El quinteto madrileño Grupo Salvaje, que tanto nos ha acompañado en estos
últimos años y que ha colaborado con nosotros en las presentaciones de las
obras de Cash, Crews y Rotten, presentará su tercer álbum ‘III’, el 16 de
febrero en la sala El Sol de Madrid, dentro del ciclo Los Conciertos Sublimes y
coincidiendo con el inicio de las celebraciones del vigésimo aniversario del
sello discográfico Acuarela. A continuación os ofrecemos el texto que les ha escrito nuestro editor Javier Lucini para la presentación del disco.
"Ha pasado mucho tiempo, pero la espera ha merecido la
pena. Desde el 2006 de su Aquí hay dragones, se han cartografiado
muchas de esas zonas oscuras que señalaron en el mapa y al adentrarse, con esa
férrea voluntad de náufragos de la que siempre han hecho gala estos
incorregibles Salvajes, han descubierto que o bien tales dragones no eran
tales, o bien lo eran pero no para tanto.
Desde creer en el negro a señalar dragones, dos avatares de un mismo
sentimiento que podría definirse sencillamente como “aventurero” (lo que ya es
muy de agradecer en un mercado de calma chicha y naves asfixiadas por el
acomodo y el amilanamiento), también hubo un largo paréntesis. No quiere decir
esto (dicho sea entre paréntesis) que hayan estado en reserva o en compás de
espera. La travesía, como entonces, ha continuado y han sucedido cosas.
Catarsis apocalíptica en un local de ensayo (que es de lo que va VII, según ellos mismos confiesan, la
última letra compuesta para este nuevo, esperadísimo disco). Los argonautas se
han desembarazado de viejos lastres, han campeado motines y deserciones, han
sorteado espejismos y tempestades, alguno hasta se ha casado en uno de los
ocasionales desembarcos, pero en ningún momento han bajado la guardia. Han
seguido atesorando botines en nuevos abordajes y la tripulación se ha
fortalecido (o quizá haya terminado de enloquecer).
La mutación que más llama la atención ha sido de lo más reptil. Y, al mismo tiempo, de lo más valiente. “New Skin For
the Old Ceremony”, por
citar a uno de sus sempiternos referentes, Mr. Cohen. Algo que ya había hecho antes El Hijo, productor de sus dos travesías anteriores, sin zozobrar. El caso es que
han dejado atrás la piel del inglés y se han lanzado a la peripecia del
castellano sin que la nave se escore ni rechinen los cabestrantes. Todo lo
contrario. Con permiso esta vez de Jean Rhys, sin traicionarse a sí mismos, han
dejado atrás el “ancho mar de los Sargazos” en el que muy bien podrían haberse
quedado varados, en brazos de dudosas sirenas, y han salido bien airosos de la
titánica empresa.
Esa bestia de Conrad que inspiró la primera versión de la letra de De Hornos al fin del mundo, según nos
cuenta Ernesto González, líder del grupo, ese dragón (no Ernesto, que también,
sino la susodicha bestia del cuento de Conrad), bien podría tomarse como
metáfora de la nueva lengua adoptada por el grupo para lanzar sus mensajes de
náufrago (lengua materna en cualquier caso, Amor de Madre tatuado en el brazo),
un Cabo de Hornos, el peor escenario posible para naufragar, en el que, sin embargo,
estos marineros crepusculares cometen la osadía y la impertinencia de no
hacerlo.
En Regreso a Tsalal, con ecos de
los Byrds y los Beatles, recorren con Verne el rastro perdido de Arthur Gordon
Pym (lo cual es ya, de por sí, una declaración de principios), para volver a
sufrir gustosamente el Tormento de
hallarse lejos de casa, solaz y terapéutica de taberna portuaria, que entona
ese Jonás de las Manos Sucias, primo
hermano de Cash, que nos arroja a la cara un blues de pecado, culpa y
redención.
Cartel de J.C.Esteban (Enviudador) |
De nuevo la Balada Triste de Cable Hogue (de nuevo Peckinpah) esta vez en Su Abismo, con esa cosa tan de western
anochecido, de ocaso, en el que las bocinas de los primeros automóviles
sustituyen a los relinchos de todos los hermosos caballos y el viejo vaquero se
queda atrás, desubicado, preguntándose qué demonios ha sucedido. Y atreverse a
salir de nuevo en busca del Leviatán,
que parece haber sido siempre la obsesión de estos insensatos. La quimera de
Moby Dick, de dibujar cualquier cosa en el horizonte antes de que alguien, una
abuela de la Extremadura de posguerra (por ejemplo), venga a decirte que Te has quedado para vestir santos, u
opte uno por decir aDiós queriendo
contar una ejecución a lo Ambrose Bierce y que le salga, sin querer, la crónica
de un suicidio…
El caso es que Grupo Salvaje lo ha vuelto a hacer.
Gonzalo Valle Inclán (Hammond y piano), Nano Hernández (bajo, percusiones y
coros), Carlos Perino (batería, percusiones y coros), Pepe Hernández (guitarra acústica
y eléctrica, solista y rítmica, harmónica, teclados y coros), Oscar Feito
(guitarra eléctrica, mandolina, teclados, percusiones y coros) y Ernesto
González (guitarra acústica y
eléctrica de 6 y 12 cuerdas, rítmica y solista, autoharp, mandolina, theremin,
teclados, voz y coros), han logrado que esta larga Vigilia de Pentecostés, disidente y pistolera, haya merecido la
pena.
Y al final siempre nos quedará ese elegíaco narrador del Cabo de Hornos,
agonizando en la calma, tarareando el Vals
de las olas contadas. Un último vals, por cierto, que nos recuerda a
aquella inmortal película, no menos elegíaca, en la que Scorsese documentó la
disolución de The Band: Rick Danko
jugando al billar. Scorsese le
pregunta de qué va el juego. Rick Danko responde: "The object is to keep
your balls on the table and knock everybody else's off...". Estos tipos lo hacen. Después de escuchar su nuevo disco uno no tiene ya
ganas de escuchar otra cosa".
Javier Lucini.
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