(fragmento de Llamamiento)
Sabemos que construir una potencia de cierta amplitud llevará tiempo. Hay muchas cosas que ya no sabemos hacer. A decir verdad, como todos los beneficiarios de la modernización y de la educación dispensada en nuestras regiones desarrolladas, ya no sabemos hacer casi nada. Incluso recoger plantas para darles un uso, ya no decorativo, sino culinario o médico, pasa hoy por arcaico cuando no, y esto es peor aún, por algo simpático.
Pero hacemos una constatación simple: cualquiera dispone de una cierta cantidad de riquezas y de saberes que el simple hecho de habitar estas regiones del viejo mundo vuelve accesibles y pueden ponerse en común.
La cuestión no es vivir con o sin dinero, robar o comprar, trabajar o no, sino utilizar el dinero que tenemos para acrecentar nuestra autonomía en relación a la esfera mercantil.
Y si preferimos robar a trabajar y autoproducir a robar, no es por problemas de pureza. Es porque los flujos de poder que acompañan a los flujos de mercancías, y el sometimiento subjetivo que condiciona el acceso a la supervivencia, son hoy exorbitantes.
Habría muchos modos inapropiados de decir lo que pretendemos: ni queremos irnos al campo ni reapropiarnos de los antiguos saberes y acumularlos. Nuestra tarea no pasa simplemente por una reapropiación de medios. Tampoco por una reapropiación de saberes. Si juntásemos todos los saberes y todas las técnicas, toda la creatividad desplegada en el campo del activismo, no obtendríamos un movimiento revolucionario. Es una cuestión de temporalidad. Una cuestión de construir las condiciones para que una ofensiva pueda alimentarse sin extinguirse, estableciendo las solidaridades materiales que le permitan sostenerse.
Creemos que no hay revolución sin constitución de una potencia material común. No ignoramos el anacronismo de esta creencia.
Sabemos que es demasiado pronto y, a la vez, demasiado tarde, y es por eso que tenemos tiempo. Hemos dejado de esperar.
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