Reproducimos aquí el epílogo completo de Bernard Wolfe al libro Really the Blues de Mezz Mezzrow En el verano de 1968, D. J. Bruckner fue a Chicago a cubrir una convención política para el Times de Los Ángeles y, sin comerlo ni beberlo, se vio convertido en corresponsal de guerra. Uno detrás de otro, sus reflexivos despachos desde el convulsionado frente callejero versaban sobre el estilo “Negroide” de los jóvenes luchadores blancos de la clase media, la forma en que imitaban en masa a sus hermanos negros en la forma de vestir, el peinado, el argot y la postura. Lo que estaba presenciando, decidió Bruckner, era un capítulo más del “apasionado romance con el gueto” llevado a cabo por una gente alejadísima de éste tanto en el color de la piel como en las circunstancias.
Este romance, de una u otra forma, en ocasiones extravagante y en ocasiones furtivo, se ha venido dando a lo largo y ancho de nuestro país, insuflado de pasión extrema, desde los días de su fundación. Reanimó la moda teatral de la nación en el siglo diecinueve, los espectáculos ambulantes y, tanto antes como desde entonces, buena parte de nuestra cultura popular. Uno de sus inacabables capítulos, episodio corto pero muy significativo, es la historia de Mezz Mezzrow.
La obsesiva e implacable dedicación de Mezzrow a los parias más despreciados del mundo le llevó, sin duda, a los extremos. No fue el único en adoptar la música, el argot, los modales y las maneras sociales y sexuales de los negros: estas opciones culturales fueron y seguirán siendo tomadas por cientos y miles de jóvenes blancos, incluso millones. Nunca estuvo solo a la hora de relacionarse con los negros cuando finalmente decidió mudarse físicamente a vivir en ese mundo tan cerrado. Se casó con una chica negra y tuvo un hijo con ella. Pero echad un vistazo a todas las historias de “negrificación” personal que queráis: nunca os encontraréis con otro caso en el que un hombre blanco, después de una prolongada inmersión en el gueto, haya llegado a convencerse de que se ha convertido, real y físicamente, en un negro.
Mezzrow, tras largos años en y por debajo de Harlem, llegó verdaderamente a pensar que se le había abultado el contorno de los labios, que el pelo se le había erizado y endurecido y que su piel se había oscurecido.