Raoul Hausmann fue un artista total. Inventor del fotomontaje y del poema optofonético, nos ha dejado una obra increíblemente original y diversa que abarca desde la pintura al collage, pasando por la fotografía, la escultura y numerosos escritos que son auténticas declaraciones de guerra contra la sociedad.
Correo Dadá, que apareció en 1958, recoge manifiestos y proclamas, así como escritos suyos que constituyen una verdadera memoria de su vida. Más allá de su obra personal, es indudable que ser uno de los fundadores del dadaísmo alemán le sitúa en un lugar privilegiado de la historia del arte. Aunque enseguida hay que aclarar que el dadaísmo no fue un movimiento artístico-literario que añadir a la interminable lista de los «ismos», sino que fue más bien un antimovimiento. Un movimiento antiartístico, antiliterario…
En definitiva, Dadá se autoconstituyó como antimovimiento porque, en primer lugar, era un modo de vida por cuanto sus defensores no admitían ninguna separación entre la vida, la política y el arte. Y, en segundo lugar, porque la negación dadaísta implicaba la realización práctica del nihilismo en todos los campos. Con todo, esclarecer qué fue el dadaísmo no es tarea fácil. En este mismo Correo Dadá nos encontramos una frase extraña que nos muestra hasta qué punto es difícil definir la propia idea de negación dadaísta: «Lo peor que cabe decir es que el mundo ha debido de llegar a un triste impasse si los propios dadaístas ven la necesidad de subrayar el lado positivo y constructivo de su naturaleza y sus principios» . Esta frase nos muestra ya que la burda distinción entre dadaísmo (negación) y surrealismo (afirmación) –y el surrealismo entendido como la superación del dadaísmo– es demasiado cómoda.
Además, con el tiempo, la valoración del dadaísmo ha ido en aumento en detrimento del surrealismo* y, en particular, el dadaísmo alemán ha adquirido también cada vez mayor preponderancia. La visión tradicional de un movimiento dadaísta que nace en el famoso Cabaret Voltaire de Zúrich para posteriormente trasladarse a París es falsa. No hay un centro único sino múltiples centros con su propia historia: Berlín, Colonia, Nueva York… La aparición del movimiento dadaísta está estrechamente ligada a la I Guerra Mundial. M. Nadeau escribe «Dadá, especialmente, no se explicaría si olvidamos que nació en plena guerra, en 1916, y que se extendió como un reguero de pólvora por la Alemania vencida de 1918, para llegar, finalmente, a la Francia exangüe de los años 1919 y 1920».
Esta asociación entre dadaísmo y guerra debe analizarse más profundamente, ya que el dadaísmo no es sólo un aspecto de la crisis de valores que la I Guerra Mundial precipitó. Ciertamente, la contienda militar fue un inmenso fracaso en todos los órdenes (de la ciencia que perfeccionó la maquinaria militar, del arte y de la literatura que la enaltecieron…). Valery lo expresará magistralmente: «Y ahora vemos que el abismo de la historia es suficientemente grande para todo el mundo. Sentimos que una civilización tiene la misma fragilidad que la de una vida». El dadaísmo, sin embargo, fue mucho más que un mero efecto de esta crisis de civilización: fue su máximo revelador. Breton, Benjamin y otros han hablado de la pobreza de contenidos asociada a la experiencia de la guerra, del vacío sentido durante y después de la contienda militar que acaba produciendo seres manipulables. Pues bien, los dadaístas van a hacer suya esa experiencia del vacío de modo activo, proyectándola sobre toda la sociedad. En otras palabras, ante el abismo que Valery describía, no van a resignarse.
Pero su pregunta no será «¿qué puede el hombre?», en la estela de Nietzsche –entre otras cosas porque se burlan del mismo superhombre–, sino que su pregunta indagará «¿qué puede la nada cuando es creadora?» La potencia de la nada aparece como arma de rebelión contra una sociedad deleznable capaz de organizar desde las mayores matanzas a la represión cotidiana del deseo de libertad. T. Tzara lo formuló escuetamente en una entrevista del año 1923: «Dadá ha sido la materialización de mi asco». G. Grosz, interrogándose sobre su propia actividad, ya lo había dejado claro: «¿Para qué sirve pintar lo que sea? No por ello se dejará de matar, explotar, matar de hambre o engañar. ¿Para qué hacer arte? ¿Para qué hablar del espíritu si sólo hay un espíritu: el de la prensa que afirma “dibujad carteles para conseguir préstamos de guerra”?»
«Dégout», asco, rebelión… Dadá será la palabra que servirá para vehicular esta negación radical y como tal aparece impresa por primera vez el 15 de junio de 1916 en el Cabaret Voltaire, aunque como es conocido tanto su origen como su significado serán motivo de controversia entre los seguidores del dadaísmo. No entraremos en ello, digamos solamente que la palabra Dadá es fundamental en ella misma. Aparece como un sinsentido que quiere decirlo todo y, a la vez, nada. Un sinsentido que puede hacerse consigna, convertirse en plataforma para la acción creadora y, sin embargo, desautoriza ya de inicio a cualquier guardián del sentido. Hemos afirmado «Dadá es todo y nada», ¿pero ese movimiento no es justamente el de la vida misma?
Dadá es negación, es crítica, pero en este caso, a diferencia de las posiciones políticas revolucionarias más tradicionales, «medio» y «fin» se identifican. Este cortocircuito que convierte a la búsqueda en la propia finalidad, hunde la idea de progreso y desvaloriza la acción. Dadá será un gesto –no una gesticulación–, un gesto de provocación desde la afirmación de la vida. El gesto dadaísta, a su vez, puede serlo todo y también nada. Quedar encerrado en la mera provocación de salón o atacar la sociedad. «Dadá no sólo no tenía ningún programa, sino que era totalmente un anti-programa. El programa de Dadá consistía precisamente en no tener ninguno… y eso es lo que confirió al movimiento, en esa época y en esa constelación histórica, la fuerza explosiva que le permitiría expandirse en todas direcciones, libre de presiones estéticas o sociales.»
Existe, pues, una ambigüedad de fondo. Se puede afirmar incluso «tantos hombres, tantos estilos», pero quedarnos en constatar esta pluralidad contradictoria, quedarnos en la aceptación de una cómoda dispersión, sería olvidar quizás lo que la defensa de la palabra Dadá implica: la asunción de una no-coherencia esencial. O dicho con otras palabras, entre la incoherencia (que es estúpida) y la coherencia (que esclaviza), ¿no existe una posición cuyo nombre podría ser la no-coherencia? ¿Dadá no sería justamente esta no-coherencia llevada hasta el final y proyectada contra la sociedad? La no-coherencia no es simplemente un no-creer. Arp en 1957 lo precisa perfectamente: «Dadá fue la rebelión de los no creyentes contra los incrédulos». La no-coherencia es el acercamiento entre el juego de la nada y la vida, cuando la potencia de la nada se pone al servicio de la vida. El modo en que este acercamiento se plasme determinará las diferentes expresiones del dadaísmo y está en la base de lo que será el archipiélago dadaísta.
Tomemos el manifiesto «¿Qué es el dadaísmo y qué quiere en Alemania?» publicado en 1919 y escrito por R. Huelsenbeck y R. Hausmann. Los manifiestos de los dadaístas de la órbita francesa pueden leerse en el interior de una politización creciente aunque ciertamente diversa. La no-coherencia fundamental se carga progresivamente de contenidos políticos. En cambio, los dadaístas alemanes aparecen como ya inicialmente «politizados». Se acostumbra a distinguir dos grupos. Un primer grupo marxista (los hermanos Hertzfeld, G. Grosz) y un segundo grupo anarquista (R. Huelsenbeck, R. Hausmann, J. Baader). Esta clasificación, además de incompleta, es un poco falsa. El mismo H. Richter, que lo sabía bien, hablará en su historia sencillamente de un primer grupo más politizado que el otro, en el interior de una discusión que tenía como fondo el antiarte. En concreto, este manifiesto fundamental del dadaísmo alemán –y que aparece publicado en la página 207 de este libro–, ¿es político, es nihilista? Ésta ha sido la rejilla de inteligibilidad que se proyecta de costumbre sobre el movimiento dadaísta alemán: político/apolítico, nihilista/no-nihilista. Lo que ocurre es que esta dualidad es demasiado simple y totalmente inútil frente a un movimiento que tenía entre sus objetivos principales sabotear todo tipo de dualidades.
Si abordamos este manifiesto nos encontramos tres niveles de radicalidad: 1) un radicalismo político en un sentido clásico de raíz luxemburguiana: defensa del comunismo, de la expropiación y socialización de la propiedad, revolución mundial; 2) un radicalismo político en un sentido no ortodoxo: contra el trabajo, defensa de una alimentación comunista para todos, reestructuración de la vida empezando por los jardines, las ciudades… para hacer al hombre más libre; 3) un radicalismo propiamente dadaísta: compromiso de los clérigos y maestros con la fe dadaísta, la poesía simultánea como forma de plegaria, regulación dadaísta de las relaciones sexuales...
¿Cómo reaccionar ante una propuesta así? ¿Se trata de una propuesta política que involucra tres niveles de radicalidad o más bien de una propuesta nihilista cuya función es burlarse de todos los manifiestos? Las reacciones producidas en su momento nos indican algo. Para la burguesía, es un escrito redactado por «abominables bolcheviques destructores»; para el partido comunista, no es más que una burla dirigida contra ellos. Quizás la mejor aproximación sea mantener la tensión (dadaísta) que existe realmente: estamos ante un escrito absolutamente serio –en el sentido de afirmación creíble– y absolutamente absurdo. De nuevo, ¿no es justamente eso la vida o, mejor dicho, la mirada dadaísta sobre la vida?
Hay que completar esta aproximación con la clarificación de algunos términos, porque lo que hace complicada la interpretación es también el extraño significado dado por Hausmann y sus compañeros a los términos políticos usuales. Por ejemplo, para ellos la defensa del comunismo es un rechazo de la democracia de consumidores, la abolición de la palabra reforma (Verbesserung), puesto que es incomprensible en sí misma, la reivindicación de la inseguridad ante la autocomplacencia burguesa… En definitiva, comunismo significa una apuesta por la vida. Como ellos mismos dicen: «¡Arriesguémonos a vivir!». Hay que aclarar que esta disposición a favor de la revolución entendida de ese extraño modo libertario, no se queda en el aire sino que se concreta perfectamente: contra la burguesía, contra el gobierno de la República de Weimar, especialmente contra la socialdemocracia traidora, y en general, contra el propio pueblo alemán. No en vano serán atacados por todo el mundo. Porque el dadaísmo se construye esencialmente como una antiideología que no quiere convertirse en una filosofía más. Podríamos decir que para los dadaístas alemanes, y en particular para Hausmann, el dadaísmo no está al servicio de la lucha política revolucionaria. Es más bien al contrario: el comunismo por su carga de radicalidad se metamorfosea en arma para el dadaísmo, el comunismo se convierte en un estupendo instrumento dadaísta.
Desde esta perspectiva tiene que entenderse la permanente búsqueda de la subversión del lenguaje. Aunque el gesto dadaísta se confunde con el desplegarse del Yo y de su creatividad, ese Yo ha sido previamente desconstruido. Hausmann lo resume perfectamente: «Dadá es la desintoxicación práctica del yo». La desestructuración del Yo implica en concreto un desplazamiento del yo hacia el cuerpo, puesto que el cuerpo tiene sus reglas y sus fuerzas interiores. Pero en ningún momento se pierde la negación dadaísta: «Queremos aniquilar radicalmente los subterfugios de la bondad, de la belleza, del valor; queremos destruirlo, despedazarlo todo, para a partir de nosotros mismos centrifugar el nuevo mundo, que no es seguridad y sosiego, sino desasosiego y renovación». Con lo que finalmente nos topamos nuevamente con la negación dadaísta que, más allá de la compleja relación construcción/destrucción que la plasma, es la expresión lógica de la no-coherencia, de la afirmación de la nada.
Quizás una buena síntesis sería afirmar: Dadá es el juego de la nada metido en el corazón de la vida. Pero, ¿qué quiere decir eso? Traduzcámoslo a una frase que nos permite salir de la metáfora. Creemos que un buen punto de partida es: Dadá significa que «no hay nada que explicar ni nada tampoco que defender». Si nos acercamos a esta frase paradójica encontramos en ella dos afirmaciones simultáneas: 1) todo debe ser destruido (porque no hay nada que se justifique a sí mismo, que valga la pena defender…); 2) todo es –en– vano (porque no existe nada por lo que luchar, que defender…). Un discurso filosófico que se quiera crítico debe tomar esta frase como punto de partida, pero no para quedarse en ella, sino para desparadojizarla. Los distintos modos de desparadojización se diferenciarán por las huellas que contengan de la primitiva paradoja, es decir, del acercamiento entre nada y vida.
El dadaísmo formula una desparadojización concreta: la indiferencia creativa (schöpferische Indifferenz). La indiferencia creativa es un mezclarse con el flujo de la vida, dejándose ir y a la vez haciendo saltar los obstáculos que impiden su avance. La indiferencia creativa sería la suma de indiferencia activa+espontaneidad+ relativismo. La desparadojización dadaísta consistirá en la práctica en hacer funcionar la palabra Dadá en el interior de una metafísica de la vida. La palabra Dadá, como es la falta de relación con todas las cosas (un sinsentido), tiene la capacidad de establecer relaciones con todo. Permite trabar un discurso infinito que se subvierte a sí mismo. Dadá es la vida autoexpresándose.
Arp lo resume así: «El dadaísmo ha llevado el afirmar y el negar hasta el sinsentido. Para lograr la indiferencia, fue destructivo». Esta desparadojización, la negación dadaísta, es, sin embargo, problemática. Dadá descubre la potencia destructiva del sinsentido, pero hace un uso sin sentido de la ausencia de sentido. Como si la potencia de la nada les estallara en las manos. Al final sólo queda una rebelión absoluta, una rebelión por la rebelión. Decir, como hace Breton, que ese camino, al rechazarlo todo, no rechaza nada, es ciertamente simplificar demasiado y no entender lo que está en juego. Cuando el dadaísmo se hace surrealismo –es decir, incorpora un Afuera (el inconsciente) y un horizonte emancipatorio (la clase obrera como sujeto)–, la desparadojización parece concretarse más, la politización adopta formas más clásicas. A pesar de todo, sabemos que esta rebelión más social no se plasmará tampoco y que la entrada de los surrealistas en el PCF ciertamente es mejor olvidarla.
El dadaísmo se atrevió a pensar y a vivir la relación construcción/destrucción. Como decíamos, su propuesta de desparadojización seguramente no acabó de funcionar. Recordemos una vez más la polaridad en que se apoyaba la indiferencia creadora. «Destruir hasta la misma destrucción, es necesario» y «A escala de la eternidad, toda acción es vana». En relación a esta polaridad que, si bien adopta formas siempre nuevas, se nos clava día a día en el cuerpo, Hausmann y sus amigos intentaron abrir una vía de liberación.
* El mismo Breton ha llegado a afirmar: «Le tengo que confesar…que no estoy completamente seguro de haber tenido siempre razón. Sobre el surrealismo… En 1922, se podía creer aún en un próximo cambio radical de la sociedad. Nada, hay que decirlo claro, ha venido a justificar las esperanzas que abrigué entonces. Quizá hemos esperado demasiado del futuro. Nos parecía que la rebelión pura no conducía a nada. Y, sin embargo, es muy posible que esta actitud sea la única. Por lo que el hombre, en definitiva, no podría hacer mucho por transformar las condiciones de su existencia. Me pregunto, a menudo, si después de Dadá hemos hecho realmente algo nuevo. Los libros, los lienzos, las exposiciones, si supiera cómo desprecio todo eso… Quizá hemos querido actuar principalmente con el fin de disimularnos a nosotros mismos nuestra debilidad, nuestros miedos miserables… nuestra desesperación». Entrevista con André Breton publicada en Sanouillet, M.: Dada à Paris, 1993.
Ilustración: Raoul Hausmann, portada Der Dada, núm. 2, Berlín, diciembre de 1919
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