De 1968 a 2011, de París a El Cairo: la calle habla

(fragmento de Escritos Políticos, de Maurice Blanchot)

LA CALLE

Al tiempo que emprendía la violenta liquidación del movimiento de insurrección estudiantil, el poder del general De Gaulle ha decidido meter en cintura al pueblo entero. La disolución (sin ningún fundamento legal) de los movimientos de oposición no ha tenido más que el siguiente fin: permitir los registros sin control, facilitar los arrestos arbitrarios (más de cien órdenes de arresto), reactivar los tribunales de excepción, aparato indispensable de todo terrorismo de Estado y, finalmente, impedir cualquier tipo de reunión. Dicho de otro modo, y tal como declaró el presidente de la República, con una fórmula que todo el mundo debe recordar, pues muestra claramente lo que es y lo que quiere: no debe pasar nada en ninguna parte, ni en la calle ni en los edificios públicos (universidades, Parlamento). Esto equivale a decretar la MUERTE POLÍTICA.

Un signo que no engaña: la invasión de la calle por policías de paisano. No están ahí solamente para vigilar a los opositores declarados. Están por todos lados, en cualquier lugar al que los arrastre la sospecha, cerca de los cines, en los cafés, incluso en los museos, aproximándose en cuanto tres o cuatro personas se juntan y discuten inocentemente: invisibles, y con todo visibles. Cada ciudadano debe saber que la calle ya no le pertenece, que pertenece en exclusiva al poder, que quiere imponer en ella el mutismo, producir la asfixia.

¿Por qué esta movilización impulsada por el miedo? Después de mayo, la calle se ha despertado: la calle habla. Éste es uno de los cambios decisivos. Ha vuelto a la vida, potente, soberana: el lugar de toda libertad posible. Es precisamente contra esa palabra soberana de la calle contra la que, amenazando a todo el mundo, se ha puesto en marcha el más peligroso dispositivo de represión solapada y de fuerza brutal. Que cada uno de nosotros comprenda, pues, lo que está en juego. Cuando hay manifestaciones, esas manifestaciones no conciernen solamente a los pocos o los muchos que participan en ellas: las manifestaciones expresan el derecho de todos a ser libres en la calle, a ser libremente paseantes y a poder actuar de forma que en la calle pase algo. Es el primer derecho.

Traducción: Diego Luis Sanromán
Ilustración: Acacio Puig

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