“[…] Los heridos y los prisioneros desfilaban delante de nosotros en la penumbra. Me anonadó el espectáculo de los caballos y mulas muertos; los cadáveres humanos me parecían algo normal, en cambio resultaba innoble meter a los animales en una guerra como esa […]”.
“[…] Llevábamos puestos los uniformes de combate y por las noches teníamos frío, de manera que un día me interné en el bosque en busca de tabardos alemanes que pudiésemos utilizar como mantas. El bosque estaba lleno de cadáveres gigantescos de soldados alemanes y de pequeños cadáveres de soldados pertenecientes a los batallones del Nuevo Ejército, al Real Galés y a los fronterizos del sur de Gales. No había un solo árbol que no estuviera desgajado. Recogí los tabardos, y regresé lo más rápidamente que pude, abriéndome paso a través de las frondas caídas. Hic el viaje de ida y el de regreso por la única ruta posible, pasé junto al cadáver hinchado y fétido de un alemán con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Llevaba gafas. Tenía la cara verduzca y el cabello cortado casi al rape; unos coágulos de sangre negra le manchaban la nariz y la barba. Pasé al lado de otros dos cadáveres inolvidables: un soldado de los fronterizos del sur de Gales y otro del Regimiento Lehr, que habían logrado clavarse las bayonetas a la vez el uno al otro. Un superviviente de la batalla me dijo después que había visto a un joven soldado de la Decimocuarta Brigada del Real Galés emplear la bayoneta contra un soldado alemán como si estuviera haciendo prácticas en el cuartel, y exclamando automáticamente: “¡Adelante, atrás, en guardia!”. […]”.
TEXTO SATÍRICO
“[…] Ya no veíamos la guerra como un conflicto entre dos potencias comerciales rivales: su continuación nos parecía sólo el sacrificio de una joven generación de idealistas en aras de la estupidez y el miedo egoísta de los mayores. En aquella época escribí algunos textos satíricos:
La guerra debería ser un deporte reservado únicamente a los hombres de más de cuarenta y cinco años, a los Josés y no a los Davides. Sí, querido papá, ¡qué orgulloso me siento de que sirvas a tu país como un valiente caballero dispuesto a realizar el sacrificio supremo! ¡Cómo desearía poder tener tu edad: con qué placer me pondría mi armadura y me lanzaría a combatir contra aquellos nombrables filisteos! Por supuesto, en estas circunstancias, no puedo marginarme; debo permanecer detrás, en el Ministerio de la Guerra y hacer el trabajo administrativo en beneficio vuestro, de los afortunados ancianos. ¿Qué de sacrificios ha hecho!, suspiraría David mientras los ancianos marcharían al frente cantando Tipperary. ¡Allá va mi padre, y mi tío Salomón y mis dos abuelos! ¡Todos en servicio activo! ¡Es necesario que ponga una tarjeta en mi ventana con sus nombres! […]”.
CARTA DE REPUDIO A LA GUERRA
“[…] (Esta declaración se la hizo a un oficial de su regimiento el subteniente del Tercer Batallón de los Fusileros Reales Galeses, Cruz Militar, recomendado para la condecoración por conducta distinguida, como explicación de su renuncia a servir por más tiempo en el ejército. Alistado el 3 de agosto de 1914, se distinguió por su valor en Francia, fue gravemente herido y hubiera podido obtener un puesto militar en Inglaterra en el caso de permanecer en el ejército).
La presente declaración es un acto de voluntario desafío a la autoridad militar, porque creo que la guerra ha sido deliberadamente prolongada por aquellos que tienen los medios de ponerle fin.
Soy soldado, y estoy convencido de que actúo en nombre de los soldados. Creo que esta guerra en la que había decidido tomar parte por tratarse de una guerra defensiva y de liberación, se ha convertido en una guerra de agresión
y de conquista. Creo que los fines por los que mis camaradas soldados y yo habíamos decidido participar en esta guerra debieron haberse estipulado de una manera clara a fin de que resultara imposible modificarlos, y creo también que por haber sucedido esto, los propósitos que nos impulsaron en un principio a ir al frente podrían obtenerse ahora por medio de negociaciones.
He visto y resistido el sufrimiento de las tropas, y no puedo ser por más tiempo cómplice de la prolongación de estos sufrimientos para que se obtengan fines que considero malvados e injustos.
No protesto contra la dirección de la guerra, sino contra los errores políticos y la mentira constante por los que se está sacrificando a los combatientes.
En nombre de los que hoy sufren, hago esta protesta contra el engaño de que son víctimas. También creo que puedo ayudar a destruir la brutal complacencia con la que la mayoría de la población inglesa contempla la prolongación de unos sufrimientos que no comparten, y que no tienen la suficiente imaginación para comprender.
Julio de 1917
Esta lectura me sumió en un estado de ansiedad y de desdicha […]”.
ARMISTICIO
“[…] En noviembre se produjo el armisticio. A la vez me enteré de la muerte de Frank Jones-Bateman, que había vuelto al frente poco antes del final de la guerra, y de la de Wilfred Owen. Que me enviaba poemas a menudo desde Francia. La historia de la noche del armisticio no afectó demasiado a nuestro campamento, aunque algunos de los canadienses fueron a Rhyl a celebrar la ocasión al estilo típico de ultramar. Recibí las noticias cuando caminaba solo por los diques de los pantanos de Rhudland (un antiguo campo de batalla, el de Flodden de Gales), maldiciendo y sollozando y pensando en los muertos. El famoso poema de Siegfried celebrando el armisticio comienza: “De pronto todos comenzaron a cantar, / y yo me sentí lleno de tan gran alegría / como la de un pájaro cautivo, liberado…”. Pero aquel “todos” no me incluía […]”.
SECUELAS DE LA GUERRA EN LA VIDA CIVIL
“[…] Desde 1916 me obsesionaba el miedo al gas; cualquier olor desacostumbrado, hasta un repentino aroma de flores en un jardín, era suficiente para provocarme estremecimientos. Y no podía soportar el estruendo del cañón; el ruido del tubo de escape de un automóvil bastaba para que me lanzara cuerpo a tierra, o para echar a correr […]”.
“[…] mi mente y mi sistema nervioso seguían en la guerra. Los obuses aún explotaban sobre mi cama a medianoche, aunque Nancy la compartiera conmigo; durante el día, los desconocidos que veía en la calle asumían los rostros de amigos muertos. Cuando me encontraba lo suficientemente fuerte como para subir a las colinas de Harlech y volver a mis paisajes favoritos, no podía verlos más que como un posible campo de batalla. Me di cuenta de pronto que estaba tratando de resolver problemas tácticos; planeaba apoderarme del valle superior de Artro contra un ataque desde el mar, o buscaba la forma de colocar un cañón Lewis apuntando a la granja Dolwreiddiog desde un lado de la colina, pensando cuál sería la mejor manera de proteger a mi pelotón de granaderos. Tenía aún la costumbre militar de disponer sobre todo aquello de propiedad incierta que encontraba en el camino; también me costaba decir la verdad… me era más fácil, cuando se me reprochaba alguna falta cometida, tratar de evitar la responsabilidad mintiendo (como era costumbre en el ejército). Cuando analizo mi situación durante aquel período veo que usaba la misma técnica en los acontecimientos que en las trincheras. Alimentos, agua, posibles peligros, medios de comunicación, sanidad, protección contra las inclemencias del tiempo, combustible y luz… y trataba de resolver aquellos problemas del modo más satisfactorio.
También persistían otros malos hábitos contraídos en tiempo de guerra, tales como detener los coches para pedirles que me llevaran, hablar sin reservas en los compartimentos del tren, y desabrocharme la bragueta sin pudor a un lado del camino, sin importarme quién pudiera estar cerca. De la misma manera sobrevivía un sentimiento de resistencia: una especie de tenacidad brutal que me permitía conseguir de alguna manera mis fines, sin finura, satisfecho sólo con lograr ver los principales elementos de cualquier problema o situación. Pero por lo menos logré suavizar la vulgaridad de mi lenguaje […]”.
(Textos extraídos de Adiós a todo eso, de Robert Graves. Traducción de Sergio Pitol).
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