La exigencia de una nueva subjetividad aparece ya en los primeros números de la revista. Así, en 1959 la sección holandesa de la IS defendía la invención ininterrumpida como modo de vida. El manifiesto de 1960 contraponía, al arte parcelario y espectacular, la participación total y la organización del momento vivido. Kotányi, a su vez, define el deseo como «aquello que es radicalmente anti-alienante en la vida de todos». André Frankin intenta ilustrarlo elaborando el concepto de No Futuro, que él entiende como la realización de todos los futuros posibles, algo que tiene que ver con el advenimiento de una «historia sin tiempos muertos» que implicaría una transformación radical de la emotividad. De manera harto similar, Asger Jorn defiende la liberación de los valores humanos, es decir, «la transformación de las cualidades humanas en valores reales».
Todas estas propuestas se relacionan directa o indirectamente con la experiencia de la subjetividad artística y, en el fondo, no representan más que la extensión de la misma a todos los aspectos y momentos de la existencia. Algo parecido ocurre con el concepto de subjetividad radical, que Raoul Vaneigem se encargará de elaborar mucho más ampliamente. En efecto, la segunda parte del Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones –que lleva por título, precisamente, «La inversión de perspectiva»– se propone «acercarse a lo social con las armas de la subjetividad, reconstruir todo a partir de sí mismos». Sin embargo esta subjetividad no es algo meramente privado que se manifieste de forma distinta en cada individuo, sino que, precisamente, es radical en el sentido de que «todos los individuos obedecen a una misma voluntad de realización auténtica y su subjetividad se refuerza al percibir en los demás la misma voluntad subjetiva». Eso no significa que exista un solo modo legítimo de ser revolucionarios; Vaneigem evita llegar a semejante conclusión al afirmar que todas las subjetividades, a pesar de que comparten una misma voluntad de realización integral, difieren entre ellas. La solución a todas estas dificultades hay que buscarla en el hecho de que la subjetividad radical se identifica con la «creatividad universal», que no es otra cosa que la experiencia artística en su forma subjetiva. Lo que revela su pretensión de totalidad es el carácter ideal de su horizonte: en el fondo el mérito de Vaneigem es haberla expresado de manera extrema, mientras que su error fundamental consiste en haberla hecho pasar, pura y simplemente, por la dimensión psicológica revolucionaria. Así, según Vaneigem, ésta habría de manifestarse en un triple proyecto que implicaría su realización, comunicación y participación en ella. Estas tres pasiones guardan a su vez una estrecha relación recíproca y en un contexto de aislamiento degeneran respectivamente en voluntad de poder, en mentira, en masificación. La realización nace del deseo de crear, de objetivar un proyecto preexistente; la comunicación se relaciona con el amor, que es el modelo más puro y más difundido de comunicación auténtica; y finalmente, la participación se expresa en el juego, siempre y cuando se establezca una relación dialéctica entre los participantes del grupo que ayude a cada uno a radicalizar su propia subjetividad.
Traducción: Álvaro García-Ormaechea
Entregas anteriores de Los situacionistas
Vida y supervivencia
El desvío
La superación del arte
Hacia un cine situacionista
La última vanguardia del siglo XX
Los orígenes de la Internacional Situacionista
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