LOS HORRORES DE LA GUERRA SEGÚN GRAVES (I)


ROBERT GRAVES. (Wimbledon, Londres, 24 de julio de 1895 - Deià, 7 de diciembre de 1985)


Poeta veterano de las trincheras, afectado por traumas, por explosiones, y en busca de una nueva inspiración. Conocer a Lawrence de Arabia cambiará por siempre sus versos y su vida.




“[…] Por lo menos uno de cada tres alumnos de mi generación murieron; porque todos se alistaron tan pronto como pudieron, la mayor parte en la infantería y en la Real Fuerza Aérea. El promedio de vida de un soldado de infantería en el frente occidental era, en determinados períodos de la guerra, sólo de tres meses; en ese tiempo ya le habían matado o herido. La proporción era más o menos de cuatro heridos por cada muerto. De esos cuatro, uno resultaba seriamente herido, y los otros recibían heridas ligeras. Estos tres regresaban al frente después de unas cuantas semanas o meses de ausencia y volvían a enfrentarse con la misma suerte. Las pérdidas aéreas eran aún más altas. Si consideramos que la guerra duró cuatro años y medio es fácil comprender por qué la mayoría de los supervivientes fueron heridos tantas veces, a menos que desde un principio resultaran permanentemente imposibilitados […]”.

LA GUERRA DE TRINCHERAS

“[…] Aquellos eran los primeros balbuceos de la guerra de trincheras; los días de las bombas confeccionadas en latas de conservas y de los morteros de gas: eran días inocentes aún, antes de la aparición de los cañones Lewis o Stokes, de los cascos de acero, de los rifles de mira telescópica, de las bombas de gas, de los nidos de ametralladoras, los tanques, los asaltos a trincheras bien organizados, o cualquier otro refinamiento de la guerra de trincheras […]”.


SUICIDIOS EN EL FRENTE

“[…] Al dirigirme al cuartel de la compañía a despertar a los oficiales, vi a un hombre tendido en un refugio de ametralladoras tirado boca abajo. Me detuve y le dije:

–¡A las armas! ¡Levántese! –encendí mi linterna de mano y vi que tenía un pie descalzo.

El artillero que estaba a su lado me dijo:

–Es inútil que le hable, señor.

–¿Qué le pasa? –pregunté–. ¿Por qué se ha quitado la bota y la media?

–¡Véalo usted mismo, señor!

Sacudí al hombre por un brazo e inmediatamente advertí el agujero de la nuca. Se había quitado la bota y la media para tirar el gatillo de su fusil con un dedo del pie; aún tenía en la boca el cañón del fusil.

–¿Por qué lo hizo? –pregunté.

–Estuvo en el último combate, señor, y eso lo dejó un poco raro; para colmo recibió malas noticias de Limerick; su chica se había ido con otro.

Pertenecía a los Munsters; sus ametralladoras custodiaban el lado izquierdo en nuestra compañía, y su suicidio había sido ya comunicado. Llegaron dos oficiales irlandeses.

–Hemos tenido varios casos parecidos últimamente –me dijo uno de ellos. Luego le dijo al otro–: No te olvides de escribir a sus familiares, Callaghan. El mismo tipo de carta; di que murió con una muerte digna de un soldado, lo que se te ocurra. No voy a informar que fue un suicidio […]”.

Los horrores de la guerra según Graves (II)
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