JOHNNY CASH, SUR Y MÚSICA GOSPEL (II)

Este es la segunda entrada dedicada a la importancia cultural de la música gospel en la zona del Cinturón Bíblico en la que transcurren las novelas de Harry Crews. Como decíamos en la entrada anterior, el ejemplo más claro es el que nos proporciona Johnny Cash en su primera autobiografía, Man in Black. Los siguientes pasajes también pertenecen al segundo capítulo. En ellos Cash nos habla de la importancia de la radio y de su hermano Jack.

[...] El momento que todos esperábamos durante todo el año era el tiempo de la cosecha. Nos pagaban por recolectar el algodón y el Tiempo de la Cosecha (Pickin’ Time) era el único momento en que obteníamos algún ingreso.

           
“I got cotton in the bottom land.
It’s up and growin’ and I got a good stand.
My good wife and them kids of mine,
Gonna get new shoes come pickin’ time.

It’s hard to see by the coal oil light,
And I turn it off pretty early at night.
‘Cause a jug of coal oil cost a dime,
But I stay up late come pickin’ time.

Last Sunday morning when they passed the hat,
It was still nearly empty back where I sat.
But the preacher smiled and said, “That’s fine;
The Lord’ll wait till pickin’ time.”.

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“Tengo algodón en la tierra de abajo.
Está alto y sigue creciendo y tengo una buena cantidad.
Mi buena esposa y mis hijos,
tendrán zapatos nuevos pues ha llegado el tiempo de la cosecha.

Cuesta ver algo con la lámpara de parafina,
Y la apago muy temprano por la noche.
Porque una garrafa de parafina cuesta diez centavos,
Pero me quedo despierto hasta muy tarde pues es el tiempo de la cosecha.

La mañana del pasado domingo, cuando pasaron el sombrero,
Estaba aún casi vacío cuando llegó a mi sitio.
Pero el predicador sonrió y dijo; “Está bien;
El Señor esperará al tiempo de la cosecha”.”

No creo que hayan existido dos niños en una familia que hayan estado tan cerca el uno del otro, y que se hayan querido tanto, como mi hermano Jack y yo.
En la época en que yo tenía once años, Jack, que tenía trece, nos informó un día que había sentido la llamada del sacerdocio. Se había convertido un año antes y había dedicado un año al estudio de la Biblia. Recuerdo muy bien la Biblia de Jack. Era una cosa pequeña, diminuta, la Biblia completa en una edición minúscula. Jack la tenía casi completamente desgastada. La llevaba consigo a todas partes: al colegio, al trabajo, a la iglesia…, y la estudiaba a todas horas.
Podía sentarse por la noche y leer la Biblia hasta cuando mi padre le dejaba, mientras yo me sentaba a escuchar la radio. Papá se iba a la cama poco después de las ocho, cuando acababan las noticias. Jack y yo pedíamos permiso para quedarnos otra hora, a veces un poco más. Él se sentaba en la mesa del comedor con su Biblia, y yo me sentaba junto a la radio en la sala de estar. Cuanto más tarde se hacía, más tenía que bajar el volumen de la radio porque no quería que papá supiese que seguía levantado. No teníamos electricidad, por lo que no había luces que iluminaran la casa. Si había alguna luz, era la de la lámpara de keroseno en la mesa donde leía Jack.
Pero puedo recordar a mi padre chillando desde el dormitorio, “¡Está bien, chicos, a la cama! ¡Si no, no querréis levantaros por la mañana! ¡Apaga la vela! (entonces no apagábamos “la luz” sino “la vela”) ¡Apaga esa radio!”.
Yo la bajaba un poquito y acercaba un poco más la oreja. Tenía que escuchar aquellas canciones. Nada en el mundo era más importante para mí que escuchar aquellas canciones en la radio. La música me elevaba por encima del barro, del trabajo y del ardiente sol.
Papá toleraba bastante mis desvelos con la radio, y era aún más reacio a chillarle a Jack para que dejase de leer la Biblia y se fuese a la cama, porque mi padre había crecido escuchando el evangelio que predicaban su padre y sus tíos. Sabía lo importante que era aquella Biblia para Jack y Jack se sentía estimulado en sus estudios bíblicos. Mamá y papá estaban orgullosos de él.
             
Existen incidentes que aún siguen relatando algunos de los más viejos residentes de Dyess a propósito de Jack y su fe.
Jack y yo fuimos un día hasta la tienda de la cooperativa de Dyess, una tienda atendida por un hombre llamado Steele. El señor Steele era miembro de una secta que afirmaba ser la única en posesión de la verdad, los únicos que irían al cielo (ya habrás oído hablar de esa gente). Jack siempre había tolerado las ideas del señor Steele sobre aquellos asuntos y siempre trató de evitar una discusión o una pelea con él.
Aquel día entramos y el señor Steele estaba detrás del mostrador de la carne. Bajo un claro cielo azul, dijo:
–Jack, ¿sabes que si no perteneces a mi iglesia irás directo al infierno, verdad?
Y Jack –no lo olvidaré jamás– miró al Sr. Steele, sonrió y cantó:


“Have you been to Jesus for the cleansing power,
Are you washed in the blood of the lamb?
Are you fully trusting in His grace this hour,
Are you washed in the blood of the lamb?”

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“¿Has acudido a Jesús por su poder purificador,
te has lavado en la sangre del cordero?
¿Crees en esta hora, enteramente, en Su gracia,
te has lavado en la sangre del cordero?”

La cara del señor Steele enrojeció; se puso furioso, dejó caer el cuchillo de carnicero y se dio la vuelta. Jack y yo nos fuimos. Y Jack se limito a dejarle allí, con aquellas cuatro líneas de aquella canción.
Hasta el día de hoy no he aprendido, ni intentado comprender, la diferencia en las doctrinas de la iglesia. El predicador cuyo tema es la doctrina o la confesión predilecta no puede capturar mi atención durante mucho tiempo. En mis viajes por Europa, Asia y Australia, en más de una ocasión, me he acordado, y he tomado mayor conciencia de que el evangelio es la única doctrina que realmente funciona, y que funciona para todos los hombres por igual.
No me cabe duda de que las confesiones son importantes para acercar a un conjunto de creyentes y proporcionarles fuerza y motivación, pero cuando esta o aquella confesión empieza a sentir o, aún peor, comienza a enseñar que su particular interpretación de la Palabra abre la única puerta del cielo, entonces me parecen peligrosas. Ciertamente, estas interpretaciones pueden condenar a alguna gente y convencerla, pero, ¿cuántos otros no creyentes se apartarán y huirán del conocimiento del plan divino?
Parte de nuestra labor consiste en contarles a los demás cómo es nuestra fe, pero el modo en que la vivimos habla con muchísima más claridad que cualquier cosa que podamos llegar a decir sobre ella. El evangelio de Cristo debe ser siempre una puerta abierta con una señal de bienvenida para todos.

Jack era el repartidor de periódicos de Dyess. Todos los días cargaba sus periódicos, el Press-Scimitar, de Memphis, en la cesta de su bicicleta y los repartía por toda la comunidad. Además de su cesta, llevaba un saco a la espalda al empezar su carrera. Llegó a conocer a todo el mundo en la ciudad, y todos llegaron a quererle. Nunca fallaba. No importaba qué tiempo hiciera, Jack  consideraba una obligación personal y un desafío repartir los periódicos a sus suscriptores.
Jack fue una inspiración no sólo para toda la comunidad, sino también para mí: como un faro con el que poder mirar hacia atrás a medida que van pasando los años. Cuando se me presenta una cuestión moral o una decisión, viajo de vuelta a 1943 y me digo: “¿Qué habría pensado Jack sobre esta situación?”. Hay veces que lo que me digo es: “Bien, ¿qué pensaría Billy Graham de todo esto?”, pero normalmente es: “¿Qué haría mi hermano Jack?”.
Como en aquella ocasión con el señor Steele, cuando vi el amor en los ojos de Jack mientras le preguntaba al hombre si se había lavado en la sangre y permanecía sonriente mientras recitaba las cuatro líneas de aquella canción. Jack no vacilaba. Fue el señor Steele el que perdió la compostura. Jack se marchó sonriendo. Sonriendo, no porque hubiese vencido a un hombre que estaba tratando de pincharle, sino porque había tenido éxito al transmitirle el evangelio a aquel hombre.
 Jack tenía la Biblia. Yo tenía las canciones.
En un mundo de campos de algodón y de sol abrasador, las canciones de gospel elevaban mi espíritu. Creo que estaba adquiriendo con aquellas canciones algunas de las mismas cosas que Jack extraía de la Biblia. Eran las mismas buenas nuevas que a mí me llevaban por otra vía.

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