(Texto de Javier Lucini)
Hubo un tiempo glorioso en que los bootlegs navegaban a la deriva, como galeones piratas, sorteando las derrotas oficiales del mercado impuesto por las grandes compañías discográficas y creando una sociedad secreta, libertaria, alternativa, parecida a la de los bucaneros y filibusteros de la Cofradía de los Hermanos de la Costa: sin Patria, ni Dios, ni Rey (en este caso: Ley –Sinde–). Tanto en mercadillos como en tiendas de segunda mano, o directamente lanzadas para el intercambio gratuito en la red, si bien es cierto que en ocasiones de una calidad infame, uno podía toparse jubilosamente con estos tesoros: no sólo copias no autorizadas, a veces también grabaciones extrañas (lo rechazado), tomas alternativas (ensayos, sesiones de estudio…), jams y conciertos bastante peregrinos. Yo recuerdo personalmente la emoción y la alegría de encontrar en “la mula” (en la época en que creábamos, con Secall, el cómic Anillo de Fuego) la mítica sesión completa de Bob Dylan y Johnny Cash, que luego encontraría editada en vinilo por un sello pirata en Blangadesh (no la República Popular, sino la mítica tienda del número 5 de Costanilla de los Ángeles, que aún sobrevive heroicamente en Madrid pese a la cercanía de la FNAC y el Corte Inglés, esos monstruos). Pero ahora, como hiciera en su día la Corona Inglesa, el mercado, para exprimir a sus artistas, ha decidido aliarse con los piratas (o presentarles batalla convirtiéndose en piratas de sí mismos) oficializando la comercialización de los bootlegs en sus propios sellos, en ediciones de lujo, y acompañados de gruesos cuadernillos llenos de fotos y supuesto material inédito en los que alaban y valoran lo que hace unos años no dudaban en denostar y denunciar como poco menos que una práctica indecente. Por lo visto la cosa parece que ahora tiene un valor histórico, que muestra una parte de los artistas que está bien que salga a la luz, el trabajo que hay detrás, el proceso creativo, el fallo humano, el valor de lo sucio y de la crudeza, la pulsión del directo… Mil y una infamias para hacer caja y combatir la sempiterna crisis del sector.
El caso es que al poco de la aparición del volumen 9 de las Bootlegs Series de Bob Dylan en Columbia (tanto Dylan como Springsteen –lo de Pearl Jam, mejor ni mentarlo–, de un tiempo a esta parte no parecen tener ningún reparo a la hora de engrosar sus dividendos con lo que sea…), aparece en el mismo sello el volumen 2 de los Bootlegs de Johnny Cash (From Memphis to Hollywood), grabaciones caseras encontradas tras su muerte en sus archivos personales de Hendersonville, Tennessee (tras subastar todas sus pertenencias y vender su casa del lago, continúa el expolio de su cadáver, ¡y lo que nos queda!). Dos cds llenos de demos de canciones míticas, intros, anuncios de radio, outtakes, B-sides grabadas entre el año 1958 y 1969, el período en el que Cash abandona Sun Records y firma con Columbia Records (su época anfetamínica). Mucho de este material ya lo había sacado Bear Family, el sello alemán, en sus fastuosas y exhaustivas cajas recopilatorias (a diferencia del Bootleg vol 1, editado hace tres o cuatro años, material verdaderamente inédito, muchísimo más interesante que el que nos ocupa). Los coleccionistas obsesivos (como yo) caemos una vez más en la trampa. Por lo menos el diseño está más cuidado que en las viejas ediciones que conseguíamos de contrabando en las viejas ferias del disco. Pero viene a ser lo mismo (aunque aquí el que se enriquezca sea una vez más el monstruo, que no quiere quedarse sin su parte del pastel, ya ni siquiera el artista que anda criando malvas…). Claro que ya hace bastantes días que todo este material está colgado en la red. Como si oficializar el pirateo, la patente de corso (la piratería como negocio capitalista, con subvención, inversores, acciones y reparto de beneficios, como cuenta Bernardo Fuster en su libro sobre la piratería libertaria en el Caribe, cuando la reina de Inglaterra en 1594 se asoció con Francis Drake), fuese a frenar el auténtico, romántico pirateo. Que estrategia más absurda. Cuarenta acres (o gigas) y una (e)mula (o un torrent), así se colonizó el oeste y con eso que nos vayan dando.
Javier Lucini.
Reseña en la revista No Depression
Demo acústica extraída del cd
La oficialización del pirateo
Publicado por
Acuarela
on miércoles, 16 de marzo de 2011
Etiquetas:
Johnny Cash,
música
1 comentarios:
En efecto, sorprende encontrar incluso en spotifail bootlegs 'oficiales'. Es graciosos el término con el que lo acompañan 'bootleg oficial', o al menos así me los he encontrado yo al buscar cosas de los grupos que me gustan.
Y debo decir que de toda mi colección, uno de mis discos más queridos es un directo piratón del primer concierto al que acudí en mi vida de un grupo que en aquellos tiempos no conocía ni el tato.
De todas formas, sigue siendo coto de melómanos (y todo es susceptible de ser abrazado por el maisntream y la misma industria)
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