[Seguimos
con algunos de nuestros autores favoritos: Chesterton,
de quien publicamos La
taberna
errante, y Tolkien, que aparece como personajes en Estrella
del alba
de Wu Ming 4. Casi todos los textos de esta entrada ha sido sacados
de las obras de JOSEPH PEARCE (autor de Tolkien:
hombre y mito,
J.
R. R. Tolkien Señor de la Tierra Media
y Wisdom
Innocence: A Life of G. K. Chesterton.
Su primera novela, The
Three Ys Men
es, según su propia estimación, “un bullicioso retozo en la
tradición de Belloc y Chesterton con una pizca de la ficción de
Tolkien más ligera”)]
LOS FUERTES LAZOS DE AFINIDAD ENTRE TOLKIEN Y CHESTERTON
“Chesterton
reúne las condiciones necesarias para ser un hobbit honorario”.
JOSEPH
PEARCE
“Los
hobbits, escribió Tolkien, son muy aficionados a las historias y es
fácil figurarse Egidio,
el granjero de Ham
y La
Taberna Errante
entre los primeros lugares de los libros más leídos por los
hobbits”.
JOSEPH
PEARCE
G.
K. Chesterton
“[…]
La relación de la Comarca con el distributismo de G. K. Chesterton y
Hilaire Belloc reviste una particular importancia. La visión que
tenía Tolkien de la Comarca era sorprendentemente similar a la que
adoptó durante las décadas de los veinte y los treinta la Liga
Distributista, de la que Chesterton era presidente. El credo
distributista de que la propiedad privada debía ser disfrutada por
el máximo de población posible, para que la gente se liberara de la
“esclavitud salarial” de los grandes negocios o el monopolio
estatal, aparece de modo sucinto en El
Señor de los Anillos,
en los pensamientos de Sam Gamyi: “conservaba aún, en lo más
hondo de sí mismo, el indomable sentido común de los hobbits… El
pequeño jardín de un jardinero libre era lo único que respondía a
los gustos y a las necesidades de Sam; no un jardín agigantado hasta
las dimensiones de un reino; el trabajo de sus propias manos, no las
manos de otros bajo sus órdenes”. Las consecuencias para la
Comarca una vez “el indomable sentido común de los hobbits” fue
reemplazado por la codicia y el deseo de poder quedan ejemplificadas
cuando los hobbits regresaron a casa para encontrar desolada la
tierra que amaban. Su querida Comarca se estaba convirtiendo en un
Mordor en miniatura […].
“[…]
El hecho de que la visión de Tolkien de la Comarca, amenazada por
los males del “desarrollo” industrial, fuera similar en muchos
aspectos a la visión de Inglaterra que tenían los distributistas
también indica otros paralelos notables entre los textos de Tolkien
y los de Chesterton.
El
alcance total de la influencia de G. K. Chesterton en el primer
tercio de este siglo fue considerable, sobre todo entre los
cristianos “ortodoxos”, tanto anglicanos como católicos, entre
los cuales era considerado un ejemplo a seguir. Al educarse Tolkien
en la época en que la llama de Chesterton era más brillante y sus
capacidades estaban en aumento, sería inconcebible que el joven
católico de mentalidad tradicional no hubiera leído gran parte de
sus libros, si no la mayoría de ellos. Lo cierto es que hay muchas
cosas que indican que Tolkien y Chesterton eran espíritus afines.
Como
Tolkien, Chesterton consideraba la Alegre Inglaterra una visión
idealizada de lo que Inglaterra había sido y podía ser. Se trataba
de una Inglaterra libre del puritanismo posterior a la Reforma y del
proletarismo postindustrial, una Inglaterra en la que los individuos
poseían la tierra donde vivían y trabajaban. Era la agradable
tierra verde de Blake, liberada del dominio de los molinos oscuros y
satánicos.
Chesterton
escribió un estudio sobre Blake y una extensa biografía de William
Cobbett, otro de los primeros grandes opositores al industrialismo.
“En opinión de Chesterton –escribió uno de los críticos del
último libro–, Cobbett apoyaba a Inglaterra: una Inglaterra no
industrializada, autosuficiente, que basa su prosperidad en la
agricultura y en el comercio menor, sin deseos de inflación”.
Chesterton consideraba a Cobbett el defensor de la población rural
desposeída, el último radical rural: “Después de él, el
radicalismo es urbano y el conservadurismo, suburbano”. También
comparó a Cobbett con Shelley: “Caminando por la verde
Warwickshire, Cobbett podría haber pensado en el grano y Shelley en
las nubes. Pero Shelley habría llamado a Birmingham lo que la llamó
Cobbett: un agujero infernal”. Esta es una opinión que Tolkien
habría suscrito con entusiasmo, sobre todo porque había visto cómo
su querida Sarehole era engullida por el “agujero infernal” de la
conurbación de los West Midlands. También es interesante que la
descripción que Chesterton hizo de Cobbett sea igualmente aplicable
a Tolkien:
Lo
que vio no era un Edén imposible, sino un Infierno posible y
existente. Lo que vio era la muerte de toda la capacidad inglesa de
independencia, el crecimiento de ciudades que secan y agotan el
campo… el triunfo de las máquinas desplomándose sobre los
hombres… la riqueza que puede significar hambre y la cultura que
puede significar desesperación; el pan de Midas y la espada de
Damocles.
William
Cobbett
La
evidente convergencia de opiniones hace surgir la cuestión de la
influencia de Chesterton en la formación de las percepciones de
Tolkien. Si bien de los textos del propio Tolkien se desprende que
conocía y admiraba la obra de Chesterton, no sabemos hasta qué
punto el hecho había afectado su propia mirada filosófica,
ideológica o creativa.
En
su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, Tolkien cita a Chesterton
en varias ocasiones, siempre en términos favorables, para reforzar
su punto de vista. También cita a Chesterton favorablemente en un
par de cartas, pero en otra ocasión se muestra crítico con su obra
La balada
del caballo blanco.
El 3 de septiembre de 1944 escribió, en una carta dirigida a su
hijo, que su hija Priscilla, entonces de quince años, “había
estado leyendo” la obra de Chesterton: “Mis esfuerzos por
explicarle los pasajes más oscuros me convencen de que no es tan
bueno como pensaba. El final es absurdo. El brillante resplandor de
las palabras y las frases (cuando transmiten algo y no son meros
colores llamativos) no puede disimular el hecho de que G. K. C. no
sabía nada en absoluto acerca del “Norte”, sea este pagano o
cristiano”. Irónicamente, estas palabras críticas demuestran la
influencia de Chesterton en Tolkien. Puesto que probablemente Tolkien
leyera La
balada del caballo blanco
poco después de su publicación en 1911, parecería que durante más
de treinta años conservó la impresión, en gran parte errónea
según su juicio posterior, de que la balada romántica de Chesterton
era “buena”. Esta impresión pudo reforzarse durante sus
conversaciones con C. S. Lewis en las reuniones semanales de los
Inklings. Lewis se sabía de memoria gran parte de la obra y le dijo
a George Sayer, alumno suyo que después se convertiría en su
biógrafo, que era “maravillosa” y que “de vez en cuando
alcanza lo heroico, la cualidad menos frecuente de la literatura
moderna”.
Pocas
cosas indican que la opinión de Tolkien fuera tan positiva como la
de Lewis y uno se pregunta si el crítico Christopher Clausen, en su
ensayo sobre “El
Señor de los Anillos
y La
balada del caballo blanco”,
exageró la influencia de Chesterton. Clausen afirma que El
Señor de los Anillos
“debe mucho” a la balada de Chesterton, sobre todo en la
similitud entre el papel de Galadriel y el de la Virgen María en La
balada del caballo blanco.
Clausen también ve a los enanos, elfos y hombres de Tolkien como
equivalentes de los sajones, celtas y romanos. La estructura y la
concepción básica de las dos obras es similar, en opinión de
Clausen, porque ambas cuentan la historia de una guerra entre fuerzas
benignas y malignas en la cual la alianza de las fuerzas del bien, a
pesar de todo, obtiene la victoria contra las fuerzas del mal, mucho
más poderosas. En las dos obras los acontecimientos culminan cuando
el rey recupera su posición. Clausen también alude al simbolismo
implícito en el hecho de que el caballo de Gandalf, Sombragris, sea
el caballo blanco arquetípico de la leyenda inglesa.
Por
convincentes que sean los paralelismos, los conocimientos y la
erudición de Tolkien eran tan grandes que La
balada del caballo blanco
sólo puede considerarse, como máximo, una de las muchas influencias
que operaron en la composición de El
Señor de los Anillos.
No
obstante, dejando a un lado la supuesta influencia directa de
Chesterton en Tolkien, existen numerosas evidencias de su influencia
indirecta. Tolkien simpatizaba con la obra de Chesterton y, a pesar
de sus diferencias de enfoque, hay evidentes lazos de afinidad entre
los dos hombres.
Uno
de los más notables es el sentido de maravilla que impregna la obra
de ambos, e incluso su punto de vista y filosofía. En El
Señor de los Anillos,
la figura enigmática de Tom Bombadil parece encarnar este sentido de
la maravilla, en el que se unen sabiduría e inocencia, hasta un
grado sublime: “Tom cantaba la mayor parte del tiempo, pero sobre
todo cosas que no tenían sentido, o quizás en una lengua extranjera
que los hobbits no conocían, una lengua antigua con palabras que
eran casi todas de alegría y maravilla”.
Tom
Bombadil
Bombadil
es una paradoja personificada. A pesar de ser más viejo que el
mundo, es perpetuamente joven. Posee una sabiduría maravillosa, la
sabiduría de la maravilla, que horada el cinismo mundano. Posee una
inocencia infantil sin la ingenuidad de los niños. […] T. A.
Shippey, autor de El
camino a la Tierra Media,
mencionaba la naturaleza contagiosa de este sentido de la maravilla
en la obra de Tolkien cuando dijo que Tolkien lo había convertido en
“observador. Tolkien convierte a la gente en observadores de
pájaros, árboles y setos”. Esa era una de las intenciones de
Tolkien, basada en su creencia de que una de las funciones más
elevadas de los cuentos de hadas era la recuperación de una visión
clara de la realidad:
… necesitamos
renovarnos. Deberíamos volver nuestra mirada al verde y ser capaces
de quedarnos de nuevo extasiados –pero no ciegos– ante el azul,
el rojo y el amarillo… Los cuentos de hadas nos ayudan a completar
esta renovación…
La
Renovación (que incluye una mejoría y el retorno de la salud) es un
volver a ganar: volver a ganar la visión prístina. No digo “ver
las cosas tal cual son” para no enzarzarme con los filósofos, si
bien podría aventurarme a decir “ver las cosas como se supone o se
suponía que debíamos hacerlo”, como objetos cercanos a nosotros.
En cualquier caso, necesitamos limpiar los cristales de nuestras
ventanas para que las cosas que alcanzamos a ver queden libres de la
monotonía del empañado cotidiano o familiar, y de nuestro afán de
posesión… Esta cotidianeidad es el castigo por la “apropiación”:
los objetos cotidianos o familiares (en el peor de los sentidos) son
aquellos de los que nos hemos apropiado, legal o mentalmente. Decimos
que los conocemos. Son como aquellas cosas que una vez llamaron
nuestra atención por su brillo, su color o sus formas y que, ya en
nuestras manos, encerramos con llave en el arca, las hacemos nuestras
y, una vez poseídas, dejamos de prestarles atención.
Los
cuentos de hadas, naturalmente, no son el único medio de renovación
o de profilaxis contra el extravío. Basta con la humildad. Y para
ellos en especial, para los humildes, está Mooreeffoc, es decir, la
Fantasía de Chesterton. Mooreeffoc es una palabra imaginada, aunque
se pueda ver escrita en todas las ciudades de este país. Se trata
del rótulo “Coffee-room”, pero visto en una puerta de cristal y
desde el interior, como Dickens lo viera un oscuro día londinense.
Chesterton lo usó para destacar la originalidad de las cosas
cotidianas cuando se nos ocurre contemplarlas desde un punto de vista
diferente del habitual.
Tolkien
empleó este principio chestertoniano cuando Gandalf intentó
averiguar la contraseña de las puertas de Moria. Las palabras en
élfico garbadas encima de las puertas decían: “Las Puertas de
Durin, Señor de Moria. Habla, amigo, y entra”. Gandalf pasó un
largo rato probando diferentes encantamientos élficos, en vano. Las
puertas de las Minas de Moria seguían firmemente cerradas. De pronto
el mago se puso en pie, riendo. Había tenido la contraseña delante
todo el tiempo, demasiado obvia para ser vista. Debería haber
traducido las palabras por “di amigo
y entra”: “Sólo tuve que pronunciar la palabra amigo
en élfico y las puertas se abrieron. Simple, demasiado simple para
un docto maestro es estos días sospechosos. Aquellos sin duda eran
tiempos más felices. ¡Bueno, vamos!”.
Las puertas de Moria
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