a su primera publicación fueron duros, tanto personal como profesionalmente. Crews se casó en 1960 y tuvo dos hijos, pero el matrimonio no duró mucho. En 1964 sobrevino la tragedia cuando su hijo mayor se ahogó. Crews empezó su carrera como profesor en 1962 y tras varios años de rechazo su primera novela, The Gospel Singer (*de próxima publicación en Acuarela Libros), se publicó en 1968 granjeándose buenas críticas. Su publicación le consiguió a Crews un nuevo trabajo


Biografía de Harry Crews (1935), Iª parte


por John McLeod (University of Georgia Press), publicado en The New Georgia Encyclopedia.

traducción y notas Javier Lucini.


Harry Crews es un prolífico novelista cuyos personajes, a menudo extravagantes, pueblan un Sur extraño, violento y oscuramente cómico. También es autor de un libro de memorias muy elogiado, A Childhood: The Biography of a Place, sobre lo que significa crecer pobre en el sur rural de Georgia. Crews ha centrado la mayor parte de su trabajo en los blancos pobres del Sur, y ha inspirado a un creciente número de jóvenes escritores a ocuparse de lo mismo, incluyendo a Larry Brown y a Tim McLaurin.

Los primeros años

Harry Eugene Crews nació en el condado de Bacon el 7 de junio de 1935. Fue el segundo de dos hijos. Sus padres, Myrtice y Ray Crews eran granjeros pobres que apenas rascaban lo suficiente para ganarse la vida. Después de que su padre muriera en mitad de la noche de un ataque al corazón con él, que por aquel entonces tenía sólo dos años, durmiendo a su lado, Myrtice no tardó mucho en casarse con el hermano de Ray, Pascal. Su decisión resultó fatídica pues Pascal se reveló como un borracho violento y peligroso. En sus memorias, Crews describe la frágil situación de su temprana vida familiar: “El mundo que circunscribía a la gente de la que yo procedía contaba con tan poco margen de error, tan poco margen para la mala suerte, que cuando algo iba mal, casi siempre ocurría algo que empeoraba la cosa aún más. Era un mundo en el que la supervivencia dependía de un crudo valor, un coraje que nacía de la desesperación y mantenido por la ausencia de alternativas”.

Harry Crews niño.

Crews tuvo que desarrollar ese crudo valor desde el principio, pues de niño padeció dos importantes reveses físicos. A los cinco años le acometió una fiebre seguida de unos calambres tan severos en las piernas que sus talones chocaban con la parte posterior de sus muslos. Tuvo que guardar cama durante más de seis meses antes de que pudieran sacarle a respirar aire libre. Empezaría a andar de nuevo gradualmente apoyándose a lo largo de la verja que rodeaba la granja. Crews identificaría en aquella cada vez más inestable vida familiar la causa del estrés psicológico que padecería más adelante en su vida.

A los seis años, en el curso de un juego infantil llamado “El Látigo” es arrojado accidentalmente a una caldera de hierro colado que se estaba utilizando para escaldar cerdos. Con quemaduras que le cubrían más de dos terceras partes del cuerpo, Crews sólo sobrevivió, según le contaron los médicos, porque su cabeza quedó por encima del agua. En sus memorias recuerda aquella terrible experiencia: “Entonces sentí unas manos encima que me quitaban la ropa y el dolor dio paso a algo que no se puede expresar con palabras, o al menos que yo no puedo expresar con palabras. Yo no tengo forma de hablar de ello porque cuando me quitaron la camisa mi espalda se fue con ella. Al bajarme el peto, se deslizó también mi piel cocida y brillante”.

Niños jugando al “pop-the-whip” (“el látigo”).

Crews se alistó en los marines a los diecisiete años, mientras su hermano luchaba en la Guerra de Corea. En la época de su servicio, Crews comenzó a leer seriamente. Al licenciarse se matriculó por la G.I. Bill (*ley aprobada por el gobierno en 1944 en beneficio de los soldados estadounidenses para acceder al financiamiento de estudios técnicos o universitarios) en la Universidad de Florida, con la intención de convertirse en escritor. El escritor Agrario Andrew Lytle (*movimiento literario al que también pertenecieron Robert Penn Warren, John Crowe Ransom, Donald Davidson y Allen Tate), que en su día impartió clases a Flannery O’Connor y a James Dickey, fue el profesor de escritura del joven Crews universitario.

Andrew Lytle


Richard Stallman sobre Anonymous: defender la libertad en la Red

(ante las detenciones de la "cúpula" de Anonymous en España, es necesario releer este artículo de Richard Stallman)

Anonymous: protestas contra el Gran Hermano


Richard Stallman


Las protestas de Anonymous por WikiLeaks son una manifestación popular contra el control

Las acciones contra MasterCard y Amazon no son hacking. Se trata de gente que busca una forma de protestar en un espacio digital.

Las protestas en la red de Anonymous en apoyo a WikiLeaks son el equivalente en internet de una manifestación multitudinaria. Es un error denominarlas hacking (un juego de inteligencia y habilidad) o cracking (penetrar sistemas de seguridad). El programa LOIC que está utilizando Anonymous viene ya preparado de manera que no hace falta saber de informática para ponerlo en marcha, y no rompe ningún sistema de seguridad informática. Los manifestantes no han intentado hacerse con el control de la web de Amazon ni extraer ningún dato de MasterCard. Entran por la puerta principal y eso hace que las webs atacadas no puedan abarcar tanto volumen.

Tampoco se puede denominar a estas protestas como ataques distribuidos de denegación de servicio (DDoS). Un ataque DDoS se hace con miles de ordenadores "zombie". Normalmente, alguien trata de romper la seguridad de esos ordenadores (a menudo con un virus) y se hace con el control remoto de las máquinas, después las monta en una red controlada para que obedezcan sus órdenes (en este caso, sobrecargar un servidor). Los ordenadores de la protestas de Anonymous no son zombies; la idea es que están operadas de manera individual.

No. Es mucho más correcto compararlo con la multitud que se agolpó la semana pasada en las tiendas de Topshop. No acudieron a las tiendas para llevarse nada, pero

¿Qué pasa con tu CUERPO (versión masculina)?



Harry Crews escribe CUERPO, su undécima obra, a finales de la década de los ochenta, una década marcada por el éxito taquillero de los héroes de acción encarnados, año tras año, por los cuerpos descomunales de Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Antes de emprender su recientemente abandonada carrera política como gobernador de California y después de lucir palmito (y poco más) en cosas tan gloriosas como Conan, Terminator, Comando, Predator, Danko: calor rojo y Los Gemelos golpean dos veces (la década prodigiosa, mano a mano con Rocky, Rambo, Cobra, Yo, el Halcón y Tango y Cash, verbigracia de su más acérrimo competidor, Stallone, con permiso de Chuck Norris y de los emergentes Seagal y Van Damme), el otrora flamante Mister Universo, que con su presencia en el inconsciente colectivo ha llenado de aspirantes los gimnasios y de mancuernas los dormitorios de miles de adolescentes granujientos (“consiga este cuerpo deseado con menos de quince minutos diarios de entrenamiento”) estrena nada menos que Desafío Total y Poli de Guardería el año en que Harry Crews publica CUERPO (1990), “una tragicomedia”, sin duda, la obra crepuscular que marca el fin de una época extraña.



“[...] Un buen chico grande ganaría siempre a un buen chico pequeño. Era cierto que un gran culturista, Frank Zane, pequeño según todos los cánones del deporte, se había hecho con el título mundial, pero no era menos cierto que cuando lo hizo no competía contra Arnold Schwarzenegger. Cuando Arnold llegó, ni Frank Zane ni nadie volvió a tener una oportunidad. Arnold no sólo era más ancho que cualquiera sino también más alto, quizá con la excepción de Lou Ferrigno. Y, por encima de todo, era bueno. Tan bueno como el mismo Dios.
Y todos los años que compitió se hizo con el título mundial hasta que se retiró. Lo ganó siete veces antes de retirarse, se casó rico y consiguió las máximas taquillas que habían conocido las pantallas de cine hasta el momento. No sabía actuar, ¿pero a quién coño le importaba? Todo lo que tenía que hacer para ganarse sus buenos diez millones de dólares era quitarse la camisa, porque todas las pollas del público se pondrían duras y a todas las mujeres les chorrearía el coño hasta las rodillas. Cuando Arnold se quedaba en calzoncillos irrumpía el tiempo de la magia, el misterio y la fantasía. Sobre todo de la fantasía. Y la fantasía sólo tenía que ver con dos cosas: montar o que te montasen.
Ahora que Arnold se había retirado para dedicarse a vender sueños y palomitas (que los sueños fuesen húmedos, salvajes y totalmente inalcanzables no importaba en absoluto, al fin y al cabo se trataba de sueños), ahora que Arnold estaba fuera de competición había un nuevo campeón, Lee Haney, negro y grande hasta un punto que ni siquiera el propio Arnold había llegado a ser, ancho más allá de lo verosímil y puede incluso que hasta de lo que cabía imaginar en sueños. Había ganado el título seis veces consecutivas y todo el mundo sabía que iba a batir el récord de Arnold, cifrado en siete. Lee Haney ganaría tantas veces como le viniera en gana. No había nadie en el horizonte capaz siquiera de llegar a rozarle. Lo único por lo que se competía ya todos los años era por alcanzar el segundo puesto detrás de Haney [...]”.

Extracto del capítulo 9 de CUERPO, Harry Crews. (continuará).




No deje a su hija cerca del gimnasio (sobre "Cuerpo" de Harry Crews)

CRÍTICA DE LA OBRA “CUERPO” DE HARRY CREWS

por Fay Weldon, publicada en el New York Times el 9 de septiembre de 1990.

(traducción: Javier Lucini)

No deje a su hija cerca del gimnasio, señora Worthington, o, como Shereel Dupont, la heroína de la nueva y eléctrica novela del señor Crews, “Cuerpo”, jamás regresará. Y de hacerlo, ya no será como la dulce cosita joven y rolliza que tan bien conocía y amaba, sino, tal y como se dice en el libro, y se dice muy bien, como “una chica de puro músculo resplandeciente”. ¿Ve? Ahí va su hija, ¡ya se marcha! Tirando de pesas como Shereel para hacer realidad el sueño impecable de la androginia. Demasiado flaca para tener el período menstrual. ¡Una Narcisa triunfante! ¡Una exultante anoréxica! Y ni por un momento, tal es la habilidad de este escritor tan masculino, tal la energía de marcha moderada de su escritura, he dudado del derecho del señor Crews a valerse de tanta intimidad con sus personajes femeninos.

Y no es que esta energía exista en virtud de la dureza del lenguaje, expletivo o incidental, aunque éste abunde. Al contrario, me da la impresión de que procede de una fuente mucho más formal y respetable: del mero hecho de que haya tanto que decir y tan pocas páginas para hacerlo y a uno no le quede más remedio, por tanto, que enroscarse como un muelle con el lenguaje. Pocos escritores son capaces de esto. Bien por usted, señor Crews, como se suele decir en Australia: ¡a por ello!

En el mundo de la competición del Miss Cosmos, el sexo se utiliza para perder peso, la comida como combustible, los otros como rivales, el amor para la explotación, la familia para abandonarla; tu propio yo está ahí para ser transformado en otra cosa. Derrotar a las demás se convierte en algo muchísimo más importante que simplemente ganar y como te cerca la obsesión y el mundo se hace cada vez más pequeño (y nadie parece tener las suficientes neuronas como para arrojar algo de luz sobre toda esta locura), al final se masca la más salvaje y oscura tragedia. “Cuerpo” es un libro duro, ágil y brillante. Sólo espero que el mundo que describe sea menos terrible en la carne, o en la ausencia de ésta, que sobre la página.

Shereel Dupont nació con el nombre de Dorothy Turnipseed en el seno de una familia de enormes proporciones físicas y vitalidad homicida en lo más rústico del estado sureño de Georgia, una gente que la ama, que está muy orgullosa de ella y que quiere poseerla y protegerla, como haría cualquier familia ordinaria. La historia de cómo los Turnipseed se abren camino, causando estragos, a través de las filas delicadamente afinadas y narcisistas de los reunidos en el Hotel Blue Flamingo de Miami Beach para asistir a las competiciones de Mr y Miss Cosmos, conforma el algo precario corazón cómico de la novela (señor Crews, a veces recarga demasiado las tintas, ¿por qué Turnipseed?; ha ido demasiado lejos; en ocasiones podía no pasarse tanto y ser un poco más agudo). La lucha de Shereel entre el amor y el honor procura el perfecto y tierno desarrollo del libro; la tensión del ganará-o-no-ganará, creciendo página a página, dota de músculo, nervio y fervor a toda la obra. Pero es la habilidad de Harry Crews a la hora de describir la existencia física, la sensación corporal, lo que más impresiona. Estos hombres lampiños y venosos viven muertos de hambre, al igual que las mujeres, no “tienen grasa corporal, su piel es diáfana, sus movimientos lánguidos y deliberados, sus muros abdominales coronados por hileras de músculo tan afiladamente definidos que parecen irreales, las locas figuraciones de un artista loco”. (Y no piensen que la repetición de “loco” se debe a un descuido del señor Crews: si lo dice dos veces es que hay que decirlo dos veces. Si lo intentas con una sola vez no funciona, ¿de acuerdo?). El extenso pasaje central en el que Bill Bateman, “El Murciélago”, contando los días que quedan para la competición, viviendo de una lata de atún de 150gm con un limón exprimido, un paquete de vitaminas y tres palitos de apio al día, convoca sus fuerzas para hacer el amor con la vasta y carnosa Earline, la hermana pequeña de Shereel, cada difícil movimiento emocional con su grotesca respuesta física tan generosa y apreciativamente descrito, viene a constituir una pieza maestra de erótica que podría ser estudiada en los talleres de escritura de todo el país (aunque quizá no en los estados del Cinturón Bíblico). Con todo lo duro, contundente, malhablado, rudo y ocasionalmente sobre-adjetivado que pueda llegar a ser, hay que decir que su habilidad es innegable, la compasión de su corazón y su estimulante agudeza:

“Ella sintió que el cálido desvanecimiento se apoderaba de nuevo de su corazón, la sangre parecía abandonarle el cerebro y se mareó con aquel último dulce muchachita sonando y canturreando en algún lugar situado en la zona posterior de su ardiente y palpitante pelvis. En menos de cuatro minutos, Billy Murciélago le había llamado dulce muchachita más veces de las que ella había podido oír en boca de cualquiera a lo largo de toda su vida.

Y cuando sus ojos se volvieron a centrar en la maleta, donde podía distinguir claramente el bulto de la caja de bombones bajo la cumbre de capas de ropa, cuando sus ojos volvieron a detenerse allí, en esta ocasión no pudo desviarlos. Dulce niño Jesús, todo su cuerpo sonaba y canturreaba, palpitaba y vibraba, y si no podía hacerse con un buen puñado de bombones para apaciguar su sangre cuanto antes, no podría responsabilizarse de sus actos y lo sabía, sabía que era más que capaz de arrojarse sobre Billy Murciélago y devorarlo como si se tratara de un bombón si no conseguía hacerse con un buen puñado de los auténticos”.

Ésta es la décimosegunda novela de Harry Crews. Sospecho que a lo largo de la década de los noventa irá ganándose cada vez más el respeto de los círculos literarios establecidos. A medida que nos aproximamos al fin del milenio, lo aberrante, lo desviado, lo desesperado, lo asesino y lo suicida se ha vuelto suficientemente normal. Y necesitamos que nuestros escritores le den sentido a todo esto.

Gracias, señor Crews.

ESTAR CATARÓNICO

“En ese momento un enorme hombre lampiño y repleto de venas situado, en diagonal, al otro lado de la piscina, se colocó de frente, se dejó caer sobre una rodilla y apoyó los puños contra la parte inferior de su cintura en una pose de expansión dorsal. Lentamente, grandes y gruesas alas de músculo comenzaron a brotarle desde las caderas a las axilas y continuaron emergiendo hasta dar la impresión de que la parte superior de su cuerpo iba a explotar. Sus ojos parecían vidriosos, distantes, concentrados en algo que sólo él podía ver. Las primeras venas aparecieron y permanecieron en su frente, luego en el cuello y finalmente por los hombros y los brazos, venas como gusanos que de repente hubieran cobrado vida. Parecía que había dejado de respirar. Los demás desviaron la mirada de Alphonse y su familia para contemplarle. Se quedaron quietos, como si también ellos hubieran dejado de respirar.

[...]


–Necesita un cable –dijo Earline–. Se va a quedar catarónico.

–Catarónico –dijo Clavo–. No sé mucho de esas vainas.

–Tampoco tiés un diploma en Problemas Cotidianos.

–En algo tenía que tener suerte –dijo Clavo.

–No me aturulles en un momento así, Clavo –le respondió ella–. Creo que estamos ante una crisis crítica.

–Yo no me metío en ninguna crisis –dijo Motor–, ni en el agua me metío”.





HARRY CREWS: LO QUE SÉ DE NOSOTROS DOS

Os anticipamos el fantástico prólogo de Jesús Llorente al libro CUERPO, en el que nos revela cómo llegó a saber de la existencia de Harry Crews, a través de la música.

HARRY CREWS: LO QUE SÉ DE NOSOTROS DOS

Conocí a Harry Crews en el verano de 1994, un verano en el que mi vida estaba en transición, aunque no estaba seguro de adónde ni hacia qué. Al principio Harry fue para mí tan solo un grupo musical en el que militaba Kim Gordon, cuya banda principal, Sonic Youth, abanderada del rock ruidoso norteamericano desde 1982, vivía un momento dulce tras publicar clásicos como Sister o Daydream Nation. Del mismo modo, Kim Gordon (y todos sus compañeros en Sonic Youth, Thurston Moore, Steve Shelley y Lee Ranaldo, a quien con el paso del tiempo terminamos editando un libro de poemas en Acuarela) era para mí una referencia de altura musical y emocional, un blog de lectura obligada de cuando no había blogs y los links iban de boca en boca, cuando no de mano en mano.

Harry Crews fue fundado en realidad por Kim y por la reina del underground Lydia Lunch (Teenage Jesus & The Jerks, 8 Eyed Spy, Big Sexy Noise) junto a Sadie Mae, también conocida como Lisa Timocich. Jamás grabaron un disco de estudio y el único que publicaron es una presentación en vivo en la que también participa Pat Place (The Contortions) como guitarrista, una recopilación en directo extraída de actuaciones en salas del Reino Unido y Austria.

Con un sonido crudo y desnudo que te llegaba a los tobillos, a la cabeza, al pecho y al estómago, como debía ser la música en aquellos momentos, al menos la música que yo quería que me sacudiera por dentro. Conocí a Harry Crews antes de que supiera que era un escritor personalísimo, intenso, original y despiadadamente bueno. Durante aquel verano de 1994 pasé unas semanas sintiéndome el chico más punk de las zonas residenciales de Demarest, un pueblo a las afueras de New Jersey, célebre porque en él vivía Lucius Walker, pastor baptista conocido
por su oposición al embargo de los USA a Cuba, fallecido el año pasado. Transcurrían mis horas más muertas que vivas escuchando en una casete las 12 canciones de su único álbum, titulado Naked in Garden Hills, un fragoroso y farragoso compendio de hardcore, rock, no wave, trash metal que me contagiaba ganas de existir, de sobrevivir en este mundo, por gris y siniestro y sin esperanza que fuese aquel mundo mío.

Mi inglés no era lo suficientemente bueno como para comprender cuál era el motivo central del elepé, el epicentro de tanta rabia, tanto desgarro físico, casi sexual, y solo cuando pasé un par de días en Nueva York justo antes de volver a España pude descubrir lo que escondía aquella música misteriosa y voraz. En una tienda vi el disco en vinilo, con una portada en la que salían las tres protagonistas del proyecto en forma de ilustración-collage bastante cutre, y una contraportada en la que pude ver por primera vez la cara de Harry Crews. Del Harry Crews escritor.

En realidad composiciones como “Car”, “The Knockout Artist” o “The Gospel Singer” tomaban su nombre de diferentes novelas de Harry Crews. El título del disco también hace referencia a otra novela suya. “Bringing Me Down” trata sobre un festival (o convención, pero quiero evitar esa palabra) de serpientes, un tema que Crews había abordado en A Feast of Snakes. Y la cara A comienza con “About The Author”, en el que Lydia Lunch recita en primera persona, como si fuera el Harry Crews de carne y hueso, la historia de su vida hasta entonces. Era, como si dijésemos, la primera noticia que yo tenía de él. Y era a través de una cantante, en un disco llamado como el novelista que yo todavía no había leído, en una pieza en la que ella se mete bajo su piel en una especie de spoken word ruidoso, experimental, tremendo, primitivo.

Fue entonces cuando me hice con dos de sus novelas en una librería de St. Marks Place. Y luego con otras dos, horas después. Finalmente me gasté casi todo mi presupuesto del viaje en dos volúmenes más, uno de ellos su autobiografía. Pasé una eternidad en el aeropuerto sin poder comprar comida ni bebida y bebiendo agua del lavabo de uno de los baños. Pero yo tenía 22 años y cuando no podía comer nada me daba por pensar que podía comerme el mundo. Leí y leí y leí alimentándome por dentro como se alimenta un enamorado o un loco. Y luego en el avión seguí leyendo. Y parte de esta historia se detiene aquí.

Sí, aquí, en otra contraportada. La de Body (ahora Cuerpo).

En ella —en la solapa en esta edición— Harry Crews parece desafiar al lector, al editor, a su agente literario, si es que lo tenía, al propio fotógrafo. Somos víctimas de nuestros rostros, de la configuración de nuestras facciones. Y Crews tiene el tipo de cara que cuando entra en un banco los seguratas se llevan la mano a sus pistolas. Si la cara es el espejo del alma, lo primero que sabemos es que Harry no es un vampiro. En su cara hay un mapa del tesoro no encontrado. Hay el ceño fruncido de mil lectoras de manos que no encuentran la línea de la vida de nadie en absoluto. Hay meandros, cunetas, muescas, dentelladas.

Desde su primera novela, The Gospel Singer (De próxima publicación en Acuarela Libros & A. Machado), se puede comprobar la evolución de Harry Crews gracias a sus fotos en la contraportada o las solapas. Mostrando su tatuaje. Con gafas de sol. Con bigote. Con cresta. Rapado. Con la cara desencajada. El rictus torcido. Casi siempre intimidatorio. A veces pidiendo perdón por ser él. Todo escritor sabe que la verdad está en la ficción, pero también que su carácter es su destino. Y si hay en el mundo una cara a la que de ninguna manera se le puede hablar de tú esa es la de Harry Crews.

Pero, ¿qué sabemos de él?

Sus padres eran aparceros y Harry nació el 7 de junio de 1935 en Bacon County, Georgia.
Su padre murió de un ataque al corazón cuando él tenía 21 meses.
Su madre trabajó durante décadas en una fábrica de puros.
Sirvió como marine durante la guerra de Corea.
Se divorció dos veces de su primera esposa.
Durante su primer año en el ejército fue campeón de los pesos ligeros en su regimiento.
Le han roto la nariz al menos seis veces.
Ha practicado karate durante 27 años.
Su primer hijo murió ahogado en la piscina de un vecino.
Ha entrenado halcones. Le gusta la cetrería.
Tiene un tatuaje en el brazo derecho con la frase “How do you like your blue eyed boy, Mr. Death” bajo una calavera. Es un verso de e.e. cummings.
Ha bebido mucho y se ha drogado lo suficiente.
Hasta los 47 no tuvo su primera resaca.
Admite no ser una persona divertida.
La gente no se sienta a su alrededor ni se ríe con sus ocurrencias.
Él mismo se ríe bastante poco.
Todo su humor se encuentra en sus libros.
Se ha metido en innumerables peleas, incluso recientemente.
Harry Crews está enfermo (aunque lleva años diciendo que lo está).
Su última novela se llama The Wrong Affair, todavía sin terminar.
Él mismo no sabe si le quedará tiempo para terminarla.
Al escribir sobre nosotros mismos nos pasa como cuando le damos la vuelta al teclado del ordenador. Sobre la mesa aparecen uñas mordidas, trozos de piel, comida, polvo acumulado, restos de chucherías y otras cosas innombrables. Normalmente recogemos los trofeos y los mandamos a la papelera con cara de asco. Pero no Harry Crews. Él escribe sobre sí mismo, todo lo que sabe del mundo lo sabe porque lo ha escrito, y a veces leído. No es uno de esos autores que primero asestan heroicos puñetazos a las mesas de los cafés y luego comienzan a dar gritos porque se han hecho daño. Tal y como él mismo confiesa: “Si no lo he hecho, no puedo escribir sobre ello. Si no me he metido en ese asunto, olido, saboreado, enfangado en ello –en el argumentono puedo decir nada. Algunos pueden, y lo hacen fenomenal. Pero yo no, radicalmente no”.

Es curioso cómo llegué hasta Harry Crews, y sorprendente el modo en el que él ha llegado a mí 17 años después. Body ha sido traducido y yo tengo algo que ver con ello... Y aunque cualquiera que haya vivido una pasión con cierta intensidad sabe que simultáneamente tiene que ir aprendiendo a conformarse con mucho menos, percibo la misma emoción que cuando descubrí a Harry (a ambos). Y es como si esa emoción siempre hubiese estado aquí, electrificada, inmóvil, como una minúscula entre paréntesis. Como si aquel que fui yo hubiese vuelto para decirme que todo aquello que sentí –por aquella música, por aquellas palabras, por la prosa de este hombre– estaba bien, que no me había equivocado por mucho que fuese experto en descubrir las cosas importantes de esta vida casi por accidente, de oídas, a tientas. Intentando filtrar en mi cabeza todo lo que llegaba hasta mí con el mejor colador posible y la voluntad de ser bueno con todo el mundo siempre y en toda ocasión, con sólo algunas notables excepciones.
22 marzo 2011