Aquí
os dejamos la primera entrega de tres que vamos a dedicarle a esta obra
de Norman Mailer que fue galardonada con los Premios Pulitzer y Nacional de Novela, inspirada en la célebre "Marcha sobre el Pentágono" del 21 de octubre de 1967, en la que los Yippies
(y no los yuppies, como pone en la contra de la edición de Anagrama, ni
tampoco los "hippies" como pone en el interior: se ve que el traductor
consideró que era repetida errata de Mailer y traduce indistintamente y
sin conocimiento, cada vez que aparece el término "yippie" por "yuppie" o
"hippie", all right!) tuvieron una especial participación.
En este primer texto que seleccionamos Norman Mailer se refiere a Rubin y justifica su protagonismo (de Mailer) en la Marcha:
"[...] La Marcha sobre el Pentágono que nos ocupa fue un acontecimiento ambiguo cuya esencial validez o sinrazón quizá no pueda enjuiciarse hasta dentro de diez o veinte años (o tal vez nunca). Así, asignar el protagonismo en nuestro fresco a las cabezas, organizadores o inspiradores de la Marcha (hombres como David Dellinger o Jerry Rubin) podría al cabo resultar engañoso. Eran hombres serios, hombres dedicados por entero a un trabajo arduo y minucioso; pero su papel central en el evento -por central, precisamente- difícilmente serviría para disipar la ambigüedad. Era preciso, por tanto, un testigo ocular que hubiera participado pero no en calidad de militante oficial; alguien, además, no sólo implicado en los hechos, sino ambiguo él mismo, un héroe cómico, o en otras palabras alguien incapaz de elucidar satisfactoriamente la naturaleza de su implicación: ¿es en definitiva cómico, un afigura ridícula con connotaciones bufo-heroicas, o no carece de heroísmo y se ha visto sumido de forma un tanto trágica en lo cómico? ¿O se dan en él ambas cosas a la vez, y simultáneamente? Tales interrogantes -probablemente tan difíciles de resolver como las propias ambigüedades del acontecimiento- ayudarán al menos a volver a situar con precisión la ambigüedad del evento y sus monumentales desproporciones.
Mailer es un personaje de monumentales desproporciones, y -lo quiera o no- sirve por tanto de puente -muchos dirían de pons asinorum- de acceso a la casa de locos, a la mansión de locos de aquel momento histórico en que una muchedumbre de ciudadanos -no más que un tropel, de hecho- marchó sobre un bastión que simbolizaba el poderío militar del país, en un acto encaminado no a tomarlo sino a herirlo simbólicamente (las defensas del bastión reaccionarían como si una herida simbólica pudiera resultar tan mortal como cualquier estrago bélico real). En plena era tecnológica, ya cercana a su apogeo, volvía a ponerse en vigor un modo bélico medieval, o aún más, primitivo, y las naciones del mundo contemplaban la situación con gesto grave. O el siglo se atrincheraba cada día más en el absurdo o el absurdo daba muestras de poseer los misterios nutritivos de una médula que aún alimentara a los ejércitos del absurdo. Así, si el acontecimiento tuvo lugar en una de las "casas de los disparates", o en la "casa de los disparates" de la historia, sería justo que el ambiguo héroe cómico de tal historia no sólo no quedase orillado en ella, sino que fuera un egotista de las más inquietantes desproporciones, escandalosa y a menudo infelizmente autoafirmativo, aunque poseedor del desapego clásico del rigor (porque era un novelista y necesitaba por tanto estudiar todo rasgo de belleza, nobleza, frenesí y necedad en los otros y en sí mismo). Como mejor quiere estudiarse a sí mismo, se encuentra a sus anchas en la sala de los espejos, pues tiene el hábito -e incluso el talento- de contemplarse a sí mismo. Si la historia habita en una "casa de los disparates", el egotismo es quizá la única herramienta que queda en manos de la historia.
Hagamos, pues, que nuestro héroe cómico sea el vehículo narrativo en la citada Marcha sobre el Pentágono [...]".
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