¿Qué pasa con tu CUERPO (versión masculina)?



Harry Crews escribe CUERPO, su undécima obra, a finales de la década de los ochenta, una década marcada por el éxito taquillero de los héroes de acción encarnados, año tras año, por los cuerpos descomunales de Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Antes de emprender su recientemente abandonada carrera política como gobernador de California y después de lucir palmito (y poco más) en cosas tan gloriosas como Conan, Terminator, Comando, Predator, Danko: calor rojo y Los Gemelos golpean dos veces (la década prodigiosa, mano a mano con Rocky, Rambo, Cobra, Yo, el Halcón y Tango y Cash, verbigracia de su más acérrimo competidor, Stallone, con permiso de Chuck Norris y de los emergentes Seagal y Van Damme), el otrora flamante Mister Universo, que con su presencia en el inconsciente colectivo ha llenado de aspirantes los gimnasios y de mancuernas los dormitorios de miles de adolescentes granujientos (“consiga este cuerpo deseado con menos de quince minutos diarios de entrenamiento”) estrena nada menos que Desafío Total y Poli de Guardería el año en que Harry Crews publica CUERPO (1990), “una tragicomedia”, sin duda, la obra crepuscular que marca el fin de una época extraña.



“[...] Un buen chico grande ganaría siempre a un buen chico pequeño. Era cierto que un gran culturista, Frank Zane, pequeño según todos los cánones del deporte, se había hecho con el título mundial, pero no era menos cierto que cuando lo hizo no competía contra Arnold Schwarzenegger. Cuando Arnold llegó, ni Frank Zane ni nadie volvió a tener una oportunidad. Arnold no sólo era más ancho que cualquiera sino también más alto, quizá con la excepción de Lou Ferrigno. Y, por encima de todo, era bueno. Tan bueno como el mismo Dios.
Y todos los años que compitió se hizo con el título mundial hasta que se retiró. Lo ganó siete veces antes de retirarse, se casó rico y consiguió las máximas taquillas que habían conocido las pantallas de cine hasta el momento. No sabía actuar, ¿pero a quién coño le importaba? Todo lo que tenía que hacer para ganarse sus buenos diez millones de dólares era quitarse la camisa, porque todas las pollas del público se pondrían duras y a todas las mujeres les chorrearía el coño hasta las rodillas. Cuando Arnold se quedaba en calzoncillos irrumpía el tiempo de la magia, el misterio y la fantasía. Sobre todo de la fantasía. Y la fantasía sólo tenía que ver con dos cosas: montar o que te montasen.
Ahora que Arnold se había retirado para dedicarse a vender sueños y palomitas (que los sueños fuesen húmedos, salvajes y totalmente inalcanzables no importaba en absoluto, al fin y al cabo se trataba de sueños), ahora que Arnold estaba fuera de competición había un nuevo campeón, Lee Haney, negro y grande hasta un punto que ni siquiera el propio Arnold había llegado a ser, ancho más allá de lo verosímil y puede incluso que hasta de lo que cabía imaginar en sueños. Había ganado el título seis veces consecutivas y todo el mundo sabía que iba a batir el récord de Arnold, cifrado en siete. Lee Haney ganaría tantas veces como le viniera en gana. No había nadie en el horizonte capaz siquiera de llegar a rozarle. Lo único por lo que se competía ya todos los años era por alcanzar el segundo puesto detrás de Haney [...]”.

Extracto del capítulo 9 de CUERPO, Harry Crews. (continuará).



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