Posdata de Santiago López Petit a la entrevista del 26 de octubre de 2009, publicada ahora (ilustrada, revisada y ampliada) en Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y transformación
(Acuarela 2013). Santiago López Petit es profesor de filosofía en la
Universidad de Barcelona (UB). Militante de la autonomía obrera en los
años 70, hoy es uno de los impulsores de Espai en Blanc, una iniciativa a la vez filosófica y política. Su último libro es La movilización global. Breve tratado para atacar la realidad (ed. Traficantes de Sueños).
En
la entrevista de 2009, en un contexto marcado por la perplejidad ante
la ausencia de luchas sociales significativas en la crisis, Santi López
Petit analizaba el "asedio del pensamiento" en la sociedad de la
movilización global y la extrema dificultad del pensamiento político
cuando se vacía la calle. "Efectivamente estamos en un impasse: la
intervención política que persigue una auténtica transformación social
parece bloqueada. Ausencia de lucha abierta no significa, sin embargo,
ausencia absoluta de resistencia. Hoy día hay un malestar social difuso
que arranca de la imposibilidad de vivir, de querer vivir y no poder
hacerlo".
La posdata revisita la entrevista después de
las primaveras árabes, el 15-M, Occupy Wall Street, la resistencia
griega... ¿Hemos atravesado el impasse del "esto es lo que hay" o el
impasse se replantea bajo nuevas formas?
Añadir un
comentario que actualice y complete la entrevista no es sencillo.
Efectivamente, el desafío ya no es pensar en «ausencia de luchas», sino
más bien «después» de las luchas. Más exactamente: después de las
primaveras árabes, después del 15-M español, del Occupy Wall Street
americano... o de la resistencia desesperada en Grecia. Aunque es
imposible realizar un balance en pocas líneas, sobre todo por la
diversidad de los contextos considerados, es innegable que se ha
intentado atravesar el impasse.
Ahora bien, esta travesía del
impasse, es decir, hacer frente colectivamente a la inexorabilidad del
«esto es lo que hay», no ha implicado necesariamente un paso hacia
adelante. Día a día, hemos podido comprobar como el impasse cambia y
adopta nuevas formas. La primavera árabe ha sido secuestrada por los
islamistas en alianza con los militares reformistas; la resistencia en
Grecia, a pesar de las incontables huelgas generales, no consigue
avanzar y el populismo crece al aprovecharse de la desestructuración
social existente.
En el movimiento del 15-M, «tomar la plaza»
constituía también el gesto radical de un querer vivir colectivo
henchido de ilusión. Prolongado con el grito increíble de «nadie nos
representa» suponía una verdadera «toma de la palabra». Esta «toma de
palabra» que fue capaz de autoorganizar una vida en común, que fue
capaz de politizar la existencia de muchísima gente, no pudimos
sostenerla en el tiempo. Explicar por qué sucedió así es complicado,
aunque no es muy descabellado considerar que en la misma potencia del
movimiento radicaba su debilidad. Dicho en otras palabras y
brutalmente: su romanticismo tan hermoso y atractivo solo podía ser
flor de un día. Este romanticismo enamorado del consenso y de la
inclusión temía, por encima de todo, el conflicto interno. Y, también,
paradójicamente, una creatividad demasiado loca. Faltaba rabia y
estrategia. La política quedó en manos de los expertos y se hicieron
cartas a los reyes magos pidiendo derechos y todas las reformas
posibles. Pero solo un contrapoder impone derechos y puede impulsar
reformas. Al tomar la plaza, abrimos un vacío que intentamos habitar.
Pero nos daba demasiado miedo la organización y la política. ¡Se está
tan bien dentro de una burbuja! Si la naturaleza tiene horror al vacío,
y lo llena enseguida, igual sucede con la política. El vacío que
abrimos fue llenado inmediatamente por los viejos discursos que estaban
al acecho. Los sindicatos que habían sido incapaces de levantar un
mínimo de resistencia al desbocamiento del capital, se despertaron para
destruir la fuerza política del anonimato, para sindicalizar lo que
escapaba. El discurso nacionalista en Catalunya ofreció la cobertura de
una identidad única a una multiplicidad anónima que así pudo
resguardarse de la intemperie y alimentarse de horizonte. Las banderas
volvieron.
Y, sin embargo, el malestar social persiste y se
extiende. Lo que ocurre es que habla lenguajes tan distintos que
resulta difícil avanzar en su articulación. En principio, esta
articulación tendría que pasar por una politización apoyada en una
estrategia de objetivos. Es muy fácil de decir. Lo sé. Hay dos
problemas fundamentales. El primero reside en que esta politización
existencial, que por unos momentos se ha dado en tantos lugares, tiene
mucho de centrífuga. Siendo, por principio, la negación de toda opción
personal, termina abocando precisamente a la búsqueda de una salida
personal. Aunque esta salida sea digna, aunque adopte la forma de
rechazo y huida de esta realidad opresiva, en ella existe un fondo de
desencanto respecto a lo colectivo. El segundo problema es simplemente
la desproporción entre el ataque del capital desbocado y la resistencia
que se le opone. Esta desproporción que vemos y sentimos ante cada
agresión nos sitúa en la posición de víctimas. Como si ser una víctima
fuera lo único que nos permitiera un cierto reconocimiento en una
sociedad para la cual la gran mayoría ya sobramos. Esta es la cuestión
crucial. En el fondo todos sabemos que, hoy por hoy, es inasumible el
nivel de desafío que podría morder verdaderamente la realidad. De
momento, esperamos y negociamos con la vida.
De la impotencia a
la desilusión, ¿podría resumirse así lo que ha pasado? No, por
supuesto. Es demasiado fácil afirmar que estamos asistiendo al retorno
de lo reprimido (Verdrängung) en el sentido psicoanalítico:
entropía social, populismo, individualismo... como la reacción propia
de una realidad que había empezado a ser atacada. Sería olvidar que el
propio proceso de desbocamiento del capital constructor de esta
realidad plenamente capitalista y sin afuera, nos ofrece un regalo
inesperado: la coyuntura. El discurso posmoderno puso en el centro la
cuestión de la realidad al afirmar que había una «huelga de
acontecimientos». Sin olvidar que la realidad (capitalista) es nuestro
problema político, es cierto que la historia no solo no ha terminado
sino que se mueve. Se mueve de momento «contra» nosotros. Seguramente no
es esta la coyuntura que nos hubiera gustado vivir. No se escoge, sin
embargo, el momento de la política. El desafío es construir una
política del querer vivir, una política que recoja las necesidades y
aspiraciones del 99%, lo que no significa en absoluto eludir las
cuestiones espinosas, sino todo lo contrario. Se abre una bifurcación
que clarifica las posiciones. Tenemos que hacer un esfuerzo por ser
menos románticos y mucho más duros con el poder... y también con
nosotros mismos.
Santiago López Petit, por Acacio Puig
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