Los modos en que los situacionistas desarrollaron la problemática en torno a la vida cotidiana les condujeron a la distinción entre vida y supervivencia. A comienzos de los años sesenta la condición humana parecía estar determinada por el «equilibrio del terror» entre las grandes potencias, mediante el cual éstas procedían a la estabilización interna de su dominio en la esperanza de su ilimitada pervivencia. La pretensión fundamental del poder, sea éste neocapitalista o burocrático, es la organización detallada y capilar de un estado de narcosis, de pasividad y de docilidad que se parece a un suicidio diferido e implica la renuncia total de los sometidos a cualquier actividad creativa o iniciativa autónoma: el refugio antiatómico, que reproduce en el subsuelo las condiciones habituales de existencia doméstica, ilumina la miseria de esta última y revela su carácter de supervivencia. La casa moderna y el refugio parecen así asimilarse y confundirse en la idea de una «tumba familiar para ser habitada con carácter preventivo».
Según Raoul Vaneigem, la introducción de medios técnicos susceptibles de combatir la muerte, el sufrimiento, el malestar y la fatiga de vivir va de la mano con el proceso a través del cual «la muerte se instala como una enfermedad incurable en la vida de cada uno». La sociedad neocapitalista crea innumerables necesidades ficticias sin dar satisfacción a las fundamentales: sus productos conservan en sí mismos una carencia esencial de sentido y de calidad no suplida por su mera abundancia cuantitativa. «Sobrevivir», concluye Vaneigem, «nos ha venido impidiendo vivir. De ahí que haya que esperar mucho de la imposibilidad de supervivencia, la cual se anuncia ya con una evidencia que crece a medida que las comodidades y la sobreabundancia en el marco de la supervivencia empujan al suicidio o a la revolución».
Al desarrollo e ilustración de estos argumentos está dedicada toda la primera parte del Tratado... de Vaneigem, que lleva por título, precisamente, «La perspectiva del poder». Se trata de una crítica de la sociedad burguesa desde el punto de vista de la subjetividad radical: «Todo parte de la subjetividad», escribe Vaneigem, «y nada se detiene en ella... La lucha de lo subjetivo contra aquello que lo corrompe extiende ya los límites de la vieja lucha de clases, renovándola y agudizándola. La toma de partido por la vida es una toma de partido política. No queremos saber nada de un mundo en el que la garantía de que no moriremos de hambre se paga con el riesgo de morir de aburrimiento».
Más tarde me detendré en el concepto de «subjetividad radical» y sus límites. Lo oportuno ahora es en cambio ilustrar las características atribuidas por Vaneigem a la supervivencia, articuladas en tres formas generales de frustración y de impotencia: la participación imposible, la comunicación imposible y la realización imposible. La primera se manifiesta a través de varios mecanismos de usura y destrucción: la humillación –la sensación de ser un objeto–, que es fuente de la envidia y de los celos; el aislamiento, que se mantiene y se consolida mediante la ilusión de «estar juntos» y las relaciones neutras; el sufrimiento, que constituye la base más sólida del poder jerárquico y crea a los asesinos funcionales al orden establecido; el trabajo, que en las condiciones dispuestas por el capitalismo y la economía soviética se identifica con la esclavitud; y por último, la descompresión, es decir, toda la serie de alternativas ficticias, el control permanente ejercido por la clase dominante sobre los antagonismos.
La comunicación queda imposibilitada por la acción de la dictadura del consumo –la falsa felicidad que el poder concede y cuya medida es la posesión cuantitativa de cosas miserables–, por el intercambio que anula la dimensión cualitativa de los objetos, por el uso alienado de la técnica, por el imperativo económico que pretende imponer al conjunto de los comportamientos humanos el baremo de la mercancía y por las mediaciones abstractas que escapan al control de los subordinados.
Por último, el poder actúa también a través de un conjunto de falsos atractivos, de seducciones que imposibilitan toda realización: el sacrificio de inspiración cristiana, humanista o socialista mutila en todo caso al individuo y lo constriñe al masoquismo; la separación, que es la base de la organización social, queda oculta por una serie de ideologías seudo-comunitarias que van desde el nacionalismo al espíritu corporativo; la organización de la apariencia impone la adoración de compensaciones espectaculares; los roles que permiten a los individuos identificarse con un estereotipo ofrecen un consuelo neurótico, reduciendo al individuo a una caricatura y anulando la posibilidad de la experiencia vivida; por último, el tiempo cronológico y exterior impone el rol de la edad, en el cual se invita a la subjetividad a reconocerse.
El problema fundamental al que se enfrenta la sociedad de hoy es el de la superación: «todo lo que no está superado», concluye Vaneigem, «se pudre, todo lo que se descompone incita a la superación... La supervivencia es la no-superación devenida invivible».
Según Raoul Vaneigem, la introducción de medios técnicos susceptibles de combatir la muerte, el sufrimiento, el malestar y la fatiga de vivir va de la mano con el proceso a través del cual «la muerte se instala como una enfermedad incurable en la vida de cada uno». La sociedad neocapitalista crea innumerables necesidades ficticias sin dar satisfacción a las fundamentales: sus productos conservan en sí mismos una carencia esencial de sentido y de calidad no suplida por su mera abundancia cuantitativa. «Sobrevivir», concluye Vaneigem, «nos ha venido impidiendo vivir. De ahí que haya que esperar mucho de la imposibilidad de supervivencia, la cual se anuncia ya con una evidencia que crece a medida que las comodidades y la sobreabundancia en el marco de la supervivencia empujan al suicidio o a la revolución».
Al desarrollo e ilustración de estos argumentos está dedicada toda la primera parte del Tratado... de Vaneigem, que lleva por título, precisamente, «La perspectiva del poder». Se trata de una crítica de la sociedad burguesa desde el punto de vista de la subjetividad radical: «Todo parte de la subjetividad», escribe Vaneigem, «y nada se detiene en ella... La lucha de lo subjetivo contra aquello que lo corrompe extiende ya los límites de la vieja lucha de clases, renovándola y agudizándola. La toma de partido por la vida es una toma de partido política. No queremos saber nada de un mundo en el que la garantía de que no moriremos de hambre se paga con el riesgo de morir de aburrimiento».
Más tarde me detendré en el concepto de «subjetividad radical» y sus límites. Lo oportuno ahora es en cambio ilustrar las características atribuidas por Vaneigem a la supervivencia, articuladas en tres formas generales de frustración y de impotencia: la participación imposible, la comunicación imposible y la realización imposible. La primera se manifiesta a través de varios mecanismos de usura y destrucción: la humillación –la sensación de ser un objeto–, que es fuente de la envidia y de los celos; el aislamiento, que se mantiene y se consolida mediante la ilusión de «estar juntos» y las relaciones neutras; el sufrimiento, que constituye la base más sólida del poder jerárquico y crea a los asesinos funcionales al orden establecido; el trabajo, que en las condiciones dispuestas por el capitalismo y la economía soviética se identifica con la esclavitud; y por último, la descompresión, es decir, toda la serie de alternativas ficticias, el control permanente ejercido por la clase dominante sobre los antagonismos.
La comunicación queda imposibilitada por la acción de la dictadura del consumo –la falsa felicidad que el poder concede y cuya medida es la posesión cuantitativa de cosas miserables–, por el intercambio que anula la dimensión cualitativa de los objetos, por el uso alienado de la técnica, por el imperativo económico que pretende imponer al conjunto de los comportamientos humanos el baremo de la mercancía y por las mediaciones abstractas que escapan al control de los subordinados.
Por último, el poder actúa también a través de un conjunto de falsos atractivos, de seducciones que imposibilitan toda realización: el sacrificio de inspiración cristiana, humanista o socialista mutila en todo caso al individuo y lo constriñe al masoquismo; la separación, que es la base de la organización social, queda oculta por una serie de ideologías seudo-comunitarias que van desde el nacionalismo al espíritu corporativo; la organización de la apariencia impone la adoración de compensaciones espectaculares; los roles que permiten a los individuos identificarse con un estereotipo ofrecen un consuelo neurótico, reduciendo al individuo a una caricatura y anulando la posibilidad de la experiencia vivida; por último, el tiempo cronológico y exterior impone el rol de la edad, en el cual se invita a la subjetividad a reconocerse.
El problema fundamental al que se enfrenta la sociedad de hoy es el de la superación: «todo lo que no está superado», concluye Vaneigem, «se pudre, todo lo que se descompone incita a la superación... La supervivencia es la no-superación devenida invivible».
Traducción: Álvaro García-Ormaechea
Entregas anteriores de Los situacionistas
El desvío
La superación del arte
Hacia un cine situacionista
La última vanguardia del siglo XX
Los orígenes de la Internacional Situacionista
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© de la presente edición: 2010 Ediciones Acuarela y Machado Grupo de Distribución, S.L.
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