Yippie protestando contra el Poder Cerdo. |
Si la política es la ciencia de reírse con alevosía del ciudadano y vivir a sus expensas, ya que no parece factible invertir la segunda de esas premisas, se podría aliviar a las masas, invirtiendo la primera. Imaginemos que en los próximos comicios presentamos de alternativa a la rotación Rajoy-Rubalcaba un candidato de la especia porcina, o en su defecto a un tal señor Nadie bajo el lema "Nadie es perfecto", simbolizando que mejor estaríamos desgobernados o gobernados por un animal de bellotas que malgobernados. Tácticas en su día utilizadas por los yippies y que hoy, revolcándose la política y los políticos en el más profundo charco de purines jamás sondado, se perfilan como una de las herencias contraculturales más susceptibles de reciclaje. Al menos nos reiríamos.
Inspirada a partes iguales en la filosofía de la gratuidad de los diggers y la performance satírica de los provos, la aparición en el Lower East Side neoyorquino del Youth International Party en 1967 supondría una de las más efectivas aplicaciones del teatro de guerrilla a las teorías mediáticas de McLuhan. Críticos tanto con el sistema como con el capitalismo hip, con sus acciones los yippies armaron mucho ruido y lograron elevar a dos de sus principales dirigentes a la categoría de iconos. Ambos, Abbie Hoffman (1936-1989) y Jerry Rubin (1938-1994), terminaban por dar un giro ideológico cuando menos discutible.
De la cuantiosa bibliografía que legaron, Revolution for the Hell of It (1968) fue el segundo que publicó Hoffman y el último que firmó con seudónimo ("Free", en este caso). Guía personal de sus avatares en el activismo y descrito por The New York Times como "una receta para diversión privada y desastre público", es ahora traducido al castellano como Yippie! Una pasada de revolución con la intención de hacer reflexionar al lector sobre el presente a partir de las experiencias de un pasado que sigue recordándonos que vivimos en un continuum, condenados a repetir la historia que desconocemos.
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