RUTA 66 nº 273, julio/agosto 2010
Aunque fue experto en música y clarinetista aceptable -participó en grabaciones de Joe King Oliver, Sidney Bechet y Louis Amstrong, del que llegó a ser su mejor amigo-, tuvo una vida al límite y sus proezas fueron mayores en el exterior de la música que dentro. Personaje clave en las escenas del jazz de Nueva Orleans, Chicago y Nueva York, adicto al opio, contrabandista, traficante de la mejor marihuana y camello preferido de los grandes jazzmen, Milton Mezzrow aprendió a tocar siendo adolescente encerrado en un reformatorio. Cautivado por la cultura negra y el blues, solicitó con éxito ser trasladado al pabellón de negros. Su obsesiva fijación transformó tanto su alma que llegó a creerse uno de ellos, llegando incluso a vivir en Harlem y casarse con una negra. En 1946 publicó esta biografía, una de las mejores dentro de la música. De lectura intensa, vibrante e insólita -una noche se encaró con Al Capone ante el pasmo de sus seis gorilas-, describe sus andanzas dentro del jazz de los años cuarenta, un sórdido submundo poblado por los tipos más peligrosos, salvajes, yonquis y depravados, que dejan a Sid Vicious y al punk de los setenta como una inocente congregación de carmelitas. Historia de drogas, de noches de insomnio, mucho jazz y carretera. Considerado como el libro precursor de la generación beat: cinco años después Jack Kerouac publicó “On the Road” con igual temática y con la que se identificaría toda una generación de nómadas. El jazz, dice Mezz, es música sucia y desordenada para un mundo sucio y desordenado. Perfecta reflexión y de igual validez si analizamos los tiempos que vivimos. MANUEL BETETA
ROCKDELUX 286, julio / agosto 2010
Los mejores libros “musicales” no suelen tratar solo de música sino de los entresijos humanos que la moldean, como sucedió en el caso de Crónicas, Volumen Uno de Bob Dylan o El ruido eterno de Alex Ross, y como resulta evidente también en “Really the Blues”, una de las obras esenciales de la literatura pop del siglo XX, ya publicada en 1992 por Anaya con el título de “La rabia de vivir”. Que Mezz Mezzrow (1899-1972) no fuese más que un clarinetista con un rol secundario en el hot jazz de los años veinte y treinta en Chicago y Nueva York no quita para que su crónica de aquellos años, original de 1946, no resulte reveladora y excitante para cualquier melómano más allá de sus preferencias musicales.
Mezzrow, además de uno de los traficantes de marihuana más solicitados de su época, fue un blanco judío que, con su inefable labia y carisma, y en su afán por defender la negritud como fuente primigenia de la música norteamericana y por ende la pureza del jazz de Nueva Orleans por encima de cualquier desviación, prácticamente se metamorfoseó en negro Su relato en personalísima primera persona -firmado con el escritor Bernard Wolfe (1915-1985)- estimula como las grandes novelas americanas, con la diferencia de que son figuras como Louis Amstrong, Bessie Smith, Bix Beiderbecke, Al Capone o Maurice Ravel quienes hacen correr una de las historias más grandes jamas contadas, hasta dejarnos sin aliento. FERRÁN LLAURADÓ
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