Aquí tenéis otro fragmento de Escritos Políticos, de Maurice Blanchot, en esta ocasión una declaración colectiva en la que participó Blanchot sobre el derecho a insumisión en el contexto de la guerra de independencia de Argelia:
A principios del pasado julio, por iniciativa de algunos de sus signatarios, la siguiente declaración fue sometida a la reflexión de escritores, artistas, universitarios, y hasta el día de hoy ha recibido la conformidad de 121 de ellos:
Un movimiento muy importante se está produciendo en Francia, y es necesario que la opinión francesa e internacional esté mejor informada al respecto, en el momento en el que el nuevo giro de la guerra de Argelia debe llevarnos a ver, no a olvidar, la profundidad de la crisis que se abrió hace seis años. Cada vez en mayor número, los franceses son perseguidos, encarcelados, condenados por haberse negado a participar en dicha guerra o por haber acudido en ayuda de los combatientes argelinos. Desnaturalizadas por sus adversarios, pero también edulcoradas por los mismos que deberían defenderlas, sus razones quedan generalmente incomprendidas. Resulta, sin embargo, insuficiente decir que esta resistencia a los poderes públicos es respetable. Protesta de hombres heridos en su honor y en la justa idea que se hacen de la verdad, tiene un significado que va más allá de las circunstancias en las que se ha afirmado y que es importante reconquistar, cualquiera que sea el resultado de los acontecimientos.
Para los argelinos, la lucha, llevada a cabo ya por medios militares, ya por medios diplomáticos, no encierra equívoco alguno. Es una guerra de independencia nacional. Pero ¿cuál es su naturaleza para los franceses? No es una guerra con el extranjero. Jamás el territorio francés se ha visto amenazado. Lo que es más: es una guerra contra hombres a los que el Estado aparenta considerar como franceses, pero que, por su parte, luchan precisamente para cesar de serlo. Tampoco bastaría con decir que se trata de una guerra de conquista, guerra imperialista acompañada, por añadidura, de racismo. Hay algo de esto en toda guerra y el equívoco persiste.
De hecho, por una decisión que constituía un abuso fundamental, el Estado ha movilizado en primer lugar a clases enteras de ciudadanos con el solo fin de realizar lo que él mismo designaba como una labor policial contra una población oprimida, la cual no se ha rebelado más que en interés de una dignidad elemental, puesto que exige ser reconocida al fin como comunidad independiente.
Ni guerra de conquista, ni guerra de «defensa nacional», la guerra de Argelia se ha convertido más o menos en una acción propia del ejército y de una casta que se niega a ceder ante un levantamiento del que incluso el poder civil, que se da cuenta del desmoronamiento general de los imperios coloniales, parece dispuesto a reconocer el sentido. Hoy en día, es principalmente la voluntad del ejército la que mantiene este combate criminal y absurdo, y dicho ejército, por el papel político que varios de sus altos representantes le hacen desempeñar, actuando en ocasiones, abierta y violentamente, al margen de toda legalidad, traicionando los fines que el conjunto del país le confía, compromete y amenaza con pervertir a la nación misma, forzando a los ciudadanos a sus órdenes a hacerse cómplices de una acción sediciosa y envilecedora. ¿Hace falta recordar que, quince años después de la destrucción del orden hitleriano, el militarismo francés, como consecuencia de las exigencias de una guerra semejante, ha conseguido restaurar la tortura y hacer de ella, de nuevo, algo así como una institución en Europa?
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Es en estas condiciones en las que muchos franceses han llegado a poner en cuestión el sentido de valores y obligaciones tradicionales. ¿Qué es el civismo cuando, en determinadas circunstancias, se convierte en vergonzosa sumisión? ¿No hay ocasiones en las que el rechazo a servir es un deber sagrado? ¿En las que la «traición» significa el valeroso respeto por lo verdadero? Y cuando, por voluntad de quienes lo utilizan como instrumento de dominación racista o ideológica, el ejército se alza en estado de rebelión abierta o latente contra las instituciones democráticas, ¿la rebelión contra el ejército no adquiere acaso un nuevo sentido?La objeción de conciencia se planteó desde el comienzo de la guerra. Al prolongarse ésta, es normal que dicha objeción se haya resuelto concretamente en actos cada vez más numerosos de insumisión, de deserción, así como de protección y de ayuda a los combatientes argelinos. Movimientos libres que se han producido al margen de todos los partidos oficiales, sin su ayuda y, en fin, a pesar de su desaprobación.
Una vez más, fuera de los marcos y de las consignas establecidas, ha nacido una resistencia, mediante una toma espontánea de conciencia, buscando e inventando formas de acción ymedios de lucha en consonancia con una situación nueva, de la que los grupos políticos y los periódicos de opinión han convenido, sea por inercia o timidez doctrinal, sea por prejuicios nacionalistas o morales, no reconocer su sentido y exigencias auténticos.
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Los abajo firmantes, considerando que todo el mundo debe pronunciarse respecto de actos que ya no es posible presentar como sucesos de la aventura individual; considerando que ellos mismos, en su lugar y conforme a sus medios, tienen el deber de intervenir, no para dar consejos a los hombres, que tienen que decidir personalmente frente a problemas tan graves, sino para pedir a quienes los juzgan que no se dejen atrapar por el equívoco de las palabras y de los valores, declaran:– Respetamos y juzgamos justificado el rechazo a tomar las armas contra el pueblo argelino.
– Respetamos y juzgamos justificada la conducta de los franceses que estiman su deber procurar ayuda y protección a los argelinos oprimidos en nombre del pueblo francés.
– La causa del pueblo argelino, que contribuye de forma decisiva a arruinar el sistema colonial, es la causa de todos los hombres libres.
Arthur Adamov, Robert Antelme, Georges Auclair, Jean Baby, Hélène Balfet, Marc Barbut, Robert Barrat, Simone de Beauvoir, Jean-Louis Bedouin, Marc Beigbeder, Robert Benayoun, Maurice Blanchot, Roger Blin, Arsène Bonnefous-Murat, Geneviève Bonnefoi, Raymond Borde, Jean-Louis Bory, Jacques-Laurent Bost, Pierre Boulez, Vincent Bounoure, André Breton, Guy Cabanel, Georges Condominas, Alain Cuny, Dr. Jean Dalsace, Jean Czarnecki, Adrien Dax, Hubert Damisch, Bernard Dort, Jean Douassot, Simone Dreyfus, Marguerite Duras, Yves Ellouet, Dominique Eluard, Charles Estienne, Louis-René des Forêts, Dr. Théodore Fraenkel, André Frénaud, Jacques Gernet, Louis Gernet, Edouard Glissant, Anne Guérin, Daniel Guérin, Jacques Howlett, Edouard Jaguer, Pierre Jaouen, Gérard Jarlot, Robert Jaulin, Alain Joubert, Henri Krea, Robert Lagarde, Monique Lange, Claude Lanzmann, Robert Lapoujade, Henri Lefebvre, Gérard Legrand, Michel Leiris, Paul Lévy, Jérôme Lindon, Eric Losfeld, Robert Louzon, Olivier de Magny, Florence Malraux, André Mandouze, Maud Mannoni, Jean Martin, Renée Marcel-Martinet, Jean-Daniel Martinet, Andrée Marty-Capgras, Dionys Mascolo, François Maspero, André Masson, Pierre de Massot, Jean-Jacques Mayoux, Jehan Mayoux, Théodore Monod, Marie Moscovici, Georges Mounin, Maurice Nadeau, Georges Navel, Claude Ollier, Hélène Parmelin, José Pierre, Marcel Péju, André Pieyre de Mandiargues, Edouard Pignon, Bernard Pingaud, Maurice Pons, J.-B. Pontalis, Jean Pouillon, Denise René, Alain Resnais, Jean-François Revel, Paul Revel, Alain Robbe-Grillet, Christiane Rochefort, Jacques-Francis Rolland, Alfred Rosner, Gilbert Rouget, Claude Roy, Marc Saint-Saëns, Nathalie Sarraute, Jean-Paul Sartre, Renée Saurel, Claude Sautet, Jean Schuster, Robert Scipion, Louis Seguin, Geneviève Serreau, Simone Signoret, Jean-Claude Silbermann, Claude Simon, René de Solier, D. de la Souchère, Jean Thiercelin, Dr. René Tzanck, Vercors, Jean-Pierre Vernant, Pierre Vidal-Naquet, J.-P. Vielfaure, Claude Viseux, Ylipe, René Zazzo.
[A comienzos de 1960, poco antes de que tenga lugar el proceso Jeanson por ayudar al Frente de Liberación Nacional argelino, los animadores de la revista Le 14 Juillet (esencialmente, Dionys Mascolo y Jean Schuster) deciden intervenir nuevamente, y lo hacen por medio de una declaración en principio titulada «Llamamiento a la opinión internacional». Se elaborarán varias versiones (unas quince), que contarán con la colaboración de muchos autores, antes de que se imponga la versión definitiva que aquí reproducimos.
Reproducir esta Declaración en una selección de textos de Maurice Blanchot contraviene, sin duda alguna, tanto el carácter explícitamente colectivo de aquélla como la voluntad de «hablar como anónimamente» que animaba a quienes la redactaron. Sin embargo, consideramos que la aportación de Blanchot, aunque en ningún caso se le pueda considerar «su autor», al estar en el origen de algunos de sus enunciados esenciales, justifica nuestra decisión. Reproducirla permite, por otro lado, comprender mejor el sentido de los textos que vienen a continuación, estos últimos del propio Blanchot, donde aparece claramente su implicación en un proyecto del que jamás dejó de afirmar que su carácter novedoso residía principalmente en lo que tenía de «impersonal».]
Traducción: Diego Luis Sanromán
Ilustración: Acacio Puig
La fuerza anónima del rechazo, prólogo de Marina Garcés
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El rechazo absoluto de Blanchot
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