PANFLETO CONTRA EL PUNTO DE VISTA DE WEIMAR
¡Anuncio el mundo dadá! Me río de la ciencia y la cultura, esas miserables garantías de una sociedad condenada a muerte. ¿Cómo podría afectarme el aspecto de Martín Lutero? Me lo imagino rechoncho y panzudo. Probablemente parecido a Ebert, el diputado del pueblo. ¿Por qué habríamos de leer los discursos de Buda? Es preferible tener un falso concepto de las ideas filosóficas, o bien saber que en el cambriano había unas libélulas gigantes en cuyo honor la presión del aire era más fuerte que hoy, o bien que 227 mil millones de átomos constituyen una molécula del tamaño de una décima parte de milímetro, o bien que... Pero los poetas serenos son aún menos importantes para nosotros que estas pamplinas incontrolables. ¿Por qué es mejor ser poeta que comerciante? El comerciante engaña sin complejos y sólo a los demás, algo perfectamente en regla con el código moral burgués. El poeta se engaña a sí mismo cuando habla por todos, de suerte que es juzgado y separado del mundo surreal. Estos Fritz-llenos-de-sexo querrían echarnos a la cara sus inquietudes, semejantes a los oscuros impulsos de un Dios –en el que no creen ni ellos mismos, ya que la única existencia que reconocen es la de su miserable ego–. Estos alborotadores ávidos de posesiones son verdaderos Apaches de la literatura popular, unos fantoches melodramáticos.
Estos literatos, fabricantes de versos, sufren su triste serenidad biliosa y cubren como de lepra las fallas intelectuales del gobierno Ebert-Scheidemann, de común acuerdo con la cacofonía de ese pobre disco de gramófono weimariano. Antaño gritaban de entusiasmo por el policía prusiano. Siguiendo la coyuntura y por amor al burgués-proletario, cuando éste se acercaba, los más astutos se escondían en la categoría de “trabajadores del Cerebro” y, con sus exigencias de disciplina, calma y orden, cuchicheaban cortésmente al bajo vientre del dios Mammón. Los poetas, esos idealistas en valores de bolsa, han destruido la sabiduría del hombre sencillo: han inculcado su impulso educativo hasta en las cabezas proletarias como supervalor ficticio de las palabras rimadas.
Estos representantes de comercio del reino del derecho de la idiotez moral tendrían que haber impregnado las conciencias con una vigilancia de la risa, la ironía y la inutilidad –el grito de júbilo del absurdo órfico–. La santidad de la inocencia contrasta realmente con el burgués de sesera securitaria y su máquina de “libreto” moral intercambiable.
El psicoanálisis es la reacción científica contra esta peste podrida que rebaja a un nivel de clase media todos los gestos simples, las elevaciones al azul de las cimas de la bondad creativa, mediante hastíos nauseabundos, fangosos, temblorosos como gelatina.
Estos tristes señores viscosos dotados de una repugnante capacidad de transformación en todo y del todo, excepto en el UNO, estos auténticos reprimidos opuestos a todo lo extraordinario son aún demasiado despreciables para el burgués que gime sobre su bolsa menguante. ¡Ahoguémoslos en el barro de sus obras de sesenta tomos repletas de horrible serenidad!
No soy sólo contrario al espíritu de Potsdam, soy, antes que nada, contrario a Weimar. Goethe y Schiller engendraron unas secuelas aún más mezquinas que el viejo rey Fritz, y el gobierno Ebert-Scheidemann ha sido una consecuencia de la actitud necia y avara del clasicismo weimariano. Este clasicismo es un uniforme, un traje métrico para las cosas que no rozan el espacio de la vida. Al margen de todos los torbellinos, de todos los abismos de lo real, unos poetas serios, unos socialdemócratas, envuelven su necedad bajo los rígidos ropajes de sus decretos altivos, bajo unas melopeas militares intercambiables, unos aires de bondad y humanidad. La posesión de un gran número de billetes de banca o de libras de mantequilla es la emboscada de la que sale el ideal de todos los imbéciles: el segundo Fausto de Goethe. Contiene, simplemente, todo lo que no está en los Bandidos de Schiller. Como las obras de estos clásicos solemnes eran el único bagaje y la única inquietud del soldado alemán, el gobierno no podía evitar conducir los asuntos en el sentido de Schiller y Goethe. La idealización de Alemania da así un paso extraordinario y la bancarrota nacional de todas las facultades vivas rodeadas del vals de las Musas se vuelve inevitable.
Ayer tan cristiano, el alemán se hace hoy Goethe-Ebert-Schiller-Scheidemanniano; de su juego de las cuatro esquinas sólo puede echarlo la angustia del bolchevismo, el coco de los niños. El comunismo es el Evangelio –el Sermón de la Montaña minuciosamente organizado–: una religión de justicia económica, una bella locura. Pero el demócrata, por el contrario, no está loco en absoluto y quiere vivir hasta su última perra. Sin embargo, la locura es más bella que la pálida razón, ¡pero ante todo seamos nosotros mismos! ¡Vivamos a nuestras propias expensas! ¿Qué es la democracia? La vida ganada mediante el trabajo para el pan-nuestro-de-cada-día-dánosle-hoy. Nosotros queremos reír, reír... y hacer lo que nos dé la gana. No queremos democracias, ni liberalismos, despreciamos el coturno del consumo intelectual, no temblamos ante el capital. Nosotros, para quienes el intelecto es una técnica, una ayuda, la nuestra y no un me lavo las manos distinguido después de la jubilación, no fragmentaremos escrupulosamente las nociones, ni nos inclinaremos ante la razón pura. Para nosotros esto es sólo la forma de jugar al juego de nuestra conciencia, la aparición del mundo en nuestra conciencia, llevados por nuestro instinto; queremos hacernos amigos de todo látigo que azote al hombre sentado. Vivimos para la incertidumbre, no queremos ni sentido ni valores que halaguen al burgués. ¡Queremos no valores y no sentidos! Nos sublevamos contra las responsabilidades de Potsdam-Weimar: no están hechas para nosotros.
Queremos crear nosotros mismos nuestro mundo nuevo.
Dadá ha luchado como única forma de arte del presente por una renovación de los medios, de las formas, y contra el ideal clásico del burgués amante del orden. Dadá ha luchado contra el úl-
timo representante de este último, ¡el expresionismo!
El Club DADÁ representaba en la guerra el internacionalismo del mundo, ¡es un movimiento internacional y anti-burgués!
¡El Club DADÁ es la Fronda contra el “trabajador intelectual”! ¡Dadá está contra el humanismo, contra las lecciones de la historia!
¡¡¡DADÁ ESTÁ POR LA PROPIA VIDA DE CADA UNO!!!
Ilustración: Raoul Hausmann: L’Esprit de notre temps, 1919, asimismo conocida como La cabeza mecánica. Museo nacional de arte moderno de París.
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