[Seguimos
con algunos de nuestros autores favoritos: Chesterton,
de quien publicamos La
taberna
errante, y Tolkien, que aparece como personajes en Estrella
del alba
de Wu Ming 4. Casi todos los textos de esta entrada ha sido sacados
de las obras de JOSEPH PEARCE (autor de Tolkien:
hombre y mito,
J.
R. R. Tolkien Señor de la Tierra Media
y Wisdom
Innocence: A Life of G. K. Chesterton.
Su primera novela, The
Three Ys Men
es, según su propia estimación, “un bullicioso retozo en la
tradición de Belloc y Chesterton con una pizca de la ficción de
Tolkien más ligera”)]
Tolkien
y Chesterton compartían también el amor por la tradición y el
tradicionalismo. En 1909 Chesterton había defendido el
tradicionalismo, titulándolo la filosofía del Árbol:
Lo
que quiero decir es que un árbol sigue creciendo, y por tanto sigue
cambiando; pero en los bordes hay siempre algo inalterable. Los
anillos más interiores del árbol son los mismos que cuando era un
retoño; ya no son visibles, pero siguen siendo fundamentales. Cuando
en la copa brota una rama, no se separa de las raíces de abajo; por
el contrario, necesita que las raíces lo sostengan con más fuerza
cuanto más se eleven las ramas. Esta es la verdadera imagen del
progreso vigoroso y saludable del hombre, de una ciudad o de todas
las especies.
El
sentido de tradición era tan importante para Tolkien como para
Chesterton y todo El
Señor de los Anillos
está impregnado de su presencia. Sin embargo, resulta interesante
que la figura mitológica que Tolkien emplea para encarnar la
tradición sea Bárbol, una criatura con aspecto de árbol que era el
ser vivo más antiguo de toda la Tierra Media. Bárbol es la
personificación de Tolkien de la filosofía del Árbol de
Chesterton. Cuando Pippin y Merry vieron a Bárbol por primera vez,
creyeron ver un atisbo de la sabiduría de todas las edades en las
profundidades de sus ojos.
Los
fuertes lazos de afinidad que hay entre Tolkien y Chesterton, que se
ven de modo implícito en la Tierra Media, se distinguen con más
facilidad en las obras más ligeras y menos conocidas de Tolkien. En
Las cartas
de Papá Noel, Hoja de Niggle,
El
Herrrero de Wootton Mayor
y, curiosamente, en Egidio,
el granjero de Ham,
vemos con más claridad los paralelismos entre su obra y la “fantasía
chestertoniana” que Tolkien menciona en su ensayo “Sobre los
cuentos de hadas”[…].
[…]
Robert J. Reilly, en su ensayo sobre “Tolkien y el cuento de
hadas”, une a Chesterton y Tolkien como herederos modernos de una
larga historia de ideas relacionadas:
Por
qué habría de existir ahora una posición como la de Tolkien debe
responderlo el especialista en la evolución de las ideas a lo largo
de la historia. Que el romanticismo cristiano de Tolkien no es único
es obvio, por supuesto, teniendo en cuenta la gente como C. S. Lewis
y Charles Williams. El historiador encontrará el rostro de
Chesterton antes que ellos, y detrás de él a uno de los escritores
favoritos de Lewis y Chesterton: George Macdonald.
Estos,
a su vez, no fueron más que unos beneficiarios recientes de una
larga tradición cristiana que se remonta casi dos mil años hasta
los mismos Evangelios. “Los romances de Chesterton sobre la
existencia, tales como Superviviente,
se basan en esta visión religiosa místico-tomista y forman parte de
ella”, escribió Reilly. Este punto de vista religioso común puede
explicar en sí mismo las afinidades entre Chesterton y Tolkien, pero
una carta que el último escribió a su hijo el 14 de mayo de 1944
nos hace pensar que en ocasiones posiblemente la influencia de
Chesterton fuera más directa:
De
pronto tuve una idea para una nueva historia (del largo
aproximadamente de Niggle) ayer en la iglesia, me temo. Un hombre
desde lo alto de una ventana ve la suerte no de un hombre o de la
gente, sino de un minúsculo terreno (del tamaño aproximado de un
jardín) a lo largo del tiempo. Se limita a verlo iluminado, con
bordes de niebla, y las cosas, los animales y los hombres entran y
salen de él, y las plantas y los árboles crecen, se marchitan y
cambian. Uno de los detalles sería que las plantas y los animales
cambian de una forma fantástica a otra, pero los hombres (a pesar de
las diferencias de vestido) no varían en absoluto. Por intervalos, a
lo largo de los diversos tiempos desde el paleolítico hasta la
actualidad, una pareja de mujeres (o de hombres) se pasearía por la
escena diciendo exactamente lo mismo (por ejemplo: No tendría que
estar permitido. Tendrían que ponerle fin. O, yo le dije a ella: No
soy de las que se escandalizan pero…).
Por
desgracia, al parecer la idea nunca fructificó, pero presenta un
notable parecido con la premisa central de El
hombre eterno
de Chesterton, la obra no de ficción que tanto influyó en la
conversión al cristianismo de C. S. Lewis.
Cinco
años después de que Tolkien escribiera esta carta a su hijo, se
publicó Egidio,
el granjero de Ham.
Este libro infantil constituye una viva refutación de la acusación
de tristeza o pesimismo que con tanta frecuencia sufre Tolkien de
modo injustificado. Al igual que gran parte de sus otras obras
menores,
Egidio, el granjero de Ham
tiene cierta afinidad con la “fantasía chestertoniana”, quizá
más que cualquier otro de sus libros. Mientras que en otras obras
Tolkien exhibe el sentido de maravilla de Chesterton, el
“superviviente”, e incluye imágenes del hombre cotidiano y del
“hombre eterno”, en Egidio,
el granjero de Ham
muestra el sentido chestertoniano de diversión. Se trata de un juego
ligero y bullicioso en la tradición de La
Taberna Errante
y El
Napoleón de Notting Hill
de Chesterton. La relación con la última obra es obvia desde la
primera página, en la que Tolkien sitúa su historia en una idílica
Alegre Inglaterra que nos hace pensar en la visión medieval en la
que se basó Adam Wayne, el “Napoleón” de Chesterton:
Aegidius
de Hammo era un hombre que vivía en la región central de la isla de
Bretaña. Su nombre completo era Aegidius Ahebobarbus Julius Agricola
de Hammo; porque la geste ostentaba pomposos nombres en aquellos
tiempos ahora tan lejanos, cuando esta isla estaba aún, por fortuna,
dividida en numerosos reinos. Había entonces más sosiego y menos
habitantes, así que la mayoría eran personajes distinguidos.
Aquellos tiempos, sin embargo, han pasado, y de ahora en adelante
citaré al protagonista por la forma abreviada y popular de su
nombre: era el granjero Egidio de Ham, y tenía la barba pelirroja.
Ham no era más que un pueblo, pero en aquellos días los pueblos
eran orgullosos e independientes.
El
argumento alcanza su desarrollo en el momento que el granjero Egidio,
héroe involuntario, doma al dragón y en consecuencia obtiene una
gran fama. Los aldeanos se liberan de un rey codicioso y su decadente
corte, que están más interesados en la última moda en sombreros o
en discutir “aspectos de protocolo” que en los actos de heroísmo.
Hay numerosos personajes divertidos, como el herrero de la aldea, que
desempeña el papel de un cómico Lengua de Serpiente, y la
cronología de la historia se da según el santoral, lo que la sitúa
en un sólido contexto cristiano. El perro del granjero Egidio
recuerda a Quoodle, el adorable y excitable perro de La
Taberna Errante,
pero la similitud más notable entre Egidio,
el granjero de Ham
y La
Taberna Errante
es el elogio que se hace de la buena cerveza inglesa. En el cuento de
Tolkien no hay ruidosas canciones como las de la novela de
Chesterton, pero la alabanza y la fiesta de la cerveza son las mismas
en las dos obras:
En
la cocina se sentaron en coro y brindaron a su salud, alabándolo a
voces. No hizo ningún esfuerzo por ocultar sus bostezos, pero no se
dieron por enterados mientras duró la bebida. Terminada la primera o
segunda ronda (y el granjero la segunda o tercera), comenzó a
sentirse un valiente; cuando todos llevaban consumida la segunda o
tercera (él iba ya por la quinta o sexta), se sintió ya tan
valiente como su perro le creía. Se despidieron como buenos amigos;
y les palmeó las espaldas con entusiasmo.
En
El Señor
de los Anillos
hay alusiones similares a la calidad de la cerveza y de las tabernas
de las aldeas. Pippin lamenta que el camino que siguen para abandonar
la Comarca no pase por la Perca Dorada de Cepeda: “La mejor cerveza
de la Cuaderna del Este, o así era antes. Hace tiempo que no la
pruebo”. Un ejemplo más memorable es la estancia de los hobbits en
el Poney Pisador de Bree, donde Sam olvida su recelo “que la
excelencia de la cerveza ya había aliviado bastante”. De hecho, la
cerveza es tan buena que Frodo termina cantando una canción con
consecuencias casi desastrosas. Estas frivolidades no tardan en
desaparecer en la seriedad de la misión, pero al volver a la Comarca
advierten horrorizados que el mal de Mordor ha invadido su propio
hogar con terribles resultados, el menor de los cuales no es la
clausura de todas las tabernas: “Están todas clausuradas –dijo
Robin–. El Jefe no tolera la cerveza. O por lo menos así empezó
la cosa. Pero los Hombres del Jefe se la guardan para ellos”.
Esto
evoca un paralelismo más entre Chesterton y Tolkien. Chesterton
había escrito La
Taberna Errante
en parte como respuesta cómica al movimiento de la templanza y el
espectro de la prohibición, y Tolkien habría simpatizado
completamente con esta justa jocosa contra los “aguafiestas”
puritanos. Las reuniones regulares de Tolkien y Lewis y los otros
Inklings en el Eagle and Child eran tan importantes para él como lo
habían sido las reuniones de Chesterton con Belloc y Baring en las
tabernas de Fleet Street. El consumo de cerveza tradicional en las
tabernas tradicionales era fundamental para la imagen del inglesismo
que tenían ambos, igual que para la imagen de la hobbitería que
tenían Frodo y Sam.
Tolkien
había afirmado que sus conceptos de “inglesismo” y “hobbitería”
eran sinónimos y, de acuerdo con este criterio, Chesterton reúne
las condiciones necesarias para ser un hobbit honorario. Ambos
escritores parecen personificar el inglesismo, representan su
quintaesencia, y una casi puede imaginárselos perfectamente en casa
en la Comarca. De hecho, allí serían más apreciados que en la
Inglaterra moderna. Los hobbits, escribió Tolkien, son muy
aficionados a las historias y es fácil figurarse Egidio,
el granjero de Ham
y La
Taberna Errante
entre los primeros lugares de los libros más leídos por los
hobbits.
Dejando
de lado las “fantasías tolkienanas”, lo ciertos es que ambos
escritores eran espíritus afines. Como sin duda habría dicho
Tolkien si Chesterton no lo hubiera hecho antes: “Cuanto más
genuinamente vemos la vida como un cuento de hadas, con más claridad
se resuelve el cuento mediante una lucha contra el dragón que está
desolando la tierra de las hadas”.
La primera parte de esta entrada
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2 comentarios:
Cualquiera de los dos autores será capaz de llevarnos más allá de las fronteras de nuestra imaginación y recrearnos ese mundo fantástico que solo dos mentes privilegiadas y la pluma de dos maestros logra exponer en cada una de sus obras y sus personajes. Si no hubieran existido, habría que inventarlos.
Un saludo y un placer leert
Amén!
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