HERIDOS
“[…] Recibir una buena herida es lo único en que piensa un soldado después de cierto tiempo. Sólo doce hombres del batallón habían estado desde el principio, y todos eran soldados del equipo de transportes, con la excepción de Beaumont, un soldado de mi pelotón. Los pocos supervivientes del último encuentro infectaban a los hombres nuevos con su pesimismo; no creían en la guerra, no creían en nuestros dirigentes. Por lo menos obedecían a sus oficiales, porque los oficiales eran por lo general bastante decentes. Esperaban con ansiedad una batalla, ya que proporcionaba mayores oportunidades de obtener una herida seria en una pierna o en un brazo que la guerra de trincheras. En la guerra de trincheras la proporción de heridas en la cabeza es mucho mayor […]”.
CADÁVERES
“[…] 28 de mayo. En las trincheras, en medio de las montañas de ladrillos de Cuinchy. Esta no corresponde en absoluto a la idea que tenía de las trincheras. Ha habido abundantes combates en los alrededores. Las trincheras se han hecho solas, más que por la acción humana, y corren en todas las direcciones en medio de un montón de ladrillos. Todo es de los más confuso. El parapeto de una trinchera que ocupamos se ha hecho con cajas de municiones y cadáveres. Todo aquí está húmedo y apesta. Los alemanes están muy cerca: tienen la mitad del muro de ladrillos y nosotros dominamos la otra. Este es un lugar privilegiado para los rifles y granadas de los alemanes y para sus morteros. No podemos responder adecuadamente; tenemos un número muy limitado de rifles y nada que pueda equipararse a los morteros alemanes. Esta mañana, a la hora del desayuno, nada más salir de mi refugio, una granada cayó a menos de dos metros de donde yo me encontraba. No sé por qué en vez de rodar y explotar se detuvo en la arcilla húmeda y se quedó contemplándome. Es difícil verlas llegar. Las disparan con rifle, con la base apoyada en el suelo y el cañón ligeramente inclinado hacia arriba; se elevan a gran altura y luego descienden con la cabeza hacia abajo. No puedo entender cómo esta granada llegó rodando. Cualquier posibilidad para ello parecía improbable […]”.
“[…] 9 de junio. Comienzo a advertir la suerte que he tenido al descubrir la guerra de trincheras en Cambrin. Ahora ocupamos una colina repugnante un poco al sur de los muros de ladrillos, donde tuvimos abundantes bajas. Nuestra compañía perdió ayer diecisiete hombres, víctimas de las granadas y los obuses. Nuestras trincheras están a menos de treinta metros de la primera línea alemana. Hoy me paseaba por un lugar que está sólo a unos veinte metros de un nido de ametralladoras ocupado por los alemanes y silbaba una melodía para mantener la moral alta, cuando de pronto vi a un grupo inclinado sobre un hombre hendido en el fondo de una trinchera. Emitía una especie de ronquido mezclado con ruidos animales. A mis pies yacía la gorra del soldado, mezclada con sus sesos. Nunca había visto un cerebro humano. De alguna manera lo había asociado siempre con un concepto poético. Uno puede bromear con un soldado malherido y felicitarlo porque lo han puesto fuera de combate. Se puede no hacer caso de un cadáver. Pero ni siquiera un minero puede bromear con un hombre que tarda tres horas en morir después de que le hayan volado la parte superior de la cabeza con un proyectil disparado a veinte metros de distancia […]”.
RATAS
“[…] En Cuinchy proliferaban las ratas. Subían del canal, se alimentaban de los cadáveres que abundaban en los alrededores, y se multiplicaban de una manera alarmante. Mientras estuve allí con el Galés, un nuevo oficial se unió a la compañía y, en señal de bienvenida, recibió un refugio con una cama colchón. Al caer la noche y dirigirse a su cama oyó un ruido extraño, encendió la linterna y descubrió a dos ratas que en la cama se disputaban encarnizadamente una mano. La historia suscitó la hilaridad general […]”.
CUERPOS DESPEDAZADOS
“[…] Al amanecer no recibimos ninguna orden, y después de aquello ya no se habló de nuevos ataques. Desde la mañana del 24 de septiembre hasta la noche del 3 de octubre, había dormido un total de ocho horas. Lo único que me logró mantener despierto y vivo fue el consumo de una botella de whisky diaria. Nunca había bebido whisky, y a partir de entonces lo he hecho en muy raras ocasiones; pero es seguro que entonces fue un gran sostén. No teníamos mantas, abrigos o impermeables, ni el tiempo ni el material necesarios para construir nuevos refugios. La lluvia caía implacablemente. Todas las noches salíamos a recoger los muertos de los otros batallones. Los alemanes seguían mostrándose indulgentes durante esas operaciones, y teníamos muy pocas bajas. Después de dos o tres días los cuerpos se corrompían y apestaban. Yo vomité más de una vez mientras vigilaba el transporte. Los que no podíamos recuperar por estar dentro de las alambradas alemanas se hinchaban hasta que las paredes del estómago reventaban, ya fuera de una manera natural o por obra de un proyectil; desprendían un hedor terrible. Los rostros de los cadáveres pasaban del blanco al gris amarillento, al púrpura, al verde, al negro, al color de la arcilla […]”.
Los horrores de la guerra según Graves (III)
Los horrores de la guerra según Graves (I)
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