(Os ofrecemos este fantástico
texto de Fernanda Pivano, extraído de la obra Beat, Hippie, Yippie, del underground a la contracultura, publicado
por Ediciones Júcar en 1975 con traducción de José Palao. En él habla de la
decadencia del East Village después de la desaparición de escena de los
Yippies. Al leerlo, salvo por la referencia al “clima de ostentosa seguridad
económica”, parece estar hablando del Madrid de hoy, cuyo ambiente nocturno y
cultural parecen estar empeñados en destruir…).
Desde hace algunos meses
se sabía que la “crisis” había implicado a locales públicos y privados, también
allá, en el East Village, el barrio de la Contracultura de New York. La
premonición de que sucedería algo se podría incluso rastrear mágicamente en el
incendio nocturno que hace años, casi a raíz de concluir una serie de “contestaciones”
y altercados violentos, redujo a cenizas el Fillmore East, la sucursal en New
York de los espectáculos “rock” de Bill Graham. Al margen de la magia, o dentro de la magia de las
leyes económicas que han llevado a la inflación, han sido después reducidos a
cenizas por el aumento de los impuestos el Electric Circus, hasta ayer heroico
teatro de los grupos libertarios, y hoy silencioso y sombrío con el cartel de “se
alquila” colocado sobre la fachada azul, y el Gem SPA, el
bar-heladería-kiosco-cabinas telefónicas (siempre estropeadas) en el que antes
o después, de día o de noche, se encontraban todos los amigos de la zona y que
ahora no tiene ni siquiera carteles en los tableros de madera clavados en las
verjas.
Los turistas, llevados
ahora a la St. Mark’s Place en los autocares de “New York nocturno”, deben
contentarse con los pocos establecimientos aún abiertos por la noche que venden
pantalones o camisetas, pipas para distintos usos o amuletos de los pieles
rojas, discos “inencontrables” o viejos panfletos. El más atrayente es el
puesto que despacha 36 gustos distintos de helados hechos de polvos pero
ofrecidos con nombres impresionantes como Rojo de Panamá u Oro de Acapulco;
como todo el mundo sabe, se trata de los nombres dados a la marihuana que crece
junto a los riachuelos mexicanos o en las orillas del canal de Panamá.
El East Village casi
parece haber vuelto a su originaria condición de guetto puertorriqueño, y no
solamente por la apagada iluminación, a pesar de las lujosas “boutiques”
diurnas para los clientes que vienen de la parte alta de New York. (Hay quien
dice que esta atmósfera de apagamiento es debida a la ausencia de los jefes de
la contracultura (Abbie Hoffman, Ed Sanders y Jerry Rubin) que están desde hace
meses en Miami para organizar la Convención del partido YIP, Partido
Internacional de la Juventud, programada para las mismas fechas que la del
Partido Demócrata, mientras, se discute sobre si esto es cierto pero no se
discute sin embargo sobre la inesperada popularidad de George McGovern a todos
los niveles y circulan entre tanto insignias y panfletos con el slogan “Fuera
Inmediatamente” (del Vietnam, se entiende). Circulan también fotografías en
color polaroid del matrimonio Nixon como las que antes usaban para el Rey y la
Reina consorte de los exreinos de Europa.
También los espectáculos
están de capa caída. Ya nadie habla de la “desnudez”, que hasta el año pasado
era la máxima estrella de los teatros del Off Off Broadway, del Off Broadway y
del propio Broadway. El film homosexual LA
de Fred Halsted y la comedia Eunucos de
la ciudad prohibida de Charles Ludlan, montada por su Compañía Teatral del
Ridículo, son espectáculos que se ven sin escándalo alguno, más o menos como se
ve La Naranja Mecánica, la última
película de Stanley Kubrick, el popular autor de 2001.
Las librerías están de
capa caída. Los escaparates más al día están atestados de libros de divulgación
escritos y editados a toda prisa, que explican la historia de “todo lo que
sucedió”, desde las “comunas” a los “motociclistas” autobautizados Ángeles del
Infierno; los emocionantes, rebeldes y superindependientes folletos impresos
quién sabe cómo, acaso incluso a ciclostil, que en el pasado decenio hicieron
la propuesta de una “sociedad dentro de la sociedad”, ahora se encuentran
solamente en las secciones de “libros raros”; mientras que las clasificaciones “Nueva
Izquierda”, “Poder Homosexual” o “Liberación de la mujer” guían plácidamente al
público hacia temas hasta ayer candentes.
De la escena
revolucionaria parece haber desaparecido todo vestigio. Los viejos Hijos de las
Flores parecen ya lejanos, como hallazgos de la Edad de Piedra, y su
creatividad se ha desvanecido en la parodia de los vestidos seudoindios o de
las calcomanías vendidas a gran precio en las tiendas más caras de la ciudad
alta para dar a la gente rica la emoción de tener un tatuaje falso o una
decoración prefabricada sobre la piel. No obstante, las viejas propuestas de
no-violencia y paz, que parecen engullidas por la metodología del activismo
violento, actuaron en profundidad, dejando en las conciencias señales
indelebles: los estudiantes y, en general, la juventud se aparta cada vez más
de la acción, vuelve a ser introvertida y, en un renovado deseo de
conocimientos, lee mucho, aprovechando las ediciones de bolsillo que ofrecen
prácticamente todo lo que se puede leer. Jerry Rubin, que fue uno de los
protagonistas del activismo político más populares entre los jóvenes y sigue
siendo uno de los jefes del Partido Internacional de la Juventud, practica
diariamente una hora de meditación Zen y se ha convertido en el secretario de
John Lennon.
Ahora, como en los años
pasados, estos problemas siguen sin conseguir rozar siquiera a la ciudad alta,
en la que la mayor novedad parece la de los tapones desenroscables de las
botellas de Coca Cola que han sustituido a las viejas “chapas”, como si se
pretendiese animar a los consumidores haciéndoles sentirse tan ocupados que ya
no deben usar ni los abrebotellas. En cuanto a lo demás, se siguen construyendo
y demoliendo rascacielos y las calles están siempre cortadas por nuevos
andamiajes, por nuevos socavones abiertos por los bulldozers, dentro de un
clima de ostentosa seguridad económica y de ensordecedor estruendo, a pesar de
que se intente convencer a los peatones de que el ruido de los compresores ha
sido reducido a un murmullo, o, como ellos dicen, han sido “whiperized”. La
vieja Times Square, sede de la fabulosa vida nocturna libertaria de los años
cincuenta, está irreconocible por culpa de los rascacielos recién terminados,
desde cuyos andamios, hasta hace muy poco, los obreros de la construcción lanzaban
piedras y huevos sobre las cabezas de los estudiantes; y los escaparates de la
Quinta Avenida, con las faldas hasta la rodilla, ofrecen una imagen explícita
de esta América de 1972 aferrada a una mediocridad fuera de todo riesgo.
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