Alfaguara publica El Cuaderno de Bento, de John Berger

El Cuaderno de Bento, de John Berger, es un libro que nos hubiera encantado publicar (envidia sana). Combina ilustaciones de Berger, citas de Spinoza, y reflexiones sobre el acto de dibujar, sobre política, historia, sobre encuentros, sobre las vidas ordinarias de las personas a su alrededor, sobre mirar más allá de la superficie de las cosas. En un momento como el actual, de aparente derrota en tantos frentes, alienta el deseo de ponerse en pie y protestar, de no callar y ser conscientes. Tan solo por los dibujos de Berger ya merece la pena. Ahí va uno de muestra.

HAPPY BIRTHDAY, Mr. CASH.

Hoy nuestro querido Hombre de Negro habría cumplido 81 años. Celebramos nuestra irremediable orfandad (sniff) con una pequeña colección de once fotos raras. Happy Birthday, Mr. Cash!






Segunda Edición de EL CANTANTE DE GOSPEL

Desde aquí queremos agradecer a todos nuestros lectores el apoyo y el entusiasmo que han hecho que esta misma semana entre en imprenta la segunda edición (¡en menos de tres meses!) de El cantante de gospel la ópera prima de Harry Crews. Ni qué decir tiene que estamos muy contentos y muy animados para seguir adelante con nuestra Biblioteca Crews. ¡Muchas gracias, amigos!



GRUPO SALVAJE Capítulo III.



El quinteto madrileño Grupo Salvaje, que tanto nos ha acompañado en estos últimos años y que ha colaborado con nosotros en las presentaciones de las obras de Cash, Crews y Rotten, presentará su tercer álbum ‘III’, el 16 de febrero en la sala El Sol de Madrid, dentro del ciclo Los Conciertos Sublimes y coincidiendo con el inicio de las celebraciones del vigésimo aniversario del sello discográfico Acuarela. A continuación os ofrecemos el texto que les ha escrito nuestro editor Javier Lucini para la presentación del disco.

"Ha pasado mucho tiempo, pero la espera ha merecido la pena. Desde el 2006 de su Aquí hay dragones, se han cartografiado muchas de esas zonas oscuras que señalaron en el mapa y al adentrarse, con esa férrea voluntad de náufragos de la que siempre han hecho gala estos incorregibles Salvajes, han descubierto que o bien tales dragones no eran tales, o bien lo eran pero no para tanto. 

Desde creer en el negro a señalar dragones, dos avatares de un mismo sentimiento que podría definirse sencillamente como “aventurero” (lo que ya es muy de agradecer en un mercado de calma chicha y naves asfixiadas por el acomodo y el amilanamiento), también hubo un largo paréntesis. No quiere decir esto (dicho sea entre paréntesis) que hayan estado en reserva o en compás de espera. La travesía, como entonces, ha continuado y han sucedido cosas. Catarsis apocalíptica en un local de ensayo (que es de lo que va VII, según ellos mismos confiesan, la última letra compuesta para este nuevo, esperadísimo disco). Los argonautas se han desembarazado de viejos lastres, han campeado motines y deserciones, han sorteado espejismos y tempestades, alguno hasta se ha casado en uno de los ocasionales desembarcos, pero en ningún momento han bajado la guardia. Han seguido atesorando botines en nuevos abordajes y la tripulación se ha fortalecido (o quizá haya terminado de enloquecer). 

La mutación que más llama la atención ha sido de lo más reptil. Y, al mismo tiempo, de lo más valiente. New Skin For the Old Ceremony”, por citar a uno de sus sempiternos referentes, Mr. Cohen. Algo que ya había hecho antes El Hijo, productor de sus dos travesías anteriores, sin zozobrar. El caso es que han dejado atrás la piel del inglés y se han lanzado a la peripecia del castellano sin que la nave se escore ni rechinen los cabestrantes. Todo lo contrario. Con permiso esta vez de Jean Rhys, sin traicionarse a sí mismos, han dejado atrás el “ancho mar de los Sargazos” en el que muy bien podrían haberse quedado varados, en brazos de dudosas sirenas, y han salido bien airosos de la titánica empresa. 

Esa bestia de Conrad que inspiró la primera versión de la letra de De Hornos al fin del mundo, según nos cuenta Ernesto González, líder del grupo, ese dragón (no Ernesto, que también, sino la susodicha bestia del cuento de Conrad), bien podría tomarse como metáfora de la nueva lengua adoptada por el grupo para lanzar sus mensajes de náufrago (lengua materna en cualquier caso, Amor de Madre tatuado en el brazo), un Cabo de Hornos, el peor escenario posible para naufragar, en el que, sin embargo, estos marineros crepusculares cometen la osadía y la impertinencia de no hacerlo.

En Regreso a Tsalal, con ecos de los Byrds y los Beatles, recorren con Verne el rastro perdido de Arthur Gordon Pym (lo cual es ya, de por sí, una declaración de principios), para volver a sufrir gustosamente el Tormento de hallarse lejos de casa, solaz y terapéutica de taberna portuaria, que entona ese Jonás de las Manos Sucias, primo hermano de Cash, que nos arroja a la cara un blues de pecado, culpa y redención. 
Cartel de J.C.Esteban (Enviudador)



De nuevo la Balada Triste de Cable Hogue (de nuevo Peckinpah) esta vez en Su Abismo, con esa cosa tan de western anochecido, de ocaso, en el que las bocinas de los primeros automóviles sustituyen a los relinchos de todos los hermosos caballos y el viejo vaquero se queda atrás, desubicado, preguntándose qué demonios ha sucedido. Y atreverse a salir de nuevo en busca del Leviatán, que parece haber sido siempre la obsesión de estos insensatos. La quimera de Moby Dick, de dibujar cualquier cosa en el horizonte antes de que alguien, una abuela de la Extremadura de posguerra (por ejemplo), venga a decirte que Te has quedado para vestir santos, u opte uno por decir aDiós queriendo contar una ejecución a lo Ambrose Bierce y que le salga, sin querer, la crónica de un suicidio… 

El caso es que Grupo Salvaje lo ha vuelto a hacer. Gonzalo Valle Inclán (Hammond y piano), Nano Hernández (bajo, percusiones y coros), Carlos Perino (batería, percusiones y coros), Pepe Hernández (guitarra acústica y eléctrica, solista y rítmica, harmónica, teclados y coros), Oscar Feito (guitarra eléctrica, mandolina, teclados, percusiones y coros) y Ernesto González (guitarra acústica y eléctrica de 6 y 12 cuerdas, rítmica y solista, autoharp, mandolina, theremin, teclados, voz y coros), han logrado que esta larga Vigilia de Pentecostés, disidente y pistolera, haya merecido la pena. 

Y al final siempre nos quedará ese elegíaco narrador del Cabo de Hornos, agonizando en la calma, tarareando el Vals de las olas contadas. Un último vals, por cierto, que nos recuerda a aquella inmortal película, no menos elegíaca, en la que Scorsese documentó la disolución de The Band: Rick Danko jugando al billar. Scorsese le pregunta de qué va el juego. Rick Danko responde: "The object is to keep your balls on the table and knock everybody else's off...". Estos tipos lo hacen. Después de escuchar su nuevo disco uno no tiene ya ganas de escuchar otra cosa".

Javier Lucini.


Philip Larkin, Fabián Casas y El Bocadillo de Delfor

Encontramos esta fantástica reseña de Jill (Lumen) de Philip Larkin (autor de quien publicamos su libro de poemas El barco del norte) en el libro de ensayos Breves Apuntes de Autoayuda (Santiago Arcos Editor, PARABELLUM), de Fabián Casas, adictivo autor argentino de quien los camaradas de Alpha Decay han publicado ya en nuestro país Los Lemmings y otros y Ocio.

El Bocadillo de Delfor.
por Fabián Casas.

¿Qué pensarían de un tío viejo y solterón que se la pasa diciendo que los libros son pura mierda y que Picasso, Joyce y Miles Davis representan la enfermedad de nuestra civilización? Y qué haríamos si descubrimos que en el cajón de la cómoda nuestro tío impresentable guardaba poemas hermosos que había escrito después de cenar y lavar los platos. Bueno, ese tío existió y se llamó Philip Larkin, tal vez el mayor poeta inglés posterior a Auden, si es que estos podios le sirven a alguien. Larkin fue un filisteo conservador. Por lo cual tenía pocos amigos y pasó casi toda su vida trabajando como bibliotecario en la universidad de Hull. Solitario, describió su british way of life de esta manera: "Mi vida es tan simple como puedo. Trabajar todo el día. Cocinar, comer, lavar los platos, hablar por teléfono, beber, televisión por las noches. Casi nunca salgo. Supongo que todo el mundo procura ignorar el paso del tiempo: algunos hacen muchas cosas, están un año en California y en Japón el año siguiente, y después está lo que hago yo: hacer lo mismo exactamente todos los días y todos los años. Probablemente ninguna de las dos maneras sirva". Como un gusano de seda de clase media, segregó unos pocos libros de poemas que hablan sobre la vida ordinaria sin ningún tipo de epifanía: una mujer que hojea su libro de fotos y mira su época de juventud, gente reunida en una iglesia o esperando la muerte en los pasillos de un hospital. Si uno no es un superhéroe, un movilero de CQC o una estrella del rock, puede comprender de qué habla la poesía de Philip Larkin: de la vida que llevamos entre el nacimiento y el ocaso. Por eso sorprendió que con la publicación de sus poemas completos estos se volvieran un hit con casi treinta y cinco mil ejemplares vendidos a los dos meses de publicarse. Su poesía, casi toda traducida en España y que se consigue a veces en nuestro país, fue lo que le dio renombre en el mundo. Pero también escribió sobre jazz y recopiló en un libro sus artículos de diatribas constantes contra el free jazz "esa estupidez" y contra la experimentación musical que llegó con Miles Davis, Charlie Parker y John Coltrane, entre otros. Larkin detestaba la vanguardia porque abría una grieta insalvable entre el artista y el público y que llevó, según sus palabras, a que se "hayan pintado retratos con ambos ojos en el mismo lado de la nariz o escrito novelas caóticas donde los personajes se sientan en cubos de basura".

Dios es un paria que recorre el sur


Reseña de Ramón Calandria en DIAGONAL.

El cantante de góspel, de Harry Crews, nos introduce en el sur estadounidense, un terreno abonado para la literatura de los desposeídos.

Enigma, en el Estado de Georgia, era una calle sin salida. Atentos al sutil espoiler, o chafatramas, en la primera frase de El cantante de góspel, una novela de Harry Crews (1935-2012) publicada en castellano por Acuarela. El título y esa primera frase nos ponen en la rampa de salida de la crónica de un par de días en ese pueblo, uno de esos lugares del que todo el mundo quiere huir. Polvo, sudor y hierro el de las horcas que la white trash carga por si se tercia una turbamulta violenta, el intenso olor de los animales de granja, hasta (casi) la segregación entre blancos y negros, todo eso desaparece cuando canta el cantante de góspel.
Sarah Anne Lloyd
Deduce KikoAmat en el prólogo del libro que ese serafín, de bucles dorados y una voz capaz de obrar milagros (¿o no?), se trata en realidad de Elvis, ya saben, el Rey. Y no es difícil establecer los paralelismos entre el personaje que retrató Crews en su primera novela y el sensacional cantante elevado a los altares, en primer lugar, por la clase desposeída estadounidense de los 50.
A pesar, o precisamente porque se trata de una ficción, si ese cantante conmovedor aparece ante el lector como un personaje familiar, será porque ya hemos leído alguna vez más la historia de la estrella del rock que se siente un fraude. No obstante, Crews logra sin esfuerzo aparente (del otro mejor le hablan sus biógrafos de harrycrews.org) dibujar a un personaje único, frágil en su éxito, dirigido en primer lugar por su concupiscencia y en segundo por un agente siniestro, Didy­mus; demandado, el cantante, en el sentido de exigido, por todos aquellos que se topan con él. El cantante de góspel es la historia del loser con un don, de la mentira que se convierte en trending topic, de la Gran Ver­dad o la Mentira Verdadera (res­­pé­tense las mayúsculas) en palabras de Amat.
We love freaks
¿Cómo sería una feria de rarezas? Sin duda, una especie de Enigma concentrada, lo mismo de lo que había querido escapar recorriendo medio mundo. Tampoco es la primera vez que leemos sobre una feria de freaks, de las que el personal guarda gratos recuerdos gracias a la película de Todd Browning o de la serie de televisión Carnivàle. De nuevo, la prosa sin adornos pero jugosa como un bistec de Crews suma símbolos a ese imaginario de los monstruos de feria construido en gran parte a través de las novelas del gótico sureño, pariente de la obra de este exmarine autodidacta. Volvemos a esa idea tan calentita de gran teatro del mundo, en el que el freak ejerce de maestro de ceremonias, casi de referente moral en el desierto. Por su lugar de deformado primigenio, Pie, el líder freak de El cantante de góspel, ejerce de árbitro allí donde, apunta Anne Foata, se nos apa­rece una visión de una humanidad deformada, esto es, depravada, [que] puede ser la leche agria que el joven Crews mamó en los severos alrededores calvinistas del sur de su Georgia natal.
El cantante de góspel, seguido por las caravanas de la feria de Pie, llega en un Cadillac negro (casi estamos por escribir en un Mercedes blanco) a una Enigma sacudida por un crimen. La hermosa Mary Bell ha sido asesinada con un picahielos por un negro que espera su linchamiento pacientemente, igual que si se tratase de una vieja costumbre. Polvo, sudor, el aire cálido y denso de un apretón sexual en una cuneta como una vena negra junto a la autopista, la mediocridad del medio ambiente y, flotando como una manta zamorana sobre el aire sureño, una violencia primordial que sólo queda temporalmente suspendida cuando la voz divina del cantante humano, demasiado humano, se eleva sobre la miseria. El arranque de la novela, decíamos, es el anuncio de lo inevitable. Aún así, qué les vamos a decir, merece la pena seguir el ritmo cadencioso y preciso de un narrador que sin perseguir la Gran Verdad reparte pequeñas chinas en un camino pedregoso que, seguro, llega a un lugar mejor que el viejo sur del que partimos.
Para ser un escritor de los duritos
Nacido en una granja de arrendatarios de Georgia (EE UU), Harry Crews (1935-2012) pertenece a esa liga de los hombres duros (the hard men path) que puebla la literatura norteamericana del siglo XX. Para entrar en esa liga hay que 1) darse hostias como panes --Crews fue campeón de boxeo en su regimiento durante la Guerra de Corea--; 2) tener aficiones que impliquen trato con los animales --la cetrería y la pesca, en el caso que nos ocupa--; 3) decir tacos --como en "envejecer es una putada. Lo que tienes que hacer es no tenerle respeto a nada, sea lo que sea. Cágate mucho en ello y dale una patada en el culo al diablo" (de una entrevista en Vice)--. Y, por último, 4) tener un vicio o, lo que viene siendo lo mismo, una grandiosa forma de matar el dolor.
Leer la entrada original aquí.



Paletos y Punks II

El día 4 de enero os ofrecimos una entrada sobre las aventuras de los Sex Pistols por el Sur de Estados Unidos tal y como lo presentaba John Lydon en su libro Rotten: No Irish, No Blacks, No Dogs.

A punto de desintegrarse y con un Sid Vicious cada vez más enganchado a la heroína, los Sex Pistols se embarcan en una atípica gira estadounidense para un grupo de punk británico, desplegando su imagen de marcianos en un paisaje no menos alienígena de vaqueros, camioneros, rednecks y Dolly Partons.

Atención a esta impagable fotografía de cuando actuaron en el Longhorn Ballroom de Texas en 1978, compartiendo escenario, nada más y nada menos, que con el inmenso Merle Haggard.


 

Off The Wall: Lee Ranaldo

Como os decíamos ayer, Lee Ranaldo ofrece dos conciertos en el festival Tanned Tin esta semana en Castellón, presentando su nuevo disco Between The Times And The Tides. Aquí tenéis el vídeo uno de los mejores temas, "Off The Wall".

Lee Ranaldo en España

Lee Ranaldo, guitarrista de Sonic Youth --de quien en Acuarela Libros publicamos Road Movies, un libro de poemas y prosa poética--, vuelve a España esta semana con dos conciertos en el festival Tanned Tin, el jueves 7  (versión acústica) y el sábado 9 de febrero, presentando su nuevo disco Between The Times And The Tides.  Aquí tenéis lo que cuenta del disco Rockdelux, que en el número de febrero incluye una entrevista de Jesús Llorente a Lee:
 "Para muchos seguidores de Sonic Youth, los temas cantados por Lee Ranaldo poseen un aura especial: en minoría respecto a las de Thurston Moore y Kim Gordon, sus aportaciones han devenido incontestables fan favourites –“Eric’s Trip”, “Wish Fullfillment”, “Mote”–. Pese a ello, y quizá interiorizando ese rol secundario, el guitarrista ha preferido cultivar en sus trabajos al margen de la banda una faceta más experimental; al menos hasta que, a mediados del año pasado, la inspiración lo asaltó mientras adaptaba viejas canciones para una actuación en solitario.

Halladas casi por azar, estas composiciones han acabado formando “Between The Times And The Tides”, álbum cocinado en buena compañía –comparecen, entre otros, su (¿ex?) compañero Steve Shelley, la guitarra de Nels Cline, el teclado de John Medeski e incluso Bob Bert, batería en los primeros tiempos de la Juventud Sónica– que disfruta desenfocando ligeramente la herencia del rock. Cuando la banda inyecta propulsión, Ranaldo se descuelga con estribillos redondos –el de “Off The Wall” a la cabeza– para luego bajar las luces y probarse en registros más reposados –“Hammer Blows”, “Stranded”–. La acústica, de hecho, guía buena parte del recorrido, alejando el ruido y permitiendo al músico lucir su voz, de registro acaso limitado, pero a la que los años han dotado de una particular emotividad."


Lee Ranaldo en la página de Sonic Youth

LOS SITUACIONISTAS, ENRIQUE VILA-MATAS Y PARÍS NO SE ACABA NUNCA

Os ofrecemos un pasaje de la novela París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, en la que el autor, como hiciera Bryce Echenique en La Vida Exagerada de Martín Romaña, nos cuenta sus desternillantes desvelos en París, cuando vivió en la buhardilla que le alquiló Marguerite Duras, fascinado por el París era una Fiesta de Hemingway, mientras lidiaba con las fatigas de su primera novela (La Asesina Ilustrada), bajo la influencia de las ideas situacionistas.

"[...] Hablando de política, debo decir que un mes después de tomar posesión de mi chambre, mis ideas de estudiante español antifranquista ya habían cambiado y había pasado a ser de izquierda radical dura, de la línea situacionista, con Guy Debord como maestro. Pasé a pensar que ser antifranquista era ser muy poca cosa y, bajo la influencia de las ideas situacionistas, con mi pipa y mis dos gafas falsas, comencé a pasear por el barrio convertido en el prototipo del intelectual poético y secretamente revolucionario. Pero en realidad yo era situacionista sin haber leído una sola línea de Guy Debord, era pues de la extrema izquierda más radical, pero sólo de oídas. Y, como he dicho, no ejercía, me dedicaba a sentirme de extrema izquierda y punto. En realidad lo que más me interesaba era la noble idea de olvidarme de la asfixia de Barcelona y poder disfrutar, como autoexiliado, del aire libre francés. Pero no iba a tardar nada en enterarme de que era reaccionario considerarse un autoexiliado y no lo era, en cambio, ser exiliado de verdad, es decir, ser exiliado político del franquismo. Había, por lo visto, una sutil diferencia, eso al menos era lo que empezaron a puntualizarme mis espeluznantes compatriotas siempre que iba a visitarles a los bares donde se reunían y conspiraban. Era irrespirable la atmósfera que había dejado yo atrás en Barcelona, pero tanto o más asfixiante me pareció la de mis compatriotas exiliados en París (ninguno además era situacionista), de modo que terminé por dejar de ir a verles, evitando así salir siempre amargado de aquellos bares, deprimido por las obsesivas y escleróticas conversaciones en torno a qué sucedería cuando muriera Franco, agotado por la plúmbea rigidez de sus planteamientos políticos y, en fin, sobre todo desalentado por lo machacados que andaban muchos de ellos por la heroína o por el más rancio vino español [...]".





"[...] Todo lo español comenzó a quedarme muy lejos, pero también Guy Debord, que no tardó en convertirse en algo escasamente cercano, aunque continué siendo situacionista y sintiéndome su discípulo, pero un discípulo decepcionado, pues fui a ver su película La société du spectacle, ilustración fílmica de sus libros, y me aburrí profundamente, pues era un film para ser leído. En la pantalla sólo aparecían textos, puntuados muy de vez en cuando por la aparición fugaz de algunas imágenes que pretendían ilustrar el horror de la sociedad del espectáculo pero que pertenecían a películas que a mí me gustaban mucho, como Johnny Guitar, por ejemplo; sólo en esos momentos, cuando aparecían las fugaces imágenes de grandes ficciones cinematográficas, me divertía, lo que me llevó a cierto desconcierto y a distanciarme de Debord, al menos como cineasta, aunque no apostaté de su religión, seguí siendo su seguidor, no quería ser sólo un vulgar antifranquista. Todo lo español comenzó a quedarme muy lejos, salvo los amigos Javier Grandes y Arrieta, en quienes veía a dos artistas puros y, además, me parecían -no creo que me equivocara- geniales. Lo español fue difuminándose, pero en honor a la verdad hay que decir que había noches en las que el discípulo de Guy Debord regresaba triste y solo y algo bebido a la buhardilla y se ponía a leer a Luis Cernuda en voz alta y se sentía de pronto muy republicano y se emocionaba y acababa llorando con aquellos versos que decían "soy español sin ganas / que vive como puede bien lejos de su tierra / sin pesar ni nostalgia".

Así vivía yo en esos días y tal vez por eso lloraba: vivía como podía y bien lejos de mi tierra, y no sabía -¿cómo iba a saberlo?- que estaba protagonizando la novela de mis años de aprendizaje literario, no sabía mucho, a veces sólo sabía que era un español con dos gafas falsas y una pipa, un joven catalán que no sabía muy bien qué hacer con su vida, un escritor que se convertía en un joven republicano si leía a Cernuda, un joven sin ganas que vivía como podía, bien lejos de su tierra, en un París que no era precisemente una fiesta [...]".

Bestia


La Jovencita es una ilusión óptica. Desde lejos, es un ángel y de cerca, una bestia

JOHNNY CASH, SUR Y MÚSICA GOSPEL (II)

Este es la segunda entrada dedicada a la importancia cultural de la música gospel en la zona del Cinturón Bíblico en la que transcurren las novelas de Harry Crews. Como decíamos en la entrada anterior, el ejemplo más claro es el que nos proporciona Johnny Cash en su primera autobiografía, Man in Black. Los siguientes pasajes también pertenecen al segundo capítulo. En ellos Cash nos habla de la importancia de la radio y de su hermano Jack.

[...] El momento que todos esperábamos durante todo el año era el tiempo de la cosecha. Nos pagaban por recolectar el algodón y el Tiempo de la Cosecha (Pickin’ Time) era el único momento en que obteníamos algún ingreso.

           
“I got cotton in the bottom land.
It’s up and growin’ and I got a good stand.
My good wife and them kids of mine,
Gonna get new shoes come pickin’ time.

It’s hard to see by the coal oil light,
And I turn it off pretty early at night.
‘Cause a jug of coal oil cost a dime,
But I stay up late come pickin’ time.

Last Sunday morning when they passed the hat,
It was still nearly empty back where I sat.
But the preacher smiled and said, “That’s fine;
The Lord’ll wait till pickin’ time.”.

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“Tengo algodón en la tierra de abajo.
Está alto y sigue creciendo y tengo una buena cantidad.
Mi buena esposa y mis hijos,
tendrán zapatos nuevos pues ha llegado el tiempo de la cosecha.