HISTORIA DE UN DOPPELGÄNGER
“Subvierte el paradigma dominante... ¡Darwin!”
La lucha de clases no sólo definió la conflictividad social durante gran parte de los dos últimos siglos. De alguna manera también contribuyó a “estructurar” la sociedad y hacerla legible, distribuyendo los campos del antagonismo y sus coordenadas, la posición de los adversarios y sus identidades, los términos infalibles en los que podía leerse la realidad (alienación, conciencia, explotación, contradicción, etc.). Ironías de la historia que el pensamiento dialéctico trataba de desentrañar, reforzándolas a su modo.
Hace ya algún tiempo que todo eso llegó a término. Pero el fin de la lucha de clases no significa que se acabara la desigualdad, la explotación o la división social, como quisiera hacernos creer la cultura consensual (la democracia-mercado como fin de la historia). Significa más bien la derrota irreversible uno de los contendientes en liza, la clase obrera, que durante un segundo tocó el cielo mediante sus luchas: la destrucción de las mismas estructuras sociales que definían al proletariado como proletariado. Entonces supimos que el Apocalipsis no era la lucha de clases, sino más bien su desaparición. Junto con la misma realidad, saltaron por los aires todas las brújulas, los aparatos de medición,
los mapas y las escalas. El mundo se volvió salvaje, disperso, confuso, indescifrable, deforme. Aparecieron entonces auténticos monstruos, imposibilidades lógicas pero bien reales que desafían toda razón, toda coherencia, toda previsión. Uno de esos monstruos imposibles es el objeto de este libro.
Thomas Frank lo llama “Contragolpe” [uno de cuyos ecos es sin duda el denominado "Tea Party"]. Es un cambio sísmico, un movimiento telúrico, la reacción violenta de placas tectónicas, un contraimpulso: la “revolución conservadora” que empezó hace más de tres décadas en EEUU, no precisamente un lugar sin consecuencias en el mundo globalizado. Su resultado más visible es la transformación del Partido Republicano en “heraldo de los más pobres”. No se trata sólo de que el Partido Republicano se proclame desde hace algún tiempo “defensor de la gente corriente” y “del hombre común”, sino de que efectivamente una parte muy significativa de las clases populares lo apoye entusiasta y activamente, cavando así más y más hondo su propia tumba.
La máquina de guerra republicana es una paradoja andante: promueve el neoliberalismo salvaje y apela a valores sustantivos (“El buen republicano es leal, honesto y muy cristiano”) ¡que el mismo neoliberalismo socava! Privatiza todos los recursos comunes y manipula más tarde el miedo al desarraigo y la desposesión. Fomenta la precarización generalizada de la vida y lamenta luego la pérdida de referentes. Critica la “decadente” industria cultural y hace un uso hiper-sofisticado de las nuevas tecnologías. Da la vuelta a la lucha de clases: todos los conflictos que antes se inscribían en el contexto de estructuras políticas, sociales y económicas ahora se codifican como “conflictos culturales” (cultural wars) que oponen “buenos americanos” y “arrogante élite progresista”. La propaganda republicana traduce la percepción de fragilidad e incertidumbre propia de la globalización en pánico social y paranoia securitaria, ofreciendo al desamparo explicaciones de su malestar, vías para darle salida, causas donde trascenderlo y enemigos contra los que dirigirlo. “Tenemos un programa: el Reino de Dios”: ¿quién da más?
¿Cómo es esto posible, qué ha pasado? Frank rechaza las respuestas fáciles sobre la “alienación de las masas” o el american way of life. Despachar a los monstruos con epítetos y etiquetas fáciles supondría creer que los viejos aparatos de medición aún funcionan, que los fantasmas terminarán por esfumarse si no les prestamos demasiada atención, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pero la mera indignación moral y la condena política son tan bienintencionadas como inútiles. Por el contrario, Frank se arriesga a sondear palmo a palmo toda la extensión del monstruo, pero haciendo zoom a partir de un punto concreto, material, afectivo: su misma tierra natal, Kansas. Allí, según el propio Frank, “el cambio es decisivo, extremo”: justo el mejor lugar para una observación radical, intrépida y encarnada. Todo lo contrario de la típica “voz en off” crítica que no sabemos de dónde sale. Este libro es un viaje personal y subjetivo al mismo centro del huracán que ha sacado de sus goznes al estado donde nació y creció el autor, la tierra que critica apasionadamente porque ama apasionadamente.
De hecho, uno se pregunta en ciertos pasajes del libro si de alguna manera Thomas Frank no ama al monstruo. Tal y como se quiere a un hijo descarriado. Eso explicaría un punto de ternura en cierto humor, su consideración ante la devoción de los activistas ultraconservadores, su percepción vívida e inmediata de la potencia de movilización del Contragolpe, sus momentos de admiración hacia la capacidad ultraconservadora de desafiar los consensos establecidos, lo políticamente correcto. Y es que no se trata de un monstruo cualquiera, sino más específicamente de un Doppelgänger, la figura del “hermano gemelo malvado” tan presente en la mitología, el cine o la literatura. Pero, ¿un doble de quién? Por supuesto, de la antigua “izquierda emancipadora”. Como ella, apela a los pobres, moviliza su “odio de clase”, reivindica contra la “tiranía de los expertos” el imaginario (tan americano) que habla de comunidad, destrezas manuales y “power to the people”, rechaza el lenguaje terapéutico de la realización personal y construye mitos que galvanizan voluntades e incitan a la lucha colectiva... ¡pero todo ello sólo para reivindicar finalmente que bajen los impuestos a los más ricos!
El Doppelgänger en España
¿Resonancias o traducciones literales? Es la pregunta que martillea en la cabeza de uno durante la lectura del libro de Frank. ¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta ultraconservadora en Kansas nos suene tantísimo a lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, a la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los malestares sociales y una mayor capacidad de producir realidad? Es otra de las motivaciones que nos ha animado a publicar este libro.
La respuesta fácil también se ha negado aquí a medir la verdadera profundidad del fenómeno: la etiqueta de “neo-fascismo” servía para pre-comprender la situación y librarse así de tener que acercarse a ver o pensar por uno mismo. Recordemos la actitud del Grupo Prisa frente a las “tesis conspiranoicas” sobre el 11-M: ni siquiera las mencionó durante más de dos años, como si la “sinrazón” fuese a disiparse por sí sola como un mal sueño. Pero la bola de nieve fue ya insoslayable cuando el portavoz del gobierno tuvo que responder en el Congreso de los Diputados a preguntas del PP sobre la factura del atentado. ¡Responder a unas preguntas que llevaban un subtexto conocido por todos: el 11 de marzo fue un golpe de Estado para derribar al PP cuyo precio político se concretaría más tarde en la negociación entre el PSOE y ETA! La nueva derecha llega lejos, pero el verdadero problema es que el mundo la sigue.
El mismo PP hacía esas preguntas empujado por una base social movimientista creada en sus márgenes a la que esperaba instrumentalizar y desactivar en su momento. La sorpresa de Rajoy cuando decidió virar el barco tras las elecciones de 2008 fue mayúscula. No se esperaba que hubiera tanta gente dispuesta a hacer pagar a “Maricomplejines” su cálculo electoralista de rebajar el perfil de la “guerra ideológica”: compárese lo ocurrido con el capítulo “ultraconservadores contra moderados” del libro de Frank.
El Doppelgänger ha doblado la “cultura de movimiento” típica de la izquierda emancipadora de otros tiempos. Algo impensable para los viejos popes de la cultura consensual, demasiado acostumbrados a manipular y, por ende, a ver manipulaciones por todos lados. Por ejemplo, ver al partido político tirando de los hilos de los medios de comunicación y las organizaciones. Pero la relación entre conglomerados mediáticos (Cope, El Mundo, Libertad Digital), estructuras organizativas (Iglesia, AVT, Peones Negros), think tanks (FAES), base social y partido es de nuevo tipo. Está por investigar y describir. Tal y como explica Frank: “en la izquierda es común definir el Contragolpe como un asunto estrictamente vertical donde los predicadores republicanos congregan en una última campaña desesperada a un segmento de la población en retroceso demográfico. Pero lo que han llevado a cabo los republicanos de Wichita debería desterrar ese mito para siempre. Proclamaron su credo combatiente a cada habitante de la ciudad, agudizando las diferencias, monopolizando al electorado, implicando a todo el mundo. Gietzen y compañía no sólo querían los votos de Wichita sino su participación. Iban a cambiar el mundo”.
Podríamos mencionar las masivas movilizaciones contra el matrimonio gay o la negociación con ETA. La batalla contra el aborto en Madrid o la desobediencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Pero tal vez la historia de los “Peones Negros” sea el relato sobre Doppelgängers más significativo en España. El colectivo de los Peones Negros surgió en torno al blog Enigmas del 11-M que gestiona Luis del Pino, uno de los periodistas que investigan los posibles “agujeros negros” en la investigación sobre los atentados de Madrid. En su afán por denunciar que el 11-M fue un golpe de Estado fruto de una conspiración, los Peones Negros llegaron a autoorganizarse en el terreno de lo virtual para leer el voluminoso sumario en busca de esos “agujeros”. Y además se autoconvocaron también físicamente los días 11 de cada mes para celebrar en distintas ciudades españolas concentraciones en las que piden que se sepa “toda la verdad” sobre los atentados. Para ello se apropiaron uno por uno de los símbolos y las consignas más importantes de las movilizaciones tras el 11-M: “todos íbamos en ese tren”, “queremos la verdad”, las velas, el antiguo santuario de Atocha, donde se celebran las concentraciones, etc.
La nueva derecha es también una reacción horizontal y desde abajo que, en lugar de abrir preguntas críticas sobre la sociedad en que vivimos, captura la rabia en el tablero de ajedrez de la política-espectáculo. En Estados Unidos, el tablero de ajedrez son “Las dos Américas”: los estados que votan a los demócratas y los estados que votan a los republicanos. Da igual por ejemplo que los índices más altos de divorcios se encuentren en los estados que votan masivamente a los republicanos, es decir, los estados “morales” de la “América buena”. Aquí, la propaganda de la nueva derecha manipula con mucha eficacia el imaginario victimista de “Las dos Españas”. “España se rompe” y, con ella, la igualdad constitucional de los españoles (“¡Viva 1812!” grita Esperanza Aguirre). La responsibilidad apunta exclusivamente a la presión centrífuga de los nacionalistas periféricos (con la “complicidad” de la izquierda). No encontraremos ni por asomo el menor análisis sobre cómo el contexto de globalización capitalista hace trizas los atributos clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, ejército, cultura...
La revuelta de la derecha populista ocupa el vacío de lo político y el vacío de las calles. Tanto en Estados Unidos como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos “postpolíticos” de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE “vive fuera de la realidad”, sin contacto con “los verdaderos problemas de la gente“, “los españoles corrientes que trabajan”. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP, la corbata de Miguel Sebastián, la regañina a Rouco Varela, los “palabros” de Bibiana Aído, la sonrisa de Leire Pajín, Chacón embarazadísima como ministra de Defensa, el puño en alto y la Internacional en el Congreso... Así no es de extrañar que las frustraciones cotidianas sintonicen mejor con la onda agresiva de la nueva derecha que con el “talante” soporífero de la izquierda retórica. ¡Si la política es espectáculo que al menos tenga algo de acción! Eso lo sabe muy bien el equivalente español del agitador de las ondas Rush Limbaugh.
La nueva derecha instrumentaliza malestares reales que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo, que no elaboran una voz propia. Explota la victimización y a su vez revictimiza. Anger is an energy.
Diagnóstico sin remedio
La fuerza del Contragolpe está lejos de haberse agotado. Su existencia no depende de (...) elecciones presidenciales en EEUU, aunque las atraviese y las sobredetermine (¿concentrándose tal vez en la figura de la vicepresidenta Palin?). Surge de “factores sociales volcánicos” (fin de la forma clásica de lucha de clases, desbocamiento del capital) que van más allá de cualquier coyuntura electoral. Frank demuestra muy claramente que el Contragolpe no puede ganar, que su batalla es imposible (¿prohibir Hollywood?). Por eso mismo tampoco tiene fin. No sólo quiere alterar las leyes y la política macro, sino también afectar a los modos de vida.
¿Cómo luchar contra él? “Politizar la economía” sería la respuesta general de Frank, pero cuando habla del Partido Demócrata confiesa que las herramientas clásicas de esa politización están agotadas, que son ya parte del problema. (...) Otro parecido más con España. ¿Entonces? Este libro no se propone tanto prescribir un remedio concreto, como observar lo más profunda e íntimamente posible el mal. A partir de los detalles más (supuestamente) nimios de la vida cotidiana en Kansas. Sus análisis sobre el Contragolpe pueden declinarse luego en múltiples direcciones, de ello es un ejemplo el ensayo de Žižek que cierra este libro. ¿Acaso es precisamente al trasluz de la reflexión vivida del Contragolpe –sus teóricos, sus activistas de base, sus dirigentes, su geografía desolada, su imaginario de batalla– como pueden hallarse indicios para devolver la vida a los proyectos de emancipación social?
A. F-S.
Acuarela Libros
Septiembre 2008
Ilustración: Acacio Puig
Traducción: Mireya Hernández Pozuelo
Este texto es un fragmento de un libro que estamos relanzando, ¿Qué pasa con Kansas? - Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank, uno de los análisis que mejor explica de dónde surge la fuerza movilizadora del Tea Party y por qué la izquierda ya no entiende (ni sintoniza con) la furia de la gente común.
Más textos sobre el Tea Party y material de Thomas Frank:
El Antipapa toma té
Las lecciones desaprendidas de la crisis
Arrasa el Tea Party: ¿Qué pasa con EE.UU.? (fragmento)
Nueva derecha y malestar social (blog en Público)
La ultraderecha ha robado el lenguaje a la izquierda (entrevista con Thomas Frank)
Licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.5 España
La lucha de clases no sólo definió la conflictividad social durante gran parte de los dos últimos siglos. De alguna manera también contribuyó a “estructurar” la sociedad y hacerla legible, distribuyendo los campos del antagonismo y sus coordenadas, la posición de los adversarios y sus identidades, los términos infalibles en los que podía leerse la realidad (alienación, conciencia, explotación, contradicción, etc.). Ironías de la historia que el pensamiento dialéctico trataba de desentrañar, reforzándolas a su modo.
Hace ya algún tiempo que todo eso llegó a término. Pero el fin de la lucha de clases no significa que se acabara la desigualdad, la explotación o la división social, como quisiera hacernos creer la cultura consensual (la democracia-mercado como fin de la historia). Significa más bien la derrota irreversible uno de los contendientes en liza, la clase obrera, que durante un segundo tocó el cielo mediante sus luchas: la destrucción de las mismas estructuras sociales que definían al proletariado como proletariado. Entonces supimos que el Apocalipsis no era la lucha de clases, sino más bien su desaparición. Junto con la misma realidad, saltaron por los aires todas las brújulas, los aparatos de medición,
los mapas y las escalas. El mundo se volvió salvaje, disperso, confuso, indescifrable, deforme. Aparecieron entonces auténticos monstruos, imposibilidades lógicas pero bien reales que desafían toda razón, toda coherencia, toda previsión. Uno de esos monstruos imposibles es el objeto de este libro.
Thomas Frank lo llama “Contragolpe” [uno de cuyos ecos es sin duda el denominado "Tea Party"]. Es un cambio sísmico, un movimiento telúrico, la reacción violenta de placas tectónicas, un contraimpulso: la “revolución conservadora” que empezó hace más de tres décadas en EEUU, no precisamente un lugar sin consecuencias en el mundo globalizado. Su resultado más visible es la transformación del Partido Republicano en “heraldo de los más pobres”. No se trata sólo de que el Partido Republicano se proclame desde hace algún tiempo “defensor de la gente corriente” y “del hombre común”, sino de que efectivamente una parte muy significativa de las clases populares lo apoye entusiasta y activamente, cavando así más y más hondo su propia tumba.
La máquina de guerra republicana es una paradoja andante: promueve el neoliberalismo salvaje y apela a valores sustantivos (“El buen republicano es leal, honesto y muy cristiano”) ¡que el mismo neoliberalismo socava! Privatiza todos los recursos comunes y manipula más tarde el miedo al desarraigo y la desposesión. Fomenta la precarización generalizada de la vida y lamenta luego la pérdida de referentes. Critica la “decadente” industria cultural y hace un uso hiper-sofisticado de las nuevas tecnologías. Da la vuelta a la lucha de clases: todos los conflictos que antes se inscribían en el contexto de estructuras políticas, sociales y económicas ahora se codifican como “conflictos culturales” (cultural wars) que oponen “buenos americanos” y “arrogante élite progresista”. La propaganda republicana traduce la percepción de fragilidad e incertidumbre propia de la globalización en pánico social y paranoia securitaria, ofreciendo al desamparo explicaciones de su malestar, vías para darle salida, causas donde trascenderlo y enemigos contra los que dirigirlo. “Tenemos un programa: el Reino de Dios”: ¿quién da más?
¿Cómo es esto posible, qué ha pasado? Frank rechaza las respuestas fáciles sobre la “alienación de las masas” o el american way of life. Despachar a los monstruos con epítetos y etiquetas fáciles supondría creer que los viejos aparatos de medición aún funcionan, que los fantasmas terminarán por esfumarse si no les prestamos demasiada atención, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pero la mera indignación moral y la condena política son tan bienintencionadas como inútiles. Por el contrario, Frank se arriesga a sondear palmo a palmo toda la extensión del monstruo, pero haciendo zoom a partir de un punto concreto, material, afectivo: su misma tierra natal, Kansas. Allí, según el propio Frank, “el cambio es decisivo, extremo”: justo el mejor lugar para una observación radical, intrépida y encarnada. Todo lo contrario de la típica “voz en off” crítica que no sabemos de dónde sale. Este libro es un viaje personal y subjetivo al mismo centro del huracán que ha sacado de sus goznes al estado donde nació y creció el autor, la tierra que critica apasionadamente porque ama apasionadamente.
De hecho, uno se pregunta en ciertos pasajes del libro si de alguna manera Thomas Frank no ama al monstruo. Tal y como se quiere a un hijo descarriado. Eso explicaría un punto de ternura en cierto humor, su consideración ante la devoción de los activistas ultraconservadores, su percepción vívida e inmediata de la potencia de movilización del Contragolpe, sus momentos de admiración hacia la capacidad ultraconservadora de desafiar los consensos establecidos, lo políticamente correcto. Y es que no se trata de un monstruo cualquiera, sino más específicamente de un Doppelgänger, la figura del “hermano gemelo malvado” tan presente en la mitología, el cine o la literatura. Pero, ¿un doble de quién? Por supuesto, de la antigua “izquierda emancipadora”. Como ella, apela a los pobres, moviliza su “odio de clase”, reivindica contra la “tiranía de los expertos” el imaginario (tan americano) que habla de comunidad, destrezas manuales y “power to the people”, rechaza el lenguaje terapéutico de la realización personal y construye mitos que galvanizan voluntades e incitan a la lucha colectiva... ¡pero todo ello sólo para reivindicar finalmente que bajen los impuestos a los más ricos!
El Doppelgänger en España
¿Resonancias o traducciones literales? Es la pregunta que martillea en la cabeza de uno durante la lectura del libro de Frank. ¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta ultraconservadora en Kansas nos suene tantísimo a lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, a la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los malestares sociales y una mayor capacidad de producir realidad? Es otra de las motivaciones que nos ha animado a publicar este libro.
La respuesta fácil también se ha negado aquí a medir la verdadera profundidad del fenómeno: la etiqueta de “neo-fascismo” servía para pre-comprender la situación y librarse así de tener que acercarse a ver o pensar por uno mismo. Recordemos la actitud del Grupo Prisa frente a las “tesis conspiranoicas” sobre el 11-M: ni siquiera las mencionó durante más de dos años, como si la “sinrazón” fuese a disiparse por sí sola como un mal sueño. Pero la bola de nieve fue ya insoslayable cuando el portavoz del gobierno tuvo que responder en el Congreso de los Diputados a preguntas del PP sobre la factura del atentado. ¡Responder a unas preguntas que llevaban un subtexto conocido por todos: el 11 de marzo fue un golpe de Estado para derribar al PP cuyo precio político se concretaría más tarde en la negociación entre el PSOE y ETA! La nueva derecha llega lejos, pero el verdadero problema es que el mundo la sigue.
El mismo PP hacía esas preguntas empujado por una base social movimientista creada en sus márgenes a la que esperaba instrumentalizar y desactivar en su momento. La sorpresa de Rajoy cuando decidió virar el barco tras las elecciones de 2008 fue mayúscula. No se esperaba que hubiera tanta gente dispuesta a hacer pagar a “Maricomplejines” su cálculo electoralista de rebajar el perfil de la “guerra ideológica”: compárese lo ocurrido con el capítulo “ultraconservadores contra moderados” del libro de Frank.
El Doppelgänger ha doblado la “cultura de movimiento” típica de la izquierda emancipadora de otros tiempos. Algo impensable para los viejos popes de la cultura consensual, demasiado acostumbrados a manipular y, por ende, a ver manipulaciones por todos lados. Por ejemplo, ver al partido político tirando de los hilos de los medios de comunicación y las organizaciones. Pero la relación entre conglomerados mediáticos (Cope, El Mundo, Libertad Digital), estructuras organizativas (Iglesia, AVT, Peones Negros), think tanks (FAES), base social y partido es de nuevo tipo. Está por investigar y describir. Tal y como explica Frank: “en la izquierda es común definir el Contragolpe como un asunto estrictamente vertical donde los predicadores republicanos congregan en una última campaña desesperada a un segmento de la población en retroceso demográfico. Pero lo que han llevado a cabo los republicanos de Wichita debería desterrar ese mito para siempre. Proclamaron su credo combatiente a cada habitante de la ciudad, agudizando las diferencias, monopolizando al electorado, implicando a todo el mundo. Gietzen y compañía no sólo querían los votos de Wichita sino su participación. Iban a cambiar el mundo”.
Podríamos mencionar las masivas movilizaciones contra el matrimonio gay o la negociación con ETA. La batalla contra el aborto en Madrid o la desobediencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Pero tal vez la historia de los “Peones Negros” sea el relato sobre Doppelgängers más significativo en España. El colectivo de los Peones Negros surgió en torno al blog Enigmas del 11-M que gestiona Luis del Pino, uno de los periodistas que investigan los posibles “agujeros negros” en la investigación sobre los atentados de Madrid. En su afán por denunciar que el 11-M fue un golpe de Estado fruto de una conspiración, los Peones Negros llegaron a autoorganizarse en el terreno de lo virtual para leer el voluminoso sumario en busca de esos “agujeros”. Y además se autoconvocaron también físicamente los días 11 de cada mes para celebrar en distintas ciudades españolas concentraciones en las que piden que se sepa “toda la verdad” sobre los atentados. Para ello se apropiaron uno por uno de los símbolos y las consignas más importantes de las movilizaciones tras el 11-M: “todos íbamos en ese tren”, “queremos la verdad”, las velas, el antiguo santuario de Atocha, donde se celebran las concentraciones, etc.
La nueva derecha es también una reacción horizontal y desde abajo que, en lugar de abrir preguntas críticas sobre la sociedad en que vivimos, captura la rabia en el tablero de ajedrez de la política-espectáculo. En Estados Unidos, el tablero de ajedrez son “Las dos Américas”: los estados que votan a los demócratas y los estados que votan a los republicanos. Da igual por ejemplo que los índices más altos de divorcios se encuentren en los estados que votan masivamente a los republicanos, es decir, los estados “morales” de la “América buena”. Aquí, la propaganda de la nueva derecha manipula con mucha eficacia el imaginario victimista de “Las dos Españas”. “España se rompe” y, con ella, la igualdad constitucional de los españoles (“¡Viva 1812!” grita Esperanza Aguirre). La responsibilidad apunta exclusivamente a la presión centrífuga de los nacionalistas periféricos (con la “complicidad” de la izquierda). No encontraremos ni por asomo el menor análisis sobre cómo el contexto de globalización capitalista hace trizas los atributos clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, ejército, cultura...
La revuelta de la derecha populista ocupa el vacío de lo político y el vacío de las calles. Tanto en Estados Unidos como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos “postpolíticos” de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE “vive fuera de la realidad”, sin contacto con “los verdaderos problemas de la gente“, “los españoles corrientes que trabajan”. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP, la corbata de Miguel Sebastián, la regañina a Rouco Varela, los “palabros” de Bibiana Aído, la sonrisa de Leire Pajín, Chacón embarazadísima como ministra de Defensa, el puño en alto y la Internacional en el Congreso... Así no es de extrañar que las frustraciones cotidianas sintonicen mejor con la onda agresiva de la nueva derecha que con el “talante” soporífero de la izquierda retórica. ¡Si la política es espectáculo que al menos tenga algo de acción! Eso lo sabe muy bien el equivalente español del agitador de las ondas Rush Limbaugh.
La nueva derecha instrumentaliza malestares reales que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo, que no elaboran una voz propia. Explota la victimización y a su vez revictimiza. Anger is an energy.
Diagnóstico sin remedio
La fuerza del Contragolpe está lejos de haberse agotado. Su existencia no depende de (...) elecciones presidenciales en EEUU, aunque las atraviese y las sobredetermine (¿concentrándose tal vez en la figura de la vicepresidenta Palin?). Surge de “factores sociales volcánicos” (fin de la forma clásica de lucha de clases, desbocamiento del capital) que van más allá de cualquier coyuntura electoral. Frank demuestra muy claramente que el Contragolpe no puede ganar, que su batalla es imposible (¿prohibir Hollywood?). Por eso mismo tampoco tiene fin. No sólo quiere alterar las leyes y la política macro, sino también afectar a los modos de vida.
¿Cómo luchar contra él? “Politizar la economía” sería la respuesta general de Frank, pero cuando habla del Partido Demócrata confiesa que las herramientas clásicas de esa politización están agotadas, que son ya parte del problema. (...) Otro parecido más con España. ¿Entonces? Este libro no se propone tanto prescribir un remedio concreto, como observar lo más profunda e íntimamente posible el mal. A partir de los detalles más (supuestamente) nimios de la vida cotidiana en Kansas. Sus análisis sobre el Contragolpe pueden declinarse luego en múltiples direcciones, de ello es un ejemplo el ensayo de Žižek que cierra este libro. ¿Acaso es precisamente al trasluz de la reflexión vivida del Contragolpe –sus teóricos, sus activistas de base, sus dirigentes, su geografía desolada, su imaginario de batalla– como pueden hallarse indicios para devolver la vida a los proyectos de emancipación social?
A. F-S.
Acuarela Libros
Septiembre 2008
Ilustración: Acacio Puig
Traducción: Mireya Hernández Pozuelo
Este texto es un fragmento de un libro que estamos relanzando, ¿Qué pasa con Kansas? - Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank, uno de los análisis que mejor explica de dónde surge la fuerza movilizadora del Tea Party y por qué la izquierda ya no entiende (ni sintoniza con) la furia de la gente común.
Más textos sobre el Tea Party y material de Thomas Frank:
El Antipapa toma té
Las lecciones desaprendidas de la crisis
Arrasa el Tea Party: ¿Qué pasa con EE.UU.? (fragmento)
Nueva derecha y malestar social (blog en Público)
La ultraderecha ha robado el lenguaje a la izquierda (entrevista con Thomas Frank)
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