(fragmento de Mayo del 68 y sus vidas posteriores, de Kristin Ross)
(...) fue en las actividades que abordaban directamente la cuestión de la representación del pueblo por los intelectuales –es decir, el periodismo y la historiografía–, donde continuaron realizándose nuevos experimentos en los meses y años después de Mayo del 68. Para muchos militantes de la época, la experiencia de Mayo implicaba la necesidad de insistir en el problema de la comunicación directa con los explotados y su historia y perseverar en el esfuerzo por construir nuevas formas de comprensión (y por tanto de lucha) entre grupos diferentes. Los colectivos se disolvían, se reagrupaban y adoptaban nuevas configuraciones para encontrar otros espacios y rumbos en su lucha. Los periodistas militantes que se formaron en las encuestas de fábricas como Jean-Louis Péninou, Jean-Marcel Bouguereau y Françoise Fillinger pasaron de Cahiers de Mai a un nuevo periódico radical, Libération, que comenzó con paso inestable en mayo de 1973 y fue afianzándose bajo los auspicios de Sartre; al diario se unieron militantes que habían escrito en Action, periódico que se publicó y vendió entre Mayo y Junio a un “precio mínimo” –como en otras publicaciones militantes, se podía pagar más si se deseaba– de 50 céntimos, o en el periódico maoísta La Cause de peuple, cuyo último número se publicó en septiembre de 1973. Libération, cuyo manifiesto inaugural, de orientación maoísta, proclamaba que su objetivo utópico era “ayudar al pueblo a tomar la palabra”, se consideraba, o al menos esa era la voluntad inicial de algunos de sus fundadores, como una especie de “redactor público” o colectivo: “La información viene del pueblo y vuelve al pueblo”. Para promocionar el periódico, Sartre aceptó hablar en la radio por primera vez desde la campaña de denigración emprendida por el gobierno contra el manifiesto de los 121 durante la guerra de Argelia. Durante la emisión, Sartre describió así la aspiración del periódico a la democracia directa: “Queremos que los actores de un acontecimiento sean aquellos a los que consultamos, queremos que sean ellos los que hablen”.
Michel Foucault, que participó en los primeros debates de Libération sobre las nuevas formas que necesitaba el periodismo para dar prioridad a la voz del pueblo, quería contribuir personalmente con una “crónica de la memoria de los trabajadores”. La democracia directa se aplicaba también al funcionamiento diario del periódico: las decisiones editoriales se debatían y compartían de forma colectiva; todos los trabajadores del periódico cobraban el mismo salario –1.500 francos al mes en 1974, poco más que el salario mínimo– y todos participaban por igual en las tareas de redacción y producción física. En los meses y años posteriores, Libération se convertiría en una especie de estación o punto de encuentro para cientos de militantes que trabajaron durante periodos de diversa duración en las oficinas, situadas en un barrio obrero del distrito Era, en palabras de uno de estos militantes, “una forma de no volver a los engranajes del sistema... de estar en un sitio en el que podías contribuir cotidianamente a que progresaran ciertas ideas, a dar testimonio de las luchas, defender causas”. Mientras algunos, como el director Serge July, han seguido en el periódico hasta hoy, muchos otros se fueron al estar en desacuerdo con las concesiones y cambios realizadas por la directiva a lo largo de los años; otros, como Sartre, perdieron interés en el periódico a medida que se fue convirtiendo en un medio más establecido y convencional.
Pero con independencia de lo que ocurriera después con el periódico, Libération permitía a los lectores de los primeros números, sobre todo los de las provincias, mantener el contacto con la actualidad. Libération proporcionaba una continuidad, una conexión con los recientes acontecimientos, a todos aquellos que se sentían aislados o desechados en el aterrorizador clima político del periodo post-Mayo, cuando hasta conseguir un número del periódico era difícil; constituía, en este sentido, una señal tangible de que en efecto algo había ocurrido en Mayo del 68.
(Traducción de Tomás Cobos; ilustración de Acacio Puig)
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