"No nos dejemos arrebatar las preguntas que la crisis nos impone", Amador Fernández-Savater en El Cultural.es




Tan fuera de lugar que no resulta fácil presentarle. ¿Activista? ¿Pensador? ¿Periodista? ¿Editor? ¿Alien? Es esta última genealogía la que aduce Amador Fernández-Savater (Madrid, 1974) en el prólogo de su último libro, Fuera de lugar (Acuarela, 2013). En sus páginas reúne, prologadas y actualizadas, un puñado de inhabituales y sabrosas entrevistas publicadas en su momento en el extinto diario Público en el que el autor/entrevistador desarrolló una conflictiva y ambivalente actividad. Fernández-Savater decidió un día abandonar el camino de la militancia en los movimientos sociales para, sin por ello reconciliarse con el orden del mundo, interrogar las nuevas “politizaciones enigmáticas” que brotaban en torno suyo y cuya cosecha recogió el 15-M. Incómodo con la posición de “opinador” con respuesta para todo, decidió dedicarse más bien a recolectar un ramillete de voces que piensan el mundo desde diversos lugares: Franco Berardi (Bifo), Guillem Martínez, Jesús Palacios, María Naredo, Santiago López-Petit, Luis Navarro, Jacques Rancière, Margarita Padilla... El caleidoscópico resultado ofrece una topología de urgencia de la sociedad y la cultura que merece la pena visitar.

Pregunta.- Relata en el prólogo su viaje de hace unos años “fuera de los movimientos sociales” que habitaba. ¿De dónde partía y cuáles eran las razones de ese viaje?
Respuesta.- Partía de movimientos sociales como el estudiantil, la insumisión, la okupación o el movimiento antiglobalización, en los que participé o a los que estuve muy cercano durante los años 90. Movimientos con una fuerza enorme donde ya se prefiguraba una forma de entender y hacer política que no pasa simplemente por la delegación de la deliberación y la decisión sobre los asuntos comunes en los partidos políticos. Pero el “no a la guerra” en 2003, la reacción social a los atentados del 11-M en 2004 o el movimiento V de Vivienda en 2006 suponen un salto muy importante. Ni siquiera podemos hablar ya de movimientos sociales, sino de movimientos de la sociedad misma, en los cuales la gente común, la gente sin experiencia de politización previa, es la protagonista (ya no tanto los activistas de movimientos sociales ni, menos aún, los militantes de partidos políticos). En esa política al alcance de cualquiera, a la altura de la vida de cualquiera, y ya no sólo de los expertos o los especialistas, me pareció percibir una posibilidad de renovación de la vida política colectiva que yo quería entender, para lo cual necesité salir de mis espacios y ponerme a la escucha.

P.- Perseguía entender nuevas “politizaciones enigmáticas”, ¿cuál era el enigma común que ilustraban todos esos movimientos tan distintos y qué razones le convocaban a desvelarlo?

R.- Creo que hay varios elementos comunes a todos ellos, que el 15-M también comparte. Por un lado, la idea convencional de la política es que se trata de algo de lo que se ocupan “los que saben”. De ahí la potencia disruptiva que tiene la participación de la gente común y cualquiera, los concernidos por las decisiones de la política. Por otro lado, esos movimientos no se identifican a izquierda o derecha de nuestro tablero de ajedrez, sino que redefinen el mapa de posibilidades abriendo espacios donde cualquiera puede implicarse en primera persona (lo que el 15-M ha nombrado como “política de la inclusividad”). Atención: las movilizaciones más potentes de los últimos quince años ni se entienden ni se piensan a sí mismas en el eje izquierda/derecha. Por último, son movimientos que no buscan destruir este mundo para construir otro, sino proteger y enriquecer el mundo común que es el único que hay. La lucha actual contra los desahucios es muy ilustrativa de todo ello: los afectados directos son los protagonistas, el movimiento no se identifica en la dicotomía izquierda/derecha y se lucha por cuidar el mundo compartido y a tus vecinos, son luchas post-utópicas.

P.- Y entonces, en 2007, Público se cruza en su camino. ¿Por qué dice que comienza a participar “como un contrabandista, un 'alien'?
R.- Público se dirigía muy claramente a esa sensibilidad que nace al calor de las nuevas politizaciones, por eso decidí colaborar. El problema es la figura de “opinador” que se me ofrecía para hacerlo. Pensar no consiste para mí en opinar sobre lo que la agenda político-mediática nos pone ante los ojos a cada momento, ni enjuiciar, cargarse de razón o “dar caña” al de enfrente (los de izquierdas a los de derechas y viceversa), sino “aprender de nuevo a ver”, como decía Albert Camus. Para hacerlo en un medio de comunicación hay que inventarse un dispositivo que permita otra relación con la actualidad y con los temas de los que se habla, otra voz e incluso otro uso del nombre propio. “Fuera de Lugar”, la sección de entrevistas y del blog que la acompañaba, fue el nombre del mío. Un cuerpo extraño, otra onda.

P.- ¿Y por qué aplicarse al género de la entrevista?
R.- La entrevista permite acompañar, catalizar y dar a conocer a otros el pensamiento de otros. En lugar de opinar sobre todo y cualquier cosa, se trataba de buscar y dar la palabra a algunas voces (más o menos visibles o escondidas) que investigan sobre cuestiones específicas. No hice ninguna entrevista de encargo o de relleno, sino que me dediqué a entrevistar a las personas a través de las cuales yo mismo pienso el mundo. Por eso el libro puede leerse como una especie de investigación coral sobre nuestra realidad en crisis y los modos de transformarla. No es simplemente una yuxtaposición de voces heterogéneas, sino una red de pensamiento donde resuenan preguntas, problemas y perspectivas compartidos. En el libro sugiero esas conexiones a través del ordenamiento en capítulos y de los tags que marcan cada entrevista.

P.- Creo que le interesan especialmente las posibilidades que ofrece la red para la interacción con los lectores.
R.- El papel y la red configuran dos esferas públicas de discusión muy distintas: una silenciosa y distante, la otra muy cercana y participada. En la red se va hilando una conversación colectiva. Diferida, muy precaria, llena de malentendidos, pero una conversación. Esto es un lujo y una gozada para quienes partimos de una pasión por compartir. Por supuesto hay muchos problemas. Ruido, porque la conversación no se da sólo entre amigos, sino en abierto y con cualquiera. Una presión constante a la producción: si no estás siempre visible, desapareces. Una “cultura del follower” poco exigente y distinta de la amistad intelectual. O una ansiedad de la recepción contra la que hay hacer un trabajo de, digamos, “disciplina espiritual”, porque los rebotes más interesantes no llegan siempre inmediatamente y pensar pasa por abrir preguntas incómodas. Pero son todos problemas de una esfera pública donde hay participación y conversación en lugar de silencio y jerarquía, así que bienvenidos sean. Podemos hacer algo con ellos.

P.- Las entrevistas recogidas en el libro van de 2008 a mediados de 2011 y abrazan así el nacimiento y auge de la crisis. Una crisis que para usted no se describe sólo con recortes, sino que es algo más, “un cambio radical de escenario” que fuerza a “pensar-crear”.
R.- Este libro es un libro sobre la crisis, pero en un sentido amplio. No sólo como crisis económica, sino como crisis de modelos, cultural, antropológica incluso. El libro la piensa desde lo filosófico (Peter Pal o Santiago López Petit), lo psicológico (Guillermo Rendueles), lo cinematográfico (Jesús Palacios), lo educativo (Concha Fernández Martorell), lo ecológico (Ramón Fernández Durán o Frederic Neyrat), lo artístico (Jacques Rancière, George Didi-Huberman o Leónidas Martín), etc. O desde lo que se plantea en las nuevas formas de hacer política (Antonio Lafuente, Amparo Lasén, Michel Bauwens, Margarita Padilla o Luis Navarro). Lo que hoy está en cuestión de forma profunda es una forma de relacionarnos con el mundo. La indiferencia a lo que tenemos en común, la concepción del yo como fortaleza, la delegación de los asuntos comunes en instancias externas de gestión y control, etc. Pero en toda crisis hay un enorme potencial de renovación de la vida individual y colectiva, no es sólo algo de lo que tengamos que salir o una avería que haya que reparar. Lo importante es no dejarnos arrebatar (por miedo o por comodidad) las preguntas que la crisis nos impone, no aferrarnos a la promesa de que todo siga igual que nos hacen quienes pretenden gestionar la crisis en nuestro nombre y por nosotros, salir de la posición de víctimas.

P.- Interpelar periodísticamente a esa nueva generación 15-M, que no está dispuesta a pagar por el periodismo y sostenerlo, ¿no es una aventura suicida?
R.- Hoy existen numerosos proyectos, aventuras arriesgadas y creativas, que además ponen en la red libremente sus contenidos y a la vez están sostenidas por sus socios/lectores, cuestionando lo que dice. Es en torno a los movimientos de cultura libre donde puedes encontrar a más gente dispuesta a pagar por los proyectos que asumen que el mundo es y será infinitamente reproducible. El “gratis total” es la falacia del hombre de paja. No hay receta y nada asegura la continuidad de esos proyectos, pero al menos están experimentando con las reglas del mundo que es y que viene.

P.- Esa metáfora de Baudrillard que cita en el prólogo sobre la política (representativa) como “un estadio vacío”. En ese estadio, ¿cuál es la tarea de quien intenta comprender?
R.- En ese estadio de que habla Baudrillard hay quien habla pero nadie puede contestar. Es la metáfora de la política que se hace sin gente, del pensamiento que se desarrolla sin conversación. La política-espectáculo es así: un modelo-televisión, donde sólo hablan los expertos y el público es simple audiencia. El 15-M ha significado por el contrario una rebelión de los públicos. De pronto hay alguien al otro lado, que te puede contradecir, silbar o con el que puedes hablar. Quizá ahora no hay un “gran relato” como fue el marxismo, pero hay muchas voces en conversación. Quizá tampoco hay un gran filósofo, pero hay redes de conceptos. La idea de autor con la que trabajo es la de alguien que acompaña y cuida esa conversación, retomándola y relanzándola, alguien que teje y pone en circulación fragmentos de discurso. Un punto de paso, ni comienzo ni fin. 

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