Traficante de marihuana y clarinetista pasable, ‘Mezz’ Mezzrow pasó a la historia por su autobiografía, crónica íntima y fundamental de los pioneros del jazz. Really the blues, considerada precursora de la generación ‘beat’, se edita íntegramente por primera vez en español
JESÚS MIGUEL MARCOS
La primera conclusión que el lector extraerá del libro Really the Blues es esta: cualquier cosa que nos han contado del blues es mentira. Ya no nos engañarán más. Porque el blues es un chaval negro, recostado en un colchón de cáscaras de maíz en un reformatorio de Michigan, que en mitad de una fría noche de principios de siglo XX no puede contener un gramo más de angustia y comienza a cantar: "Oohh, no voy a hacerlo más, / Oohh, no voy a hacerlo más, / Si no hubiese bebido tanto whisky / no estaría tirado en este duro suelo". Milton Mezz Mezzrow (1899-1972) era blanco, pero desde que lo encerraron en el reformatorio de Pontiac por robar un coche y escuchó los aullidos narcotizados de los negros su alma comenzó a cambiar de color.
"En más de una ocasión me vi allí tumbado, con el blues oprimiéndome el pecho, y bastó con que uno de ellos se pusiera a cantar para que el peso se disipase. Aquellos tipos sabían perfectamente qué hacer con el blues", dice Mezzrow en Really the blues (Acuarela / Antonio Machado Libros), la autobiografía que convirtió a este músico de segunda categoría en uno de los protagonistas imprescindibles del blues y el jazz de principios de siglo. Publicada originalmente en 1946 y considerada una de las grandes biografías de la historia de la música popular, Mezzrow le contó su historia al escritor Bernard Wolfe, que fue el encargado de mecanografiar una vida tan insólita como apasionante.
Really the blues es un documento único de la intrahistoria del primer jazz (Mezzrow participó en sesiones de grabación para sus amigos, gente como Louis Armstrong, Bessie Smith, Joe Oliver o Sidney Bechet), pero también una estampa de los bajos fondos de Detroit, Chicago o Nueva York, una crónica carcelaria, un tratado sobre drogas (suministraba marihuana a la escena del jazz y fue adicto al opio) y un libro de aventuras. Pero sobre todo, se trata del retrato de un peculiar personaje a medio camino entre el Roberto Benigni de La vida es bella y Forrest Gump, que se adelantó medio siglo el final del racismo.
Una extraña mutación
Porque Mezzrow, tras varios años de inmersión en el gueto de Harlem y casado con una chica negra, creía que era un negro. "Llegó verdaderamente a pensar que se le había abultado el contorno de los labios, que el pelo se le había erizado y endurecido y que su piel se había oscurecido. Se había reducido a pulpa (...) para emerger justo como lo contrario de su herencia original: un negro en estado puro", escribió Bernard Wolfe en el epílogo del libro.
Fue un personaje peculiar, entre Roberto Begnini y Forrest Gump
"¿Una escuela de música? ¿Bromeas? Aprendí a tocar el saxo en el reformatorio de Pontiac". Mezzrow se metió en la banda de música haciéndose pasar por director de orquesta y empezó de corneta, despertando a sus compañeros de pasillo con el toque de diana. Cuando en 1940 volvió a la cárcel (por error: según él, siempre era inocente), pidió que le trasladasen al pabellón de los negros porque se consideraba uno de ellos. Y lo consiguió.
Mezz (como le conocían todos, nombre que acabaría formando parte de la jerga del jazz para designar cualquier cosa inusualmente buena) no se podía contener y se unía a los reos negros cuando entonaban espirituales. "Encajé con tanta facilidad, ligándome a las distintas armonías como si fueran parte de mí, que al concluir todos se pusieron a cacarear con regocijo", cuenta Mezzrow en el libro. Un enorme joven negro llamado Red sentenció: "Parece que el chico judío sabe también de qué va el rollo".
Con su inseparable clarinete a cuestas, el músico militó en numerosos combos de jazz y se relacionó con los pioneros del género, que en Really the blues quedan retratados en su intimidad. Cuenta Mezzrow que los camareros escondían los azucareros en cuanto Joe King Oliver, músico de referencia de Louis Armstrong (le llamaba Papa Joe), entraba por la puerta. Al parecer, Oliver tenía por costumbre comprar pan después de los conciertos y entrar en cualquier cafetería para hacerse bocadillos de azúcar. "Podía comerse dos o tres barras de una tacada, con sus correspondientes azucareros", escribe Mezz.
Su músico más admirado fue, sin embargo, Louis Armstrong, del que primero fue fan y luego amigo. Dice que cuando iba a casa de Satchmo siempre lo pillaba en el baño: "Ese hombre disfrutaba realmente de su baño y su afeitado. El modo en que se afeitaba me traía a la memoria aquella ocasión en que Louis estaba tocando y yo le rocé accidentalmente. Os juro que el cuerpo entero le vibraba como una de esas máquinas de los parques de atracciones que miden cuántos voltios puedes soportar".
En el libro Really the blues, Mezzrow confirma la leyenda (negada por Louis Armstrong) sobre el origen del popular ‘scat', la improvisación donde los cantantes dicen sílabas sin sentido. "Louis nos revelaría cómo ocurrió: durante la grabación se había acercado al micrófono y había empezado a cantar su parte vocal cuando se le cayó al suelo la partitura con la letra, por lo que no le quedó otra que improvisar hasta el final", escribe sobre el tema Heebie Jeebies.
Y ‘Mezz' llegó a París
Mezzrow es un experto en música y lo demuestra escribiendo páginas exquisitas sobre sus gustos y sus formaciones favoritas. En su carrera como músico tocó en varias orquestas y llegó a hacer giras por Europa. Muchos parisinos descubrieron a Louis Armstrong gracias a él: "Las compañías discográficas, en aquellos tiempos, ocultaban al mundo esta música maravillosa. Los discos de los grandes artistas de jazz negros siempre se presentaban por separado, bajo la nominación de música racial".
Tras vivir varios años en Harlem, ‘Mezz’ creía que era de verdad negro
Mezz terminaría convenciendo a los taquilleros de un teatro parisino para que pusieran por los altavoces de la marquesina la versión de Ain't misbehavin' de Fats Waller ("provocó en la calle un atasco de varias manzanas") e introdujo en el estilo hot a un jovencito Hughes Panassié. Años después, este impulsaría los famosos Hot Clubs de Francia, que llegarían a extenderse por todo el mundo.
En Really the blues se intuyen rasgos de los escritores de la generación beat, que publicarían sus primeras obras una década después. Mezzrow también habla de drogas minuciosamente y en primera persona: suministraba marihuana a los músicos y terminó enganchado al opio. Sin embargo, si los beats se caracterizaban por la falta de escrúpulos y la laxitud de valores, en Mezzrow encontramos un ser humano entrañable, extremadamente vital y con especial sensibilidad hacia los parias. Como dijo Henry Miller, Really the blues "expresa un mensaje vigoroso y vital de alegría sin adulterar".
El día que Mezz mandó callar a Al Capone
Cuando llegó a Chicago, Mezz Mezzrow y su banda comenzaron trabajando en el Arrowhead Inn, establecimiento controlado por el sindicato de Al Capone. El hermano pequeño de Al, Mitzi, solía pasarse por el local para evitar sabotajes a la hora de recibir los cargamentos de bebida. Mitzi tenía solo 18 años y no tardó en enamorarse de una de las cantantes, Lillian, algo que no hacía mucha gracia a su hermano Al.
Una noche, el jefe de la mafia acudió al local para darle un mensaje a Mezzrow: "Despide a esa chica. Échala de aquí. Si vuelvo a oír que siguen juntos te vas tú detrás de ella". Lejos de despedirla, el clarinetista la defendió como una de las mejores artistas del local. Cuando Capone le dijo que ni siquiera sabía cantar, Mezzrow le gritó: "¿Que no sabe cantar? ¡Bah! Ni siquiera podrías distinguir un buen whisky por su aroma, ni aún tratándose de tu propia estafa, ¿cómo te atreves a hablarme a mí de música?".
Fue en ese momento cuando Mezz se percató de que estaba hablando con un hombre rodeado por seis matones. Pero el mafioso reaccionó con una carcajada: "¿Habéis visto al profesor? Ja, ja, ja. El chaval los tiene bien puestos". Y desde entonces, todos conocieron a Mezz como el profesor. Todo esto, por supuesto, es sólo la versión del clarinetista.
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