LA TRILOGÍA DE CUENTOS DE HARRY CREWS

Los Ingredientes de un Escritor Sureño
Por Ed Lynskey
(traducción: Javier Lucini)

Antes de emerger como autor profesional en 1968 con su ópera prima, The Gospel Singer (de próxima publicación en Acuarela Libros), Harry Crews, como la mayor parte de los escritores novatos, se debatió hasta dar con su voz y su estilo. En el curso de este proceso de descubrimiento bastante largo, publicó una trilogía de cuentos (lo menos conocido de la bibliografía de Crews), en la que experimentó con los elementos literarios que más adelante adquirirían relevancia en sus novelas. Los tres cuentos (The Unattached Smile (1963), A Long Wail (1964) y The Player-Piano (1967)), presentan los sellos de las novelas aplaudidas por la crítica: la angustia rural y obrera, los temas violentos y sangrientos, la comedia negra, los personajes extravagantes y la delirante religión moderna (1). El trabajo que ahora les presento ofrece una visión crítica de conjunto de dichos cuentos y comentarios acerca de su relación con las novelas de uno de los autores más concienzudos, originales y robustos que ejercen en el Sur actual.
The Unattached Smile apareció en Sewanee Review nada menos que cinco años antes de la publicación de su primera novela, The Gospel Singer. Este cuento marítimo de iniciación sobre la juventud y la pérdida de la inocencia presenta a un marinero misterioso e intenso (¿el capitán Crews?), cuyo nombre nunca se menciona (como en el caso del protagonista de The Gospel Singer), que con su compañero de tripulación, Tom Ash, merodea los bares sórdidos de San Juan. En la historia, el sexo se transforma en una experiencia personal terrible para el marinero que vive obsesionado de manera inquietante por una singular búsqueda carnal: ultrajar mujeres maduras y experimentadas que se distinguen por sus “caderas pesadas y vulnerables” y sus “muslos machacados” (2).

Por otro lado, el marinero no puede soportar a “las chicas de pechos grandes y vientre plano”, porque en ellas ve estampada “la imagen cruda del rostro de su hermana” (240). El incesto, insinúa Crews, ha estallado en algún momento del pasado reciente, en un caserío perdido, entre el marinero y su mundana hermana mayor que, presumiblemente, tuvo que abortar cuando llegó el momento en que “tendrían que, o deberían de, casarse” (240). El tabú condujo al angustiado marinero a hacerse a alta mar, autoexiliado de su hogar rural, llevándose consigo el ignominioso secreto. Para purgar la culpa asociada a la sonrisa coqueta de su hermana y retractarse de su participación en cualquier comportamiento lascivo, el marinero se acuesta con toda una bandada de putas solteras en busca de la supuesta “sonrisa libre” (249).
Este cuento feliz se hace eco ligeramente de muchos de los rasgos familiares de los personajes y temas que Crews exploraría más adelante y con mayor profundidad en sus novelas. En primer lugar, la sexualidad aberrante que existe entre el marinero y su hermana, que Crews denomina burlonamente como “una especie de teatro mágico que ninguno de los dos tenía que explicarle a nadie, ni siquiera a sí mismos”, presagia los encuentros sexuales perniciosos, destructivos y más enfáticamente tormentosos que dominan las relaciones en sus novelas (241). Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en este relato, Crews nunca mide sus palabras en las novelas a la hora de describir el sexo gráfico y salvaje que tiene lugar, por ejemplo, entre MaryBell Carter y El Cantante de Gospel en The Gospel Singer, entre Fat Man-Mayhugh y Dolly Furgeson en Naked in Garden Hills (1969), entre John Kaimon y Gaye Nell Odell en Karate Is a Thing of the Spirit (1971), entre Joe Lon Mackey y Berenice Sweet en A Feast of Snakes (1976) y entre Duffy Deeter y Marvella en All We Need of Hell (1987). Crews conecta enseguida con los tópicos de decadencia moral, desviación sexual y corrupción social de la literatura popular sureña previamente establecidos por escritores regionales tales como William Faulkner, Truman Capote, Carson McCullers y Flannery O’Connor.
Además, el arrasamiento del pedestal aristocrático de las damas y el Culto a la Virgen inherente al viejo pensamiento sureño viene facilitado a través de la declaración que hace Tom Ash de una prostituta que presenta un parecido extremo con la hermana del marinero. “Ser la hermana de alguien nunca ha significado que una mujer deje de ser puta” (243). La hermana promiscua y quizá incluso provocativa del marinero, definida por su “lenta y deliberada sonrisa”, su “carne desbordante y voluptuosa” y su invitación a “tomar un trozo de mí”, prefigura el arquetipo de los personajes femeninos de Crews que aparecerán más tarde en sus novelas (245). Crews, normalmente, impone a las mujeres de sus ficciones papeles negativos y calamitosos como tentadoras, violadoras y encarnaciones del mal que devoran y arruinan a sus homólogos masculinos. Las femme fatales más culpables de Crews son MaryBell Carter en The Gospel Singer, Dolly Furgeson en Naked in Garden Hills, Hester Maile en The Gypsy’s Curse (1974), Lottie Mae y las hermanas Sweet en A Feast of Snakes y Charity en The Knockout Artist (3).
The Unattached Smile también centra su atención en la profundidad psicológica de los personajes de Crews que, como la mayor parte de los críticos ha resaltado, se enfrentan a sus excesos, obsesiones y miedos. La mayoría de los personajes principales de las novelas de Crews manifiestan personalidades obsesivo-compulsivas que a menudo caen en rituales bizarros e intensos. En esta saga marítima, el marinero desembarca en una miríada de interminables puertos para aplacar su lujuria con la “carne dura y en venta” (240) de las rameras, algo parecido al retroceso impulsivo del Cantante de Gospel hacia Enigma con objeto de embelesar y raptar a MaryBell Carter. Además, el marinero surca los mares angustiado por su ilícito comportamiento sexual, del mismo modo en que el Cantante de Gospel sufre a causa de la culpa que se desprende de su licencioso modo de vida. Otros personajes excesivos en las novelas de Crews son Fatman-Mayhugh con su enorme consumo calórico en Naked in Garden Hills, John Kaimon con su etéreo encaprichamiento con el kung fu en Karate Is a Thing of the Spirit, Eugene Biggs con su perversa atracción secundaria por el boxeo en The Knockout Artist (1988), Shereel Dupont con su manía por el culturismo en Cuerpo (1990) (publicado por Acuarela Libros en español), Duffy Deeter con su afán por los deportes competitivos tanto en The Enthusiast (1982) como en All We Need of Hell y, por encima de todos, Herman Mack con su absurdo propósito de comerse un Ford Maverick en Car (1972).
Desde sus inicios literarios, los protagonistas de Crews no sólo se enfrentan a sus peores pesadillas, sino que buscan una resolución definitiva, por muy vana o violenta que pueda parecer. Así, el díscolo marinero de The Unattached Smile desafía “la forma de su terror” (la voraz sonrisa que instiga su ruina) cuando se permite a sí mismo ser seducido por la “hermana” de una prostituta portorriqueña (248, 249). De manera similar, Marvin Molar en The Gypsy’s Curse acaba con la vampiresa Hester Maile, cuya maligna presencia altera a los hombres del gimnasio de boxeadores, mientras que Harry Barnes, alias Cabeza Clavo, en Cuerpo se pasa por el forro la autoridad legal haciéndose estallar por los aires, junto al presidente del jurado, en el servicio de caballeros. De un modo parecido, Joe Lon Mackey en A Feast of Snakes lleva su propósito de resolución hasta los límites más extremos desbocándose en un tiroteo sangriento para erradicar a sus atormentadores.

Otros tres elementos dignos de atención que se dan cita en The Unattached Smile están más elaborados en sus novelas. En primer lugar, Crews describe al marinero poseso como un bebedor inexorable que vuelca botellas de whiskey y ron para apagar el sufrimiento de su abrumadora culpa. El alcoholismo también aparece predominantemente en los protagonistas de Crews a modo de opiáceo; el caso más llamativo es el de Joe Lon en A Feast of Snakes que usa el licor para mitigar el sufrimiento de la violencia omnipresente que le rodea, y el de Cabeza Clavo en Cuerpo que bebe para olvidar los sangrientos campos de muerte de Vietnam. Por otra parte, el humor tempestuoso y cuartelero de Crews que se manifiesta en la escena de la taberna cuando el violento marinero vende un reloj de pulsera a un bruto suboficial de marina como pago por un “cachito” (244) de prostituta. Y por último, el puerto exótico supuestamente de San Juan, que en realidad constituye una anomalía porque los futuros emplazamientos de su obra hundirán sus raíces en Georgia y en Florida. De hecho, hasta The Knockout Artist, que tiene lugar en Nueva Orleans exactamente veinticinco años más tarde, Crews no volverá a salir de los límites geográficos de esos dos estados tan profundamente sureños.
La evolución de los temas principales y los personajes endémicos de los cuentos y sus posteriores novelas pueden también rastrearse en A Long Wail, el penúltimo cuento que Harry E. Crews publicó en 1964 en The Georgia Review. Esta narración invoca la relación entre un anciano plantador de tabaco aquejado de cáncer de garganta, su obediente hija Sarah Nell en edad casadera, y un leal granjero arrendatario que se llama Joe Gaff y que reside en una remota cabaña. La metástasis ha provocado la amputación de la parte derecha de la mandíbula del anciano y, lo que es peor, su “retorcido perfil” resulta insoportablemente espantoso: “Como siempre ocurría cuando se disponía a comer, su olor se hacía más intenso, el olor pesado y medio dulce de la descomposición que se arremolinaba a su alrededor como un enjambre de moscas” (4). La madre de Sarah Nell ha fallecido anteriormente tras una dolorosa enfermedad. El hedor de la muerte, de hecho, impregna toda la trágica historia y posteriormente se instala como una preocupación permanente por parte de Crews, entre fascinadora y mórbida, en sus novelas.

El cuento comienza cuando Sarah Nell y su padre van conduciendo de vuelta a casa desde el pueblo tras consultar al médico rural, el doctor Threadly, que les ha recomendado la extracción quirúrgica de la lengua, afectada ahora también por la metástasis. Cansado de combatir el cáncer implacable, el padre de Sarah está ya preparado para morir aún con la voz, y así mismo con la dignidad, intactas. En este cuento, Crews presenta las sombrías, desesperadas y deprimentes circunstancias a las que suelen enfrentarse sus personajes, así como sus esfuerzos desesperados y prolongados por obtener alguna mínima apariencia de control y estabilidad sobre sus vidas. El anciano granjero mantiene la dignidad de su compostura rechazando las órdenes directas del médico con respecto a cercenarle la lengua, “El anciano sólo tenía el color de la vida en la cara” (221).
El humor de tristeza contenida y frustración de A Long Wail se lleva al extremo a través de la conversación casual y moderada de los personajes en la cocina de la granja donde transcurre la mayor parte de la acción. No se da el estallido emocional esperado y repentino a causa de las fatales noticias y el trío desvaría sobre sus respectivos tazones de apestosa cuajada (“Es asombroso cómo algo puede tener tan mal aspecto y estar tan bueno”) (221). Aquí Crews sabe con seguridad cómo explotar las circunstancias desoladoras, pesimistas y desesperadas de sus personajes sin mostrar los estorbos emocionales de la misericordia, el patetismo o la compasión (5). De manera similar, El Cantante de Gospel es linchado fríamente por una banda desbocada; la mayoría de los habitantes de Naked in Garden Hills aceptan sumisamente actuar en jaulas de gogó; George Gattling subyuga cruelmente a un halcón salvaje en The Hawk is Dying (1973); y Joe Lon Mackey dispara contra sus enemigos de un modo calculador en A Feast of Snakes. Sin embargo, en A Long Wail está muy ausente la comedia delirante y retorcida que el más experimentado Crews inventará más adelante a partir de las situaciones absurdas y violentas que surgirán en sus novelas. Por ejemplo, en una horrenda escena como ésa en la que están comiendo la repugnante cuajada, el Crews posterior habría manipulado las posibilidades del lenguaje e invertido su presentación para convertirlo en un momento de comedia oscura.
En A Long Wail Crews incorpora a “un gran mastín moteado” que el decrépito granjero finalmente expulsa al granero al tiempo que Sarah y Gaff parten en coche (218). Irónicamente, cuando se marchan bajo la lluvia, es el mastín el que aúlla un lamento que taladra el oído y que tanto Sarah como Gaff sienten hasta en lo más profundo de los huesos, “un largo llanto que alcanzaba a la luna surcando la noche” (223). Incluso en su segundo relato, Crews comienza a reducir las emociones humanas hasta dejarlas al desnudo, en el estado primitivo y desesperado que suele vincularse al comportamiento de las bestias (6). Una escena similar se replica en The Gospel Singer cuando Didymus, el chófer-confesor del compositor de himnos, con un humor violento y oscuro capaz de asesinar a cualquiera, se mofa de una perra furibunda desde su ventana: “Un lento gemido surge de la garganta de esa puta y se alza hacia la luna que desaparece” (7). En A Feast of Snakes, Joe Lon Mackey, aguantando su agonía personal in extremis, se pone a aullar como un loco, de modo muy parecido al de los pitbulls que se pelean en las competiciones sangrientas que se retratan en la novela.
Como la sonrisa de la mujer tímida del primer cuento del autor, en su segundo relato Crews elabora un símbolo central en el “lamento” o la expresión irrefutable del dolor y la angustia. Además, el lenguaje empleado para representar la deformidad física del anciano granjero es al mismo tiempo horrendo y majestuoso. Así, su careto parcialmente mutilado está “siempre ahí como un trozo de grava bajo el sombrero” (217); quitarse el vendaje para comer es como “desenvolver un preciado y valioso secreto” (220); y la herida, fea y abierta, es un “punto desnudo y activo en la cara del anciano” y su visión resulta “fascinante” (220). En A Long Wail Crews toca el lado mórbido, grotesco, oscuramente divertido y sangriento de sus personajes que celebra también en las vidas que pueden encontrarse en sus novelas.
A Long Wail concluye con Gaff y Sarah saliendo hacia la iglesia rural, presumiblemente para arreglar sus nupcias, sugiriendo la resolución positiva que también surge en algunas de las más importantes novelas de Crews. La perspectiva del amor humano y la redención como una fuente de sentido queda ejemplificada por Junior Bledsoe y Pearl Lee Gates en This Thing Don’t Lead to Heaven (1970), John Kaimon y Gaye Nell Odell en Karate Is a Thing of the Spirit, Duffy Deeter y su esposa Tish en All We Need of Hell, Herman Mack y Margo, la prostituta del hotel, en Car, y de un modo mucho más conmovedor, Pete Butcher y Sarah Leemer en Scar Lover.
Otros dos aspectos importantes se establecen en A Long Wail. En primer lugar, Crews proclama su casi exclusivo interés dramático en la grave y sombría situación de la sociedad sureña rural y pobre de la que él mismo forma parte, esas desafortunadas “Sémolas” que subsisten en el final injusto del Tobacco Road de Erskine Caldwell. Además, al trivializar al Dr. Threadly nada más empezar el cuento, Crews expresa sus propios serios recelos a propósito de la ciencia, el progreso y los intereses intelectuales. Este tema encuentra su eco en las novelas en la deplorable resolución del Dr. Sweet de sanar las heridas abiertas de Mystic, Georgia, durante el rodeo anual de serpientes de cascabel en A Feast of Snakes.
The Player Piano, el más logrado y ambicioso de la trilogía, está asimismo conectado de un modo mucho más cercano a las novelas, particularmente en lo que se refiere a sus temas y personajes. De hecho, el cuento trata muchos de los rudimentos (lo grotesco, la violencia, la decadencia...) que los académicos adscriben al subgénero “Gótico Sureño” que Crews ha patentado entre los novelistas contemporáneos, un reconocimiento que el autor siempre rechaza. El relato narra la historia de Heavenly Jamie Day, un pianista virtuoso de treinta años que toca melodías gospel en un refugio del Ejército de la Salvación engalanado en espeluznantes y nauseabundos verdes. Sin embargo, Jamie, ídolo de los pobres y desesperados transeúntes, es en realidad un vulnerable inocentón, o posiblemente un sabio idiota. Agatha Tummerill, una mujer grotescamente obesa y el equivalente femenino de Fatman-Mayhugh de Naked in Garden Hills, lo atrae al interior de su apartamento de dos plantas en el refugio donde se encuentran con su marido Bill. Bill, tetrapléjico a causa de un chapucero intento de suicidio, es víctima de los actos crueles de su esposa, como el de obligarle a ser testigo de su libertinaje con sus amantes masculinos.

Aunque un prodigio frente al piano, Jamie carece de la inteligencia nativa para “hacer lo que un hombre tiene que hacer, como conseguir cambio de un dólar o distinguir HOMBRES de MUJERES en los servicios públicos” (8). De hecho, Jamie reconoce repetidamente: “Yo no soy normal” (31, 32, 34), y es muy dado a expresarse con frases asombrosas e irrelevantes, como el excéntrico patán Fred Gattling en The Hawk Is Dying. Bill Tummerill, mutilado y mudo, sujeto con correas y desnudo en una cama doble oculta en el interior de una oscura cámara de torturas, ejemplifica al individuo más bizarro y deforme que Crews había concebido hasta 1967.
“Un hombre estaba tendido en una cama doble a un lado de la estrecha aunque bastante larga habitación. Estaba quieto como una roca y desnudo salvo por la correa de tela que le rodeaba el pecho y una tela blanca en forma de pañal dispuesta entre sus muslos y asegurada por dos enormes imperdibles azules de seguridad. Unos tubos emergían del pañal para desaparecer bajo la cama. Estaba muy flaco y lucía un color amarillento. Las venas se exhibían bajo la piel de sus piernas” (33-34).
Con esta insólita pareja, Crews comienza a jugar con la operación de introducir personalidades grotescas y estrafalarias (léase: freaks) en su estrategia narrativa: en este caso, un freak con un cuerpo perfecto y un freak con una mente atrofiada. De hecho, a través de su habilidad musical, su elegancia física y su carismática popularidad, Jamie funciona como el prototipo para The Gospel Singer. La predilección estilizada de Crews por los personajes freakies, ya anticipada en The Piano Player, florece en las novelas en las que nos encontramos con un enano dotado de un pie monstruoso en The Gospel Singer, un yonqui de la comida dietética que pesa doscientos setenta y dos kilos en Naked in Garden Hills, un sordomudo con piernas escuálidas en The Gypsy’s Curse, un cura encantador de serpientes en A Feast of Snakes, y un magnate de los negocios que se hace pasar por un bulldog en The Knockout Artist (9). Además, la Galería de Personajes Grotescos de Crews ha proliferado en sus novelas, llegando mucho más allá de los disparates que McCullen o Capote se hubiesen podido imaginar, por mucho que les pese a los críticos (10).
Como la sonrisa de Circe entrevista en The Unattached Smile, el chillido de la banshee (“la mujer de los túmulos feéricos” que anunciaba la muerte de un pariente cercano) que resuena en A Long Wail, los ojos oscuros y expresivos de Bill Tummerill que comunican el penoso sufrimiento de su vida estéril y triste junto a su sádica pescadera: “Ella [Agatha] guiñó un ojo a Bill y él cerró los suyos brevemente. Al volverlos a abrir los separó de los suyos y dirigió la mirada hacia la pared más lejana” (34-35). Como modelo de parálisis masculina, tan a menudo citada como tema recurrente de la literatura sureña, el tormento de Bill es algo de lo que Crews puede hablar por propia experiencia. De niño Crews sufrió una rara parálisis temporal que le dejó retorcido como un pretzel humano. Crews recuerda la impotencia de su sufrimiento, exacerbado, como en el caso de Bill, por la curiosidad voyeur de los vecinos que se paraban a mirar boquiabiertos su condición física (11).
Los límites socialmente aceptables entre lo que es normal y anormal se desdibujan, y en The Player Piano surge un patrón vago y confuso desde el que poder juzgar cada una de estas esferas. Por ejemplo, Agatha distingue irónicamente a los penosos Tummerills como los “Habituales” que rechazan la “caridad” y residen es sus dependencias privadas, mientras ella desprecia a los demás clientes del refugio como “vagos” y “transitorios” (30-32). En las novelas, Crews simpatiza claramente con sus personajes grotescos (del mismo modo en que lo hace con Jamie Day y Bill Tummerill) cuyo comportamiento es a menudo más admirable que los de la sociedad supuestamente normal. Además, la anónima concurrencia de “transitorios” que se arremolinan en torno al refugio precede a las bandas espontáneas que se materializan en las novelas de Crews como en el caso de las multitudes homicidas con que concluyen The Gospel Singer y A Feast of Snakes.

La violencia, como un estribillo menor en The Unattached Smile y en A Long Wail, resuena con fuerza en The Player Piano. El ahorcamiento frustrado y bastante cómico de Bill con el cordón de una persiana; su mujer obligándole a comer con un biberón lleno de whisky; el último plantón de Jamie a Agatha; y los insultos y porrazos que le dedica Agatha a su marido son actos de violencia que Crews encrespa en el curso de la narración. La vena violenta y cruel de la naturaleza humana ha sido un motivo cada vez más importante en la obra de Crews, dando vueltas y más vueltas hasta llegar al tour de force de A Feast of Snakes, donde estalla con asesinato y caos en cada página (12).
Las situaciones probablemente ideadas con un humor oscuro en The Piano Player, como el propósito absurdo de Bill Tummerill de auto-estrangularse con el cordón de una persiana, no están presentadas de un modo totalmente efectivo. En las novelas, muchas de las cuales son en realidad tragicomedias, Crews comprende mejor y ejecuta el alivio cómico para contrarrestar el horror intenso e implacable de la narración. Por ejemplo, en A Feast of Snakes, que también comprende un suicidio por asfixia, la madre de Joe Lon Mackey huye en varias ocasiones de la casa, sólo para ser traída ignominiosamente de vuelta una y otra vez por su enorme, sordo y pesado marido. Al final, es ella la que tiene la última palabra en el conflicto cuando se pone una bolsa de plástico en la cabeza y muere con una nota pegada al pecho que pone: “A ver si consigues traerme ahora de vuelta, hijo de puta” (13).
El aislamiento y la desesperación se urden en el tenso tejido de la existencia de los Tummerill, y se haya especialmente presente en sus dependencias íntimas que “olían a algo oscuro, reservado y largamente encerrado” (33). Bill, postrado en la cama e impotente, puede que sea la víctima de la sociedad cruel en la que vive, igual que Beeder, la hermana de Joe Lon Mackey en A Feast of Snakes. Encerrada en su dormitorio tras el horripilante suicidio de su madre, Beeder se unta excrementos en el pelo y se dedica a observar las noticias violentas de los telediarios. Además, Agatha, una obesa gladiadora que ya ha destruido a un marido, sigue en la misma vena oscura de otras mujeres de Crews. Agatha maltrata cruelmente a su marido y sus actos están motivados por la rabia y la venganza. La furia y su agente, la venganza, van entrelazadas en las novelas de Crews, de un modo más gráfico en las últimas acciones desesperadas de Joe Lon Mackey en A Feast of Snakes.

La trilogía de cuentos también plantea el tema de la religión moderna como posible fuente de sentido, una preocupación que aparece en los primeros tres títulos de Crews, The Gospel Singer, Naked in Garden Hills y This Thing Don’t Lead to Heaven. En The Unattached Smile el marinero, casi con fascinación y fervor religioso, sigue su búsqueda carnal y, tras la consumación exitosa con la hermana de la prostituta de San Juan, desciende, sintiéndose aún insatisfecho y miserable, a un abismo sombrío: “Y ante él se extendía un terreno vasto y mal ventilado, más vasto de lo que podían abarcar sus ojos y sin dirección alguna” (249). En A Long Wail, Joe Gaff y Sarah Nell abandonan a su padre enfermo y a la misma muerte en la granja y se dirigen a la iglesia rural con su promesa de oportunidades frescas y amor juvenil. En The Player Piano, Jamie Day personifica la buena voluntad del CENTRO DE SALVACIÓN y los auténticos creyentes (los Transitorios) que parecen satisfechos con sus benevolentes cuidados. A la inversa, Agatha Tummerill, que no aprecia la belleza de las melodías gospel al piano que toca Jamie Day sino que consiente su codicia mortal, queda como un personaje airado e infeliz.
Sin embargo, la religión como fuente de salvación o redención parece, como mucho, provisional en los cuentos. Una vez consumada su lujuriosa búsqueda, el marinero continúa vagando perdido en su perpetuo destino funesto, del mismo modo que nunca veremos a Joe Gaff y a Sarah Nell llegar a la iglesia y Jamie Day se nos presenta como poco menos que un clérigo inteligente e inspirado. Las primeras tres novelas llegan a la misma conclusión de que la religión moderna es un ritual vacío y desapasionado, desprovisto totalmente del menor beneficio tangible y corrompido por el comercialismo y la codicia. En The Gospel Singer, el corrupto protagonista actúa en encuentros al aire libre únicamente para cosechar la lucrativa recaudación de la puerta y, acto seguido, poder satisfacer su lujuria con las jovencitas de la congregación. En Naked in Garden Hills, unos pocos apostólicos reinciden en vano en una derribada cantera de fosfato en espera de la segunda venida gloriosa del hacendado absentista, Jack O’Boylan. Y finalmente, en This Thing Don’t Lead to Heaven, el hogar de unos ancianos demuestra su falsedad a la hora de prometer la salvación y la vida a sus inquilinos más veteranos.
En conclusión, la trilogía de cuentos como ficción de aprendizaje revela una serie de temas y personajes que Crews trabajaría más detenida e intensamente en sus novelas. El primer cuento, The Unattached Smile, hace una crónica de las preocupaciones de Crews con respecto a la corrupción moral y la perversión sexual tal y como queda ilustrado en su trama sobre el joven marinero cargado con un exceso de culpa y desesperación, presumiblemente a causa del incesto. Las mujeres de Crews, como sugiere el personaje de la hermana del marinero, son retratadas como vampiresas destructivas, al tiempo que las personalidades obsesivo-compulsivas de sus personajes masculinos comienzan a afirmarse. Las huellas del tempestuoso (más adelante oscuro) sentido del humor de Crews y las juergas etílicas también se evidencian en el cuento. Por otro lado, raramente queda sin desarrollar en los cuentos de Crews la incorporación de personajes de color, mención especial merecen el predicador negro Willalee Booktee Hull en The Gospel Singer y Jester, el jockey negro de Naked in Garden Hills.

A Long Wail, el segundo relato, plantea la preocupación de Crews por la muerte en sus novelas, trata asimismo sus paisajes rurales y la gente pobre del campo y revela su inclinación fundamentalmente anti-intelectual. El decrépito granjero de tabaco que se enfrenta estoicamente a la muerte del cáncer, como los varios personajes de sus novelas, ilustra la acción desesperada de la clase obrera que se esfuerza por imponer orden en sus caóticas y a menudo dolorosas existencias. Las emociones humanas quedan reducidas a su estado más primitivo y se comparan con las de animales como el mastín, al tiempo que describe exitosamente las condiciones desoladoras de sus personajes sin parecer sensiblero. El final de A Long Wail plantea un desenlace positivo a través de la posibilidad del amor humano entre los sexos que Crews incorporará posteriormente en algunas de sus más importantes novelas.
Finalmente, The Player Piano, precursor de la moda del Gótico Sureño que Crews formula en sus novelas, personifica de un modo más significativo una temprana manipulación de los personajes freakies. El cuento incorpora el tema recurrente de Crews: la violencia. Presenta la condición aislada y desesperada del hombre y propone el papel vacío y carente de sentido de la religión moderna en la vida de los hombres. El tema de la rabia y de la venganza que los hombres a menudo sienten en su desesperación también comienza a afirmarse en este cuento.
Estos relatos, tan poco reconocidos durante tanto tiempo, nos ofrecen una fascinante visión del desarrollo de la poderosa y oscura imaginación de un escritor sureño cuya eminencia literaria sólo ahora está empezando a traspasar los límites de la academia.

Quisiera agradecer a David Jeffrey la lectura de este trabajo y sus valiosos comentarios.

Notas

1. The Unattached Smile, Sewanee Review 71 (abril-junio 1963) 240-49; A Long Wail, The Georgia Review 18 (verano 1964) 217-23; y The Player Piano, Florida Quarterly 1 (otoño 1967) 30-36.
2. Harry Crews. The Unattached Smile. Sewanee Review 71 (primavera 1963) 240. Todas las citas posteriores se indican en el texto entre paréntesis.
3. Patricia Beatty ha valorado el tratamiento de Crews de los personajes femeninos en “Crews Women”, en A Grit’s Triumph (Port Washington, NY: Associated Faculty Press, 1983) 112-123.
4. Harry Crews, A Long Wail. The Georgia Review 18 (verano 1964) 217, 218. Las siguientes citas se indican entre paréntesis en el texto.
5. Allen Shepard ha comentado elocuentemente el modo en que Crews representa su “deforme mundo imaginativo con total autoconfianza, aparentemente sin dejarse intimidar por la piedad o la compasión” en Matters of Life and Death: The Novels of Harry Crews, Critique: Studies in Modern Fiction 20 (septiembre 1978) 53.
6. Frank Shelton ha estudiado los personajes de Crews que “son primitivos y que actúan por instinto y obsesión” en Fifty Southern Writers After 1900 (New York: greenwood Press, 1987) 114.
7. Harry Crews, The Gospel Singer (New York: Morrow, 1968) 83.
8. Harry Crews, The Piano Player, Florida Quarterly 1 (otoño 1967) 30. Las siguientes citas se indican entre paréntesis en el texto.
9. David Jeffrey ha estudiado a los anormales de las novelas de Crews: Crews’ Freaks en A Grit’s Triumph (Port Washington, NY: Associated Faculty Press, 1983) 67-68.
10. Larry W. Debord y Gary L. Long han analizado el cuerpo crítico sobre la obra de Crews en Literary Criticism and the Fate of Ideas: The Case of Harry Crews, The Texas Review 4 (otoño/invierno 1983) 69-91.
11. Harry Crews, A Childhood: The Biography of a Place (New York: Harper & Row, 1978) 78-79.
12. Ver Ed Lynskey, Violence in Hometown America: Harry Crews’ A Feast of Snakes, Pembroke Magazine 19 (1987) 195-200, para un estudio más extenso del tema de la violencia en la novela.
13. Harry Crews, A Feast of Snakes (New York: Atheneum, 1976) 120.

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