1. El fin último, es decir, también inmediato, evidente, es decir, oculto, directo-indirecto: afirmar la ruptura. Afirmarla: organizarla haciéndola cada vez más real y más radical. ¿Qué ruptura? La ruptura con el poder y, como consecuencia, con la noción de poder, y, en consecuencia, en cualquier lugar en que predomine un poder. Esto vale, sin duda, para la Universidad, para la idea de saber, para la relación de la palabra enseñante, dirigente y acaso para cualquier palabra, etc., pero vale todavía más para nuestra propia concepción de la oposición al poder, cada vez que dicha oposición se constituye en partido de poder.
2. Afirmar radicalmente la ruptura: esto equivale a decir (es el primer sentido) que estamos en estado de guerra contra lo que es, en todos lados y en todo momento, que no tenemos relación sino con una ley que no reconocemos, con una sociedad cuyos valores, verdades, ideal y privilegios nos son extraños, que nos las tenemos que haber con un enemigo tanto más temible cuanto más complaciente, con el cual debe quedar claro que, bajo ninguna forma, ni siquiera por razones tácticas, pactaremos jamás.
3. Producir la ruptura no es sólo apartar o intentar apartar de su integración en la sociedad establecida a las fuerzas que tienden a la ruptura; es hacer de tal forma que, cada vez que se lleva a cabo y sin dejar de ser rechazo efectivo, el rechazo no sea un momento solamente negativo. Ahí se encuentra, política y filosóficamente, uno de los rasgos más fuertes del movimiento. En este sentido, el rechazo radical, tal como éste lo produce y tal como también nosotros debemos producirlo, supera con mucho la simple negatividad, por más que sea negación incluso de lo que todavía no ha sido propuesto y afirmado. Poner en claro el rasgo singular de este rechazo es una de las tareas teóricas del nuevo pensamiento político. Lo teórico no consiste evidentemente en elaborar un programa, una plataforma, sino, al contrario, en mantener, al margen de todo proyecto programático e incluso de todo proyecto, un rechazo que afirma, en liberar o mantener una afirmación que no ordena, sino que desordena y se desordena, pues guarda relación con el trastorno y el desasosiego, o incluso con lo no-estructurable. Es a esta decisión del rechazo, que no es un poder, ni poder de negar, ni negación frente a una afirmación siempre previamente planteada o proyectada, a la que se designa cuando, en el proceso «revolucionario», se hace intervenir a la espontaneidad; con la reserva de que dicha noción de espontaneidad es, en muchos aspectos, poco digna de confianza y vehículo de más de una idea dudosa: por ejemplo, cierta especie de vitalismo, de auto-creatividad natural, etc.
Traducción: Diego Luis Sanromán
Ilustración: Acacio Puig
La fuerza anónima del rechazo, prólogo de Marina Garcés
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